CARTA ABIERTA Nº 1 A JAVIER VELAZA.

Buenos días, Javier,


Desde mi ventana, veo pasar las nubes blancas, algodonosas, por encima del parque que disfruto frente a mi casa, el mismo parque que durante meses del pasado año 2021 veía cuando, por imperativo de la autoridad, nos tuvimos que quedar en casa.


En aquellos meses, el parque estaba más silencioso y los únicos sonidos que se escuchaban eran los de los pájaros que, efectivamente, llegaban hasta nosotros en mayor número y se acercaban más a nuestro lado.


Frente a mí, ya leído, tengo tu libro “El campamento de los aqueos”, creo que el último poemario que has publicado.


Creo que en breves días, acudiré a escucharte en la presentación de este libro y de tu obra en una librería de Pamplona.


Tres partes diferenciadas en el libro, cada una con una temática diferente y, me atrevería a decir, con un lenguaje y un tono diferentes.


La primera, “El campamento de los aqueos”, para contarnos tus sensaciones y tu visión de esos meses en los que fuimos prisioneros imberbes de esa plaga que nos ha barrido durante dos años de los salones de las caricias, del contacto con aquellos que nos ayudan a vivir.


En esos poemas, he vuelto a recordar sentimientos que vivimos, tristezas, apoyos y soledades, pero envueltos en un relato épico, antiguo y, como tal, eterno, siempre vivo. Ya no volveremos a ser tan inocentes.


Es cierto, como dices, que no es fácil ser día, que hay que construirlo desde el alba al anochecer, desde el despertar hasta el olvido, con esfuerzo, consolidarlo y vivirlo.


Podría recorrer los espacios y las soledades que describes en todos esos poemas, pero me voy a quedar en el poema “Prisión”, en el que dibujas con tus palabras una celda sin barrotes. Los has sustituido por nuestros miedos, en especial por el miedo a la libertad. Todo lo que te ofrece la calle, los olores, el sol, el vuelo bajo, nada es suficiente para romper la barrera invisible que te mantiene recluido. La salida solamente depende de ti:


“Pero no saldrás. Nunca ha existido 

una mazmorra más inexpugnable 

que aquella de la que el prisionero 

tiene miedo a salir. Ahí te tienes tú 

encerrado a ti mismo para siempre.”


En la segunda parte, “La eme diabólica”, me he detenido en varios poemas.


En “Apuntes para un estudio del futuro verbal”, he disfrutado con tu dominio de los verbos, de sus tiempos y de sus similitudes. He sonreído al leer la forma en que vas del pasado al presente y de éste al futuro, para afirmar que, entre todos los tiempos del verbo, el futuro es el más insensato.


En el elogio de los oficios, dejas a un lado los que valoraban nuestros antepasados ilustrados y te quedas con el más amado: el oficio de trabajar las palabras, de conseguir que canten melodías diferentes.


Triste relato, aunque esté magníficamente escrito, el de Hart Island y Isola di San Michele, con una historia rotunda y triste en el caso de la primera y también triste, pero albergando un poco la fama que puede salir todavía del silencio, en el caso del segundo, pero ambas en ese océano de la desesperanza.


Letras escritas, cantos regalados, vuelos imposibles, leves y definitivos, habilidades de arquitecto, todo el mapa del sutil mundo de las aves en tu poema “Escrituras indescifradas”.


En “Secuelas” introduces la O como vehículo para volver la mirada a la infancia y traer al presente sus recuerdos que son recuerdos de muchos, no todos, pero muchos de ellos.


En el tercero de los libros “Fiesta en Orán”, me he quedado clavado en el primero de tus poemas, “Puedo”. En el primer verso ha leído el nombre de Anna Ajmátova y se han agolpado en mi mente sus poemas reunidos en “Réquiem”, una obra llena de tristeza y de fuerza, la que ella tenía para denunciar. Ofrecer, como tú haces, un puedo, es ofrecer la posibilidad de la esperanza.


Tu poema “Recuerdo”, en el que el tiempo se hace presente del principio, desde el primer verso, hasta el final, haces un recorrido por los nombres que al tiempo, a una fecha concreta o a un periodo o un hecho, les dan los vencedores, que siempre son los que ponen los nombres. Me abren una puerta a la esperanza los últimos versos del poema:


“¿O, por ventura, 

alguien sabrá asignarle el nombre insólito 

del Día En Que Empezamos Nuevamente?”


Con tu definición de la vida, ropa tendida al sol, me despido, Javier, y te doy las gracias por tus poemas, con los que he convivido unas horas.


Gracias.


Pamplona, mayo de 2022.

Isidoro Parra.


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