CARTA ABIERTA Nº 8 A BASILIO SÁNCHEZ.


Buenas noches, Basilio,


Si la tarea de intentar transmitirte algo en relación a tu poemario “Esperando las noticias del agua” era compleja y, probablemente, la resolví como casi todo, más cerca del mal que del bien, la que ahora se me presenta con tu libro “He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes” todavía se complica más.


Creo que es el último libro de poemas que has publicado. Para mí es ya la tercera lectura de este poemario. Una cumbre para no perderla de vista.


Intentaré quedarme a una cierta distancia entre la pedantería y la vacuidad.


El deseo de viajar de esa forma tan especial, para ir del Eufrates a Ravena, se ha despertado en mí con la tranquilidad de que precisamente ese tipo de viaje puedo hacerlo con la mente. Lo que no tengo tan claro es si podría percibir lo que dices en tus últimos versos:


“La realidad es un relámpago que persiste.

El sol es una piedra en la arcada del horizonte.”


No me resulta extraño que tenga que ser en un escenario como ese de la iglesia casi en ruinas, manchadas sus paredes por el fuego de innumerables incendios, donde haya que pensar en la esencia de los poetas: “El poeta es el hombre arrodillado”.


Algo parecido al paraíso me ha venido a la mente al leer ese poema en el que hablas del pájaro ciego, de la profundidades de la tierra, de las flores y del mosto, ese paisaje en el que has hecho descansar el equilibrio y la templanza:


“Acercarnos con afecto a las cosas 

nos permite intimar con lo sagrado 

que permanece en ellas.”


No tengo claro si agradecerte el consuelo o llorar por no haber podido pensar ni un sólo instante en que las estrellas pudieran acompañarme:


“No hay ningún escritor 

que no se sienta abandonado por las estrellas.”


Un lamento tan triste como bello, el que nos regalas en tu poema “El otoño me ha traído el silencio…”.


Oficio de escritor, humildad, aviso a los que se apresuran, ejemplo de sosiego, todo ello respirando y habitando tu poema “Amo lo que se hace lentamente…”.


No quiero ni contar las veces que he leído ese poema del que has sacado el título del libro. A mí también me gustaría descansar bajo la sombra del nogal y junto a los arándanos.


¿Existen los países compasivos?. Si se esconden en los desiertos, dime, Basilio, el nombre de esos desiertos.


Me gusta la rotundidad, sobre todo cuando hace referencia a la esperanza o, yendo algo más allá, a la espera de lo que se está seguro que existe, que nos aguarda:


 “Tengo fe en un otoño 

en el que mi esperanza sigue intacta 

y en el que mi remota confianza en el mundo 

todavía no ha prescrito.”


Con la intención de reproducir uno de los poemas que más me ha llegado, dejo atrás muchos comentarios sobre poemas o estrofas, sobre principios o finales de otros muchos poemas, pero me gustaría reproducir este sencillo y bello elogio del oficio de escribir:


“Uno empieza un poema 

por aquello que sabe 

y lo acaba por lo que desconoce.


Escribir un poema es andar sobre las aguas, 

confiarnos a lo bueno del mundo.


La primera conquista es la de la ternura.


Luego viene la de la soledad, 

esa conquista 

que nos abre las puertas del silencio.”


No hablas mucho de la muerte, Basilio, y no me parece mal, pero cuando lo haces, se nota la serenidad de la distancia, algo de realidad y también de hipótesis:


“…

Yo creo que no es el tiempo.

La muerte es una hipótesis 

que te acabas robando la posibilidad del horizonte.”


Este que te lee ya amaba el silencio, pero no sabía que el silencio era elegante:


“El silencio le deja a cada uno llegar a ser quien es.

El silencio es la elegancia absoluta.”


Bueno Basilio, me basta con que sepas que lo que escribes me hace mirar hacia adentro de mi mismo, me hace sonreír, pensar, plantearme nuevas realidades, todo un mundo.


Gracias por ello.


Hasta pronto.


Pamplona, febrero de 2022.

Isidoro Parra.



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