CAMINO A SANTIAGO. CAMINO AL INTERIOR. Décimo octava etapa.

DIA 6 DE OCTUBRE:

DE SAN MARTÍN DEL CAMINO A ASTORGA.


He salido, con normalidad, un poco antes de las siete horas, acompañado a mi derecha por una luna llena que no alumbra el camino pero baña la tierra que me rodea y el amanecer, de una claridad de plata pálida que me hace soñar, mientras detrás mía se va despertando un amanecer limpio y brillante, como el de todos estos días, siempre como un anuncio, como la antesala de lo que el día me va a traer; solo faltan los timbales y las trompetas.


Luna, sol y cielos para llenar la vida de este día con agradables rutinas, sin estridencia, sin más proyecto que el camino que tengo por delante. 


Durante un buen rato, el camino, aunque cercano a la carretera, se convierte en senda estrecha, que solo permite caminar de uno en uno, sin que la tierra llana que me rodea, justifique ese ahorro de espacio.


Amanece poco antes de llegar a Puente Órbigo, uno de los lugares en los que me voy a detener por dos razones.


La primera, el famoso puente medieval, lugar de tradiciones y del torneo El Paso Honroso, que se celebró en el año 1.434, año Jacobeo, por autorización del rey Juan II de Castilla y a petición de Don Suero de Quiñones. El torneo, que se celebró durante un mes, ha dejado su huella en la historia del Camino.


Un puente para cruzarlo, para admirarlo, con más longitud que lo habitual, un puente para fotografiar y dar rienda suelta a la imaginación, un puente para soñar.


El segundo motivo: María Palos.


Antes de entrar en los espacios y restos de la presencia de María Palos, he cruzado el puente y me he parado a desayunar en el bar del Restaurante Don Suero de Quiñones, establecimiento que también tiene habitaciones para dormir y que me recuerda a los negocios familiares de calidad, atendido por los propios dueños. Al mismo tiempo que yo, desayunan algunos peregrinos que han pernoctado en el hotel del bar.


Al final del desayuno le pregunto al propietario por María Palos, pero no parece conocer nada, salvo que ese nombre se le ha dado a un restaurante que está en el lecho del río.


Salgo de allí y recorro calles buscando puntos de información. Un cartel en una farola, con una flecha que indica la dirección para llegar a la casa, me hace dar un buen rodeo por el pueblo para llegar al Restaurante así denominado que por supuesto, a estas horas, está cerrado. En el exterior del mismo hay un doble cartel que cuenta la historia de la tal María.


No puedo hacer nada más allí, tardarán horas en abrir y no puedo estropear mis planes por este tema. Contemplo el Puente desde varios y diferentes puntos y emprendo el Camino.


María Palos era, cuando vivió aquí, una joven de San Adrián que, huyendo de su familia o de un estar sin vivir, después de una reclusión forzosa en un convento de clausura de Calahorra por haber tenido novio a los quince años, hizo en el siglo XIX el Camino a Santiago, pero al llegar a este puente, y viendo los sufrimientos de los peregrinos, se quedó a vivir cinco años en uno de los ojos del puente y se dedicó a sanar a peregrinos, con los conocimientos que había adquirido sobre hierbas y plantas medicinales durante su estancia en el convento de clausura.


Se llamaba María Sádaba, pero la gente del lugar, al verla como pasaba horas y horas recogiendo hierbas y ramas, le puso el sobrenombre de María Palos.


Hoy en día, solo queda un cartel delante del restaurante que lleva su nombre, frente al ojo del puente donde vivió.


Antes de dejar el pueblo, intento averiguar algo más en bares, librería, etc., pero nadie sabe nada. El único que encuentro que recuerda algo es el dueño de la papelería-librería del pueblo, pero me dice que hace muchos años no tienen nada de este tema.


Sigo mi Camino y cojo la ruta alternativa que, con dos kilómetros más de recorrido, te lleva a Astorga por el monte, lejos de la carretera.


No me arrepiento porque hago el Camino con poca gente y pasando por pueblos tranquilos, como Villares de Órbigo, en los que admiro, sobre todo, la magnificencia de algunas puertas de madera antigua. Algunas de ellas pintadas de azul de cualquier tonalidad, sobre todo, y otras de color natural, bastante cuidadas que destacan sobre fachadas monocolores y terrosas.


Encuentro algunas con el cartel de SE VENDE, lo que me lleva a otra reflexión, sobre todo cuando en uno de los carteles de venta está escrito: “CASI REGALADA”.


En estos anchos caminos, recupero a San Juan de la Cruz:


(La Esposa)

De flores y esmeraldas,

en las frescas mañanas escogidas,

haremos las guirnaldas

en tu amor florecidas,

y en un cabello mío entretejidas.


En solo aquel cabello

que en mi cuello volar consideraste,

mirástele en mi cuello,

y en él preso quedaste,

y en uno de mis ojos te llagaste.


