CARTA ABIERTA Nº 1 A RAQUEL LANSEROS.


Buenas tardes, Raquel.


Esta carta se escapa de mis dedos golpeando el teclado mientas contemplo el cielo luminoso de Madrid.


He leído algunos poemarios tuyos, sin seguir un orden cronológico de escritura ni de publicación. Un amigo común, Víctor Herrero, me habló de ti y pude leer algunos poemas tuyos que él me enviaba algunos días. Así supe de tu nombre y de tu poesía.


Como comprenderás bien, el que conoce a una poeta como tú por indicación de alguien más sabio merece un poquito de conmiseración, una oportunidad.


Hace un par de semanas, me pasé por mi librería habitual y, como cencerro colgado de la vaca, me dirigí a los estantes de poesía. Allí, recostado sobre una balda, mirándome de frente, me alcanzó la portada de tu poesía reunida recientemente y publicada por Visor. No me pude resistir y me la llevé conmigo, no raptada, acompañándola más bien.


Ya he leído algunos poemarios y, ahora, quería caminar unos minutos entre las palabras de tus poemas, sin saber muy bien a dónde quiero llegar ni dónde me voy a quedar, ni si lo haré despierto o adormecido. Voy a intentar buscar, por esos caminos, los horizontes más lejanos, el árbol más cercano, todo lo que me recuerde a mí mismo, a lo que quise ser alguna vez, a lo poco que soy ahora y al fulgor de lo que me queda.


He comenzado despacio por los versos de tu primer poema “Keep Alive”. Lo he hecho con premeditación; primero, porque eran los primeros pasos y hay que calentar la mirada y la mente y, segundo, porque no quería perderme nada. Así mis ojos han recorrido esa persistencia en el lazo de la desesperanza y la esperanza, en el nudo que nos une a la vida. A mis años no he intentado conjurar las flaquezas del destino, ya estoy agotado de intentar sortearlo; hace tiempo que le miro de frente, sin miedo, hasta el extremo de que comienzo a percibir la belleza que encierra.


También puedo decirte que he dejado de prepararme contra el paso del tiempo. Prefiero mirarlo de frente y con serenidad, le he perdido el miedo. Hasta suelo tomarme un café tranquilo con él y hablamos de todo menos del futuro.


Por eso, tal vez, me he detenido en las luces y las sombras de tu poema, me ha gustado ver Ítaca en el horizonte siendo consciente de que estoy vivo.


He sido testigo, al leer tus poemas y demorarme en ellos, de que pasaba el tiempo, pero no me ha importado. 


Me he acercado a “El hombre que espera” y he visto mi reflejo de casi infinitos cafés en soledad, dentro de un café elegido, no en cualquier café, sintiéndome ajeno al mundo, más allá de la intemperie, no siendo la diana de mirada alguna, esforzándome en no buscar otras miradas, ni pensar que he perdido algo. Es cierto que he recordado el pasado, sabiendo que las pérdidas siempre tienen su origen en otro corazón humano.


Me he identificado, casi sin modestia, con los últimos versos. Creo que puedo hablar de amor, he vivido mis desdichas y las ajenas como mías, pero hace ya mucho tiempo que no siento humillación por nada que venga de mi pasado y tengo puesta la confianza en no protegerme del futuro.


Estoy de acuerdo contigo en que el odio no es para cualquier pecho. Deberían enseñar a los niños el poder de destrucción hacia ti mismo que puede generar el sentimiento de odiar. Alegrémonos de no ser pacientes de ese mal.


No niego que busqué el éxito en algún momento de mi vida, hace ya muchos años. Por supuesto, fracasé, de algún modo fracasé, pero opté por aprender y, a estas alturas, casi he olvidado el significado de esa palabra, esas luces no las voy a encender y creo que seré más, mucho más, feliz.


Ente la decisión y la duda, me quedo con el movimiento de la primera, no quiero la parálisis de la segunda. Tal vez por ello, tu poema “La duda” me ha recordado tiempos pasados, tiempos previos a la toma de alguna decisión relevante, la de no dudar.


¿Y qué decir del ardor, Raquel?. Ya sabes que me refiero al contenido del último poema de ese libro, el que habla de “La naturaleza inconsistente del ardor”. Tengo que decirte, aunque no te importe mucho, que lo he sentido y también he sentido el fuerte viento del norte que ha barrido todas mis esperanzas, pero creo que he aprendido. Ahora que ya no siento, al menos, algunos ardores, me siento más en paz, en un equilibrio que parece estable, pero que también puede ser barrido por cualquier viento. Tengo la sensación de que “las uvas ansiadas siempre están verdes”.


Bueno Raquel, caminando y caminando por versos y entre palabras, me he topado con una bifurcación. Un camino tiene un cartel que indica que es una vía sin salida y la otra me lleva a lo desconocido.


Descansaré un rato y luego nos vemos.


Gracias.


Un saludo,


Madrid, junio de 2022.

Isidoro Parra.




 

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