CARTA ABIERTA Nº 1 A ESPERANZA LÓPEZ PARADA


Buenas tardes, Esperanza.


Si un tiempo de gracia te ha permitido escribir el poemario que ha tomado el nombre de ese tiempo, te desearía, en primer lugar, que tu tiempo de gracia se alargara por varios años más, eso sí, sin el recuerdo, seguramente martilleante, de tus pesares, sin el recuerdo lacerante de los que se han ido si ello te produce pesar.


Es una tarde de principios de mayo y el sol de este inicio de atardecer baña con su luz brillante los árboles con sus hojas recién estrenadas que parecen querer absorber toda la energía que necesitan para crecer, para cubrir los troncos y las ramas que las sostienen. Todo en la naturaleza es renacimiento en cada primavera, todo es renovación de ciclos. Su pasar no es como el nuestro o, al menos, su recorrido es más largo.


Han pasado varios días desde que he terminado de leer tu poemario. Por eso, no sé si erraré mucho el tiro de mis pensamientos al recordarlo, pero lo hago con el peso de la huella que me ha dejado, una huella que me ha calado adentro, muy adentro.


He leído los poemas como si te estuviera escuchando, tarde tras tarde, el relato de tu duelo, doble en este caso.


Era un relato agridulce, amargo en la pérdida, dulce en la búsqueda de la luz que se sobrepone a las sombras.


En el primer poema, estableces ya un dialogo con Dios para borrar el tiempo del escenario en el que vas a afrontar esta batalla de pérdidas y de recuerdos, de entendimiento.


En algunos poemas, describes un paisaje oscuro, desolado, sin promesas ni certezas, sin deseos de reencontrarte con la vida. Lo entiendo.


Vacilas o acudes a los contrarios en tus poemas del “Génesis” para nadar entre las aguas de la duda, entre el abandono y la esperanza, con la presencia del tiempo y de la muerte, todos los versos rebosando belleza y serenidad, aceptación.


No sabía que podía ser así, pero al leer tu poema “12 de octubre”, he entendido la relación entre la niebla y la mirada destemplada, el convencimiento sonoro de que el dolor fructifica y que el tiempo más sensato tiene cartílagos verdes.


¿Y qué decir del membrillo?, esa fruta tan enigmática y tan bella. Como tú dices, tan compacto y tan impío.


¿Existen pausas entre la violencia y el dominio, Esperanza?. Creo que sí las hay, pero son breves, inquietantes.


Es inseparable de estos poemas, de los relatos que contienen, las múltiples visiones de Dios, amargas algunas, tal vez menos de las que debieran ser. También lo entiendo.


En Tiempo de Adviento, esperas mucho, esperas tanto que me haces dudar de si será posible que llegue todo lo que esperas o que si llega, lo haga cargado de tantos significados.


Me ha llamado la atención la forma de llamar a la soledad en la hora de la cena, sobre la mesa, la carne impar.


Poetizas el tiempo de gracia como un bálsamo para la herida, como una esperanza para el desaliento, como una posibilidad de luz en la oscuridad, pero no la pierdes de vista porque lo has vivido y porque has aprendido que es breve y eterno, como la belleza.


Más adelante, superpones la gracia al propio tiempo y lo haces dándole la posibilidad de actuar con libertad y generosidad, para que cada mañana y cada aire te abra una puerta.


Parece que ese 1 de enero ya ves otro horizonte, ya aprecias el haber sobrevivido, el estar ahí, donde estés, disfrutando de un descanso para el dolor, agradeciendo la cercanía de la glicinia, pensando en la flor venidera.


El tiempo de gracia sirve antes, durante y después.


Gracias a ti, Esperanza.


Hasta pronto,


Pamplona, mayo de 2022.

Isidoro Parra.



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