También observo que en muchos pueblos de Castilla, la gente deja botellas grandes de plástico, llenas de agua, delante de sus puertas o en las aceras de sus casas. Desconozco la razón, pero lo preguntaré.


El siguiente pueblo, Santibáñez de Valdeiglesias, me ofrece el mismo tipo de puertas y una importante espadaña como campanario de la iglesia parroquial.


El camino continua entre tierras rojizas, con vegetación rala y amplios horizontes. Los árboles son escasos y todo está seco, pero hay belleza en esta tierra, profundidad y reciedumbre. La tierra es testigo y explicación de esfuerzos y de vida dura, imposible si no estás íntimamente unido a esta tierra. Reconociendo que es más cómodo verlo como espectador, tengo que decir que mi mirada y mi espíritu se llenan de estos horizontes. 



(Camino entre Puente Órbigo y Astorga.)


Voy acercándome a Astorga, tierra que visita Xabier, mi hijo, en los últimos años, camino siempre de Piedras Albas. Mi hijo, nuestro hijo pequeño, que es cualquier cosa menos pequeño. Es grande, grande de ilusiones, grande de capacidades, grande de esposo, grande de padre, grande de hijo. Me encanta que se dé cuenta de todo sin decir nada, me encanta su sensibilidad al escribir, al dibujar, al entender su entorno familiar. Creo que estás llamado a mucho, a más de lo que piensas, o igual lo piensas. Creo que Sol, callada y discreta, te afirma, te sujeta a la tierra, te deja los espacios que deseas y te completa. Bien por ella y bien por ti que también la quieres con todo el aire que os rodea. Pocos hijos habrán tenido, tienen o tendrán la infancia de cuentos, de amor y de tiempo de sus padres como Adriana y Marcos. Tu mirada y tu apoyo sin reservas es un regalo. Gracias a los dos y gracias por Adriana y Marcos.


Mientras voy caminando, observo a los peregrinos a los que alcanzo y a los que me rebasan a mí. Analizo su aspecto, su estilo, sus caras y su forma de encarar el Camino, al menos aparentemente, pero procurando no hacer juicios porque la vida ya me ha enseñado que las primeras apariencias siempre engañan.


Unos van de cualquier manera, supongo que con lo que ya tenían y han recogido por casa o, si se han comprado algo, lo han hecho por necesidad y pensando en la utilidad. Se les ve austeros y sencillos. En este grupo, son mayoría las mujeres de cierta edad, con aspecto de estar cumpliendo una promesa o, en cualquier caso, de estar haciendo un esfuerzo. A mí me dan la imagen de la sensatez. Generalmente, en esta tipología, faltan las “señoras” mas elegantes, pero probablemente son pocas las que de este otro tipo hacen el Camino.


Por el contrario, los hombres de cierta edad, aunque los hay que se podrían incluir en el grupo anterior, se han puesto colores vivos, ropa más ajustada y prendas que, seguramente, nunca han llevado. Lucen un cuerpo cuidado, pero no al extremo, y su buena forma. Me recuerda al canto del cisne ya maduro.


Tampoco faltan, entre los hombres, algún pinturero en busca de un ligue o el que parece que se ha disfrazado para la ocasión.


En la gente joven hay más variedad: los hippies que van de cualquier forma aparente, pero siempre con algo roto, a veces con guitarras, siempre con algún detalle diferenciador, pelos largos y no muy limpios, algunos con perros. Me recuerdan a personajes que hubieran cambiado de escenario y estuvieran buscando lo que no encontraron en Woodstock. Además, siempre hacen sus grupitos aparte, evitando la asimilación, marcando diferencias. Supongo que si vieran a uno de los de su “tribu” hablar con un “normal” podrían cuestionarse su pertenencia o su pureza. También cabe la posibilidad de que toda esta reflexión no sea más que un cúmulo de prejuicios de un mayor burgués.


También hay parejas, funcionalmente equipados, grupos de amigos, señoras más jóvenes y con mayor cuidado de vestimenta y colores.


Y habrá más, pero me empieza a cansar este ejercicio de clasificación y encasillamiento que no me lleva a ningún lugar. Creo que no es el camino ni el objetivo.


A partir de aquí, el camino se ensancha, abarca espacios abiertos y crea imágenes de gran belleza; paso por una especie de altar con muchas piedras apiladas, junto a un muñeco con bufanda y banco bajo las encinas, desde el que puedo contemplar una visión amplia, con lejanos horizontes, de la tierra que me rodea.


Poco antes de llegar a Astorga o, mejor, a San Justo de la Vega, y después de una subida rompe piernas, encuentro un chiringuito en el camino, montado sobre las pocas paredes de adobe y ladrillo, ruinosas, de una antigua nave de campo, con algún árbol pequeño, un fresno ya crecido entre la puerta y el Camino, y bastante colorido. Se trata de La Casa de los Dioses.


Al mando, el creador, David Vidal, barcelonés, con amplia barba, que me sale al encuentro a saludarme, a pesar de la cantidad de peregrinos que hay en ese espacio, comiendo o descansando.


