CAMINO A SANTIAGO. CAMINO AL INTERIOR. Décimo séptima etapa.

DIA 5 DE OCTUBRE:
DE LEÓN A SAN MARTÍN DEL CAMINO.

Me levanto temprano en la fiesta de San Froilán, patrón de León. En la cocina del albergue, me tomo la leche que me sobró ayer, con unas pastas compradas en una pastelería, enfrente del albergue y salgo a caminar hacia las siete de la mañana.

Cruzo las calles mojadas por los servicios de limpieza y pienso en las diferencias con la salida de otras etapas desde enclaves más rurales, en los que a doscientos metros del albergue estás en medio del campo. Aquí tienes que vencer más distancia para encontrarte con la naturaleza.

Mi primero y posteriores pasos, hasta que dejo atrás León, son una constatación de que la víspera del santo (un miércoles) los leoneses y las leonesas, han dejado mermadas las cubas de vino y los barriles de cerveza. Sigue siendo como cualquier otra fiesta, los espacios ocupados por la gente joven y el resto retraídos, contemplando la división de los mundos, el aliento agitado de la juventud y la respiración contenida del resto.

Un número bastante elevado de jóvenes y no tan jóvenes, recorren las calles, oscilando de lado a lado y, en voz alta, cantan o se dicen lindezas. Todo pacífico.

Yo me dirijo a la salida, pasando por el Parador San Marcos, de extraordinaria belleza pero cubierto, en gran parte, de andamiajes por la restauración que están haciendo de la fachada. Saco unas fotos que no saldrán por la falta de luz a esas horas del día y dejo el centro de la ciudad, para recorrer calles anodinas, que podrían serlo de cualquier otra capital de provincias. 

Contemplo un fenómeno que no recuerdo haber visto nunca: una luna inmensa, redonda y amarilla, brillante, como un cuadro de un decorado oriental en el que la luna ocupara todo, se va ocultando en el horizonte. Las casas, farolas, cables del tendido eléctrico y todo el equipamiento de las calles me impiden verla en todo su esplendor y limpia de añadidos que la afean. Me hubiera gustado poder contemplarla desde el campo, pero creo que no llegaré a tiempo. 

La salida de la ciudad es larga y se prolonga, con pueblos y pabellones industriales, más de siete kilómetros. Se agradece hacerla casi de noche.

En las afueras de León, antes de entrar en un polígono industrial paso por una zona de bodegas particulares semienterradas en la tierra que, en algún momento pudieron ser usadas y vividas, pero que hoy, en su actual estado de abandono, parecen restos de un naufragio.

Un poco más adelante, en pleno polígono, me encuentro con un cartel en una pared semiderruida: “El camino real sólo es el interno”. No puedo estar más de acuerdo. Es lo que siento, la razón por la que estoy haciendo este Camino y lo que estoy viviendo en él.

Al llegar a Virgen del Camino, una población en la ruta, observo dos cosas: una gran concentración de guardia civiles, con sus coches y la instalación de un gran mercado ambulante en las calles, especialmente atendido por extranjeros, la mayor parte de origen africano.

No puedo entender el despliegue hasta que, después, al llegar a mi destino, la persona que me atiende en la tienda del pueblo me dice que ésta mañana han ido, como todos los años, a peregrinar a la Virgen del Camino (diecinueve kilómetros) donde se juntan cada año todos los pueblos de la zona.

Una vez pasado Virgen del Camino, se produce la bifurcación del Camino en su ruta oficial (por un lado) y en la ruta alternativa que se desvía a la izquierda. Durante varios kilómetros, en diversos cruces, se reproduce una profusa señalización que parece la representación de una disputa, de un reparto o un reclamo de peregrinos para una u otra ruta. Un escenario que te exige atención si no quieres equivocarte.

Aparecen de nuevo los robles, aunque en menor cantidad y también aparecen los campos de cereal y la sequedad.

Vuelvo a San Juan de la Cruz:

(La esposa)
Mi alma se ha empleado,
y todo mi caudal en su servicio;
ya no guardo ganado,
ni ya tengo otro oficio,
que ya sólo en amar es mi ejercicio.
Pues ya si en el ejido
de hoy más no fuere vista ni hallada,
diréis que me he perdido;
que, andando enamorada,
me hice perdidiza, y fui ganada.
 
Una parte importante del Camino de hoy coincide, por las señalizaciones que veo, con el trazado de la Ruta de las Plata. Si algún día decido hacer este otro camino, tendré que analizar las coincidencias.



                                                                        (Valverde del Camino)


El único detalle que me llama la atención es la iglesia parroquial de Valverde del Camino, con un campanario especial, habitado profusamente de cigüeñas en todos sus huecos. El Camino discurre hasta el destino por la izquierda o la derecha de la carretera y se hace corto por la distancia a recorrer, pero aburrido por la monotonía del trazado, grandes rectas en medio de secanos y apenas sin árboles.


En los últimos kilómetros, pienso en Fede y Cristina, una pareja incorporada en nuestro círculo gracias a María. Para mí, son la expresión del equilibrio, de la durabilidad de los sentimientos, de la cordura y la alegría. Nos están aportando mucho aunque no tengamos una relación diaria. Poco a poco, con paciencia y sin prisas, vamos construyendo una relación sólida, sin estridencias, con ganas de más, con mucho que aprender, sin saber todavía si les podemos dar algo o no. Gracias a los dos.


Llego al albergue de la Junta Vecinal, después de recorrer una larguísima recta junto a la carretera, pasando por pabellones industriales y por restaurantes de ruta. La dureza del Camino, me hace rebasar a algunos peregrinos con graves problemas en sus pies. De hecho, me ofrezco a un par de ellos para ayudarles con alguna cura o llevándoles la mochila.


El albergue, una antigua escuela con mucho terreno alrededor y atendido por voluntarios, resulta agradable. Tengo bastante ropa sucia y encargo, por primera vez en el camino, un servicio de lavadora. Mientras se completa la colada, aprovecho para mandar mi mensaje diario, ducharme, curar mis pies y preparar la ruta del día siguiente.


Mensaje del día:  “Décimo séptima etapa acabada. De León a San Martín del Camino. 32.294 pasos y 26,5 kilómetros. Ya duchado y reparado en lo posible. Con pocas fotos porque no había mucho que fotografiar.” 


Una vez tendida la ropa, que ocupa una parte importante de las cuerdas de tender, me voy a comer a un bar restaurante que hay a doscientos metros del albergue. El bar está atendido por una pareja un tanto especial, ella explosiva, él muy hablador, intentando ser simpático o más bien gracioso, pero pasado de rosca. Mientras tomo mi menú, hago mi lectura diaria de “Guerra y Paz”.


Al acabar de comer, paso por un supermercado para comprar algo para la cena y para el desayuno del día siguiente, ensalada, fruta, lácteos y alguna galleta.


El resto de la tarde, plácida, la paso entre descanso, seguimiento del secado de la ropa, lecturas, escribir el diario y contestar a los mensajes.


Me ubico en una mesa en el jardín, junto a un caminante chino con el que voy coincidiendo bastante a lo largo del camino.


Llevo al final mi lectura de “Tú no eres como otras madres” que tenemos que comentar en la próxima reunión del grupo de lecturas y me reafirmo en que el contenido, la historia y la forma de contarlo me han gustado más que la primera vez que la leí.


Tomo mi ensalada y mi yogurt y me retiro a descansar.


Recuento físico:

Pasos del día: 32.294. Acumulados: 564.161.

Kilómetros del día: 26,5. Acumulados: 455,8.




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