RINCÓN DE LECTURAS XII. ANTONIO B. EL RUSO.
ANTONIO B. EL RUSO, de Ramiro Pinilla.
Antonio Bayo, personaje central, casi único, de esta novela realista, no pudo encontrar mejor escritos que Ramiro Pinilla para escribir su historia, una historia que, al igual que la de Papillon o el conde de Montecristo, no podía quedarse en el olvido. Seguramente Antonio Bayo no pasará a la historia de la fama con la popularidad y el arrastre de los protagonistas de las otras novelas, pero debe pasar, sin duda, a la historia de nuestro país, de esta España que, en momentos históricos y en ocasiones ha sido tan rencorosa y taimada. Debe pasar y lo debemos conservar en nuestra memoria para ser conscientes de lo que fue y lo que nunca debería de poder pasar de nuevo.
Por su parte, Ramiro Pinilla, al que no le hacían falta historias ajenas, ya que sabia contar y bien las que él mismo imaginaba, y así se lo había reconocido la crítica, se encontró entre sus manos, presentada por un amigo periodista, la historia de Antonio Bayo, que él convirtió en Antonio B. El rojo, en primer lugar, y después, en Antonio B. El ruso.
El uno por su vida propia, sometida por el distante o indiferente amor de una madre, acuciada por el hambre y la ignorancia, en una tierra que, como dice Pinilla, solamente se diferenciaba de las Hurdes en que Las Cabreras no tuvieron un Buñuel que las elevara al estrellato; el otro, Ramiro, por su cuidado a la hora de elegir el estilo con el que contar la historia, la voz que la debía contar, sin interpretaciones del escritor, huérfana de adjetivos, ambos, construyeron una historia para quedarse entre nosotros.
En el año 1973, Ramón conoce a Antonio y entre grabaciones, ponte bien y estate quieto, correcciones, pruebas, planteamientos a editoriales, siempre rechazados (todavía no había muerto el Generalísimo y lo que contaba la historia hacía mucho daño), pasan algunos años, hasta que en 1977, Ediciones Albia lo publica y Antonio se ve asediado firmando ejemplares.
En la edición de Tusquets de 1977, en la que creo se cambia el Rojo por el Ruso, la introducción es del propio Pinilla y hace bien. Con eso, los lectores conseguimos que no entre ninguna otra voz que interprete, encasille o enjuicie la historia y su redacción. El autor sabe lo que ha escrito y lo que ha escuchado. Según cuenta él mismo en esa introducción, no necesitó ni ir a conocer personalmente La Baña, le bastó con lo que salía de la boca de Antonio.
Es difícil dejar de leerlo una vez que has empezado. Ramiro ha sabido darle un inicio contundente y en los primeros párrafos aparece la tierra de La Baña, Antonio, su madre y… la berza, otro de los protagonistas de la historia. Te quedas enganchado y es difícil soltarte porque por muchas historias inventadas o reales que hayas leído o escuchado de vidas desgraciadas, de tratos injustos y de aprovechados insensibles a los demás, esta historia es demasiado personal, muy concreta, una tragedia de pocos personajes, pero más que suficientes.
Supongo que nos pasa a muchos, pero en mi caso, cuando empiezo a leer una novela siempre me hago una composición del rostro de los personajes principales, unos morenos, otros rubios, altos, bajos, flacos, gordos, de mirada aviesa, cándidos, ingenuos, buenos y malos. En este caso, me hice una composición física de Antonio en la cabeza y la seguía viendo incluso cuando no leía el libro. Cuando volvía a sus páginas, antes de comenzar a leer, el retrato de Antonio que me había fabricado, volvía a mi mente.
Cuando uno va pasando páginas y lee la repetición del castigo, siempre injusto en la forma que se establece, no te extrañas de las palabras que, según Ramiro, le dijo Antonio en sus primeras entrevistas: “me fallaban las bisagras”. Es un milagro que le quedaran bisagras.
En la historia hay más personajes que Antonio: el hambre, protagonista que no solamente rivaliza con Antonio en el reparto, sino que es inseparable de su figura, de su historia, solo calmada a base de robar, aunque eso le llevara a soportar el vergajo de los guardias sobre su espalda. Para engañarla, sólo mendrugos de pan negro, berzas y algo de tocino, escaso.
Otro personaje: su pueblo, La Baña; su tierra, Las Cabreras, su río lleno de truchas, sus cuevas y su lago de agua fría.
A ese escenario, le acompañan, los tenderos, el cura del pueblo -deshonesto como pocos-, los guardias del cuartel, los jueces, los funcionarios de prisiones que, a pesar de su crueldad, se hacen buenos cuando llegan los frailes del manicomio. Es difícil entender cómo puede salir uno de esas vivencias con algún resto de cordura.
Es fácil entender la tranquilidad, rayana en el placer, con la que Antonio pasa sus días de prisión y de penales. Allí, al menos, podía comer sin robar, tampoco aspiraba a mucho más.
Su ignorancia del mundo le hace caer en esa otra situación novelesca de su primer matrimonio. Viéndolo desde estos días, parece sencillo resolverlo, pero el libro relata con nitidez las claves de aquella sociedad y de su funcionamiento.
La huida, siempre la huida, para ser la única salida que le queda a Antonio, hasta que una de esas huidas le lleva a lo que será el único destino en el que acaba sintiéndose persona, aunque las desgracias no dejan de rodearle.
No puedo precisar más. Merece la pena leer el libro. Hay que leerlo.
Pamplona, abril de 2022.
Isidoro Parra
Algunos links a críticas del libro:
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