Al acercarme identifico algunas diferencias con otros chiringuitos:


  • Tiene un aire centroamericano, algo hippie, pero muy cuidado.
  • Ocupa bastante espacio.
  • Entre las paredes, medio derruidas, hay un jardín con piedras y flores de muchos colores.
  • También hay hamacas, bancos, sitios para descansar.
  • Hay bastante fruta fresca, zumos, frutos secos, mermeladas, sobre bandejas, colocadas sobre troncos cortados.
  • Y todo es gratis, solo la voluntad.


Se me acerca David, que lleva viviendo allí ocho años, donde recaló después de algún fracaso empresarial y un periodo de inmersión en alcohol y drogas, sin agua, sin luz, sin cuenta en el Banco (según dice), sin teléfono y feliz de llevar esos años dando felicidad y momentos de descanso a peregrinos.


Nada más saludarme, me dice: ¡O sea, que jubilado que ha dejado atrás la vida anterior y está aprovechando la vida que tiene por delante!.


Dice que no cambiaría su vida a nadie por nada y que renuncia a políticas y otras pendejadas, que tiene una vida corta por vivir y no quiere desperdiciarla.


Sería interesante hablar más tranquilo con él, saber de alguien que toma una decisión tan radical en su vida, saber cuanto hay de realidad espiritual profunda y cuanto de postureo, aunque pienso que todo el que aguanta tanto tiempo tiene los rasgos de algo esencial, verdadero.


Me pregunta de dónde soy y le cuento. Me dice que hace unos días pasó por allí otro peregrino de San Adrián.


Me tomo un jugo de manzana y un par de nueces y dejo unas monedas.


Me despide simpático y me digo a mi mismo que debería escribirle o mandarle un par de mermeladas.


Pasado pocos kilómetros y, antes de afrontar la llegada a Astorga, me detengo en “El Crucero”, en término de San Justo de la Vega, desde el que se divisa una panorámica vista de Astorga.


Me acerco a la entrada a Astorga, siguiendo los pasos que los intereses comerciales aconsejan o la necesidad de sortear vías ferroviarias y carreteras. Antes de pasar las vías, el camino pasa sobre un pequeño puente antiguo de piedra que invita a la contemplación.


Tomo posesión de mi cama en el albergue Amigos del Camino, un antiguo convento de las Siervas de María. Ahora está gestionado por esa asociación con personas de varias nacionalidades y muchas plazas por ocupar. Las habitaciones no tienen más de seis camas y eso lo hace más familiar, más recogido, aunque la cantidad de gente y el tamaño del edificio hace menos posible una convivencia más íntima. Por el albergue, aparecen varias personas con las que he coincidido en varias etapas, entre ellos el grupo de canadienses.


Paso el mensaje del día: “Décimo octava etapa acabada, de San Martín del Camino a Astorga, 32.382 pasos y 26,3 kilómetros. Ya duchado, reparado y hecha la colada, me voy a meter entre pecho y espalda un cocido maragato.”


Hago la pequeña colada y me voy a La Casa Maragata, a pocos metros del albergue, a meterme un cocido maragato en el cuerpo, acompañado de vino tinto de la zona, que me obliga a una pequeña siesta para hacer la digestión. 


Antes de salir a pasear, repaso las respuestas a mi mensaje y respondo a todos.


Por la tarde, visito primero el palacio Gaudí, un edificio con estancias llenas de encanto, con sus estucados y sus vidrieras y sus acabados imposibles, llenos de imaginación, hoy convertido en museo, con muchas imágenes y cuadros que representan al apóstol Santiago. El jardín se ha completado recientemente con estatuas que se han hecho según los diseños dejados por el propio Gaudí.


Me preocupan mis uñas e intento localizar un centro de atención de pies y uñas, pero no tengo suerte, o están cerrados o ya han cerrado para siempre. Al final, me dirijo al Centro de Salud, donde me atiende una enfermera que me pone un apósito que me rodea dos dedos, el de la uña mala y el contiguo. Al salir del Centro me lo tengo que quitar porque el dolor que me produce es inaguantable. Lo mejor de la visita ha sido su opinión sobre las uñas. Me las ha examinado y me ha dicho que tardarán más de un mes en caerse, lo que me deja muy tranquilo porque podré terminar el camino y se caerán después. Además, me ha asegurado que ese proceso y el de la salida de las nuevas uñas se produce sin dolor y no hay que hacer nada.


Después, visito la Catedral y su museo, pero lo hago rápido porque están a punto de cerrar.


Al salir, hago algo de compra de cecina, algo de ensalada, leche y pastas maragatas y me voy hacia el albergue.

 

Una vez cenado, me retiro a descansar y todavía le doy un recorrido a algunas páginas de “Copérnico” y de “Guerra y Paz”.


Recuento físico:

Pasos del día: 32.382. Acumulados: 596.543.

Kilómetros del día: 26,3. Acumulados: 482,1.


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