CAMINO A SANTIAGO. CAMINO AL INTERIOR. Vigésimo primera etapa.

DIA 9 DE OCTUBRE:

DE PONFERRADA  A PEREXE.


Comienzo a andar pasadas las seis media de la mañana, pensando hacer veintinueve kilómetros. Al acabar la etapa veremos.


Antes de seguir con el relato del día, es momento de comentar mi experiencia al salir del albergue San Nicolás de Flüe. Como ya he dicho en el capítulo anterior, el albergue está atendido por hospitaleros voluntarios que han atendido a los peregrinos con mucho afecto. Al salir, me he encontrado con Carlos y Rafa, dos de los hospitaleros más jóvenes. Les he dado las gracias y he hecho el intento de estrecharles la mano. En ambos casos, la respuesta ha sido: “NO ME JODAS, DAME UN ABRAZO”. Y me lo han dado, con fuerza y sinceridad. No sé lo que ha pasado, no encuentro la razón que lo explique, pero me he emocionado, me he aguantado, pero alguna lágrima se me ha escapado al salir. Posiblemente es la carga de los días en soledad, la distancia a mi casa, a mi gente, la propia soledad que me he ido fabricando día a día en el camino, mis distancias, mis silencios, esa actitud de anacoreta que va impregnando mi vida, pero también tiene mucho que ver la solidez del gesto de los hospitaleros.


Al salir de Ponferrada, puedo ver muchas pintadas anti capitalistas y ácratas en las paredes de las casas. Supongo que en la zona, de gran arraigo y conflictos mineros, se ha ido generando una sociedad dura, resentida y descreída, desilusionada por muchas promesas incumplidas, mucho esfuerzo y poca recompensa.


Sigo el Camino marcado, a la orilla del río y luego, al finalizar la etapa, me entero que la salida de Ponferrada señalada por las flechas está también recargada en unos tres kilómetros. Algún peregrino ha tomado la salida directa por la carretera y se ha ahorrado más de esos tres kilómetros. 


Tomo el desayuno en un pueblo, a la salida de Ponferrada, que no tengo claro si es un municipio independiente o un barrio de las afueras de Ponferrada.


Pasados unos cinco kilómetros desde la salida, el Camino cruza Columbrianos, una población no muy grande, pero que ofrece algunos edificios religiosos de interés, como la ermita del Santo Cristo de Fuentes Nuveus, cuyo nombre recuerda que nos estamos acercando a tierras gallegas, y la Iglesia de San Esteban, con su tejado de pizarra y su espadaña que va adaptándose a la tipología gallega con su piedra de granito y sus perfiles más duros.


También veo alguna casa antigua, con su balcón corrido y lucida con adobe, que dan testimonio de antiguas formas de vida.


 


(Antiguas casas de El Bierzo)


Estando a punto de salir de Camponaraya, mis intestinos reclaman acción urgente y busco un bar con mucha rapidez. Al entrar, pido un café y, como me parece muy poco consumo, pido una tostada con tomate y jamón que me la sirven gigante. Ellos me han puesto, como detalle, dos pequeñas rosquillas para acompañar al café. La sorpresa llega al pedir la cuenta: 1,80 euros. No puedo por menos de decirles que me parece lo más barato que me he encontrado en el Camino. Me dicen que son conscientes, pero que no quieren participar de la sangría que se hace a los peregrinos.


Al salir de Camponayara, dos sucesos.


El primero, que me alegra, la primera visión de un cartel de tráfico indicando la dirección LUGO y A CORUÑA. Nos vamos acercando.


El segundo, que me enerva: una mala señalización en el Camino nos lleva a varios peregrinos a meternos por un camino equivocado entre bosques que, después de andar más de un kilómetro, tengo que deshacer para volver al punto de partida. Es la segunda sobrecarga de la etapa, con más de dos kilómetros de lo previsto.

  

Pienso en el error, porque al volver al punto de partida veo la señal un tanto oculta y desvaída. Deducción: si en un cruce no ves una señalización, vuelve a mirar y mirar hasta que la encuentres.


Al pasar por Cacabelos, me encuentro con una gran actividad de personas y vehículos. Es día de mercado. Paro a sellar mi credencial en la ermita de San Roque y sigo mi camino.


Desde la mañana, observo una nube oscura que no estaba prevista por las previsiones meteorológicas. Pienso si no será nube y será humo de algún incendio. Pasado un rato se me reafirma la sospecha cuando oigo el sonido de helicópteros en la montaña y, cuando estoy llegando a Villafranca del Bierzo, puedo ver perfectamente las columnas de humo negro que se elevan desde un monte no tan lejano que, para mayor incertidumbre, creo que está en la zona de O’Cebreiro o sus alrededores.


No puedo dejar de referirme a El Bierzo, el valle por donde estoy pasando. Antes de llegar a Villafranca tengo el placer de pasar por sus viñedos, de variedad Mencia, que alfombran las colinas del paisaje. Además, la brillantez del día y los colores otoñales que han ido tomando las hojas de las vides, ayudan a crear continuamente, imágenes y paisajes bellísimos. Las montañas, a lo lejos, como telón de fondo en el horizonte, desgranan sus tonalidades azules.


Creo que el cultivo de la vid y la producción de vino dan carácter, suponen siempre un plus sobre otros cultivos, sobre otros paisajes. Noé nos dejó más de una planta a cultivar.


En medio de los viñedos y con esa luz, que reclama poesía, retomo a San Juan de la Cruz:


(Esposo)

Entrado se ha la esposa

en el ameno huerto deseado,

y a su sabor reposa,

el cuello reclinado

sobre los dulces brazos del Amado.


Debajo del manzano, 

allí conmigo fuiste desposada,

allí te di la mano,

y fuiste reparada

donde tu madre fuera violada.


No hay dos sin tres dicen. Y así resulta hoy, ya que en los kilómetros que quedan para llegar a Villafranca, se produce la tercera carga para el camino de hoy: tomo, junto con otros peregrinos, la ruta alternativa a Valtuille, en un cruce en el que la señalización alternativa de la carretera brilla por su ausencia. El camino, sin ningún interés, le añade otro par de kilómetros a la etapa.


Paso por Villafranca y a la entrada, en la bajada que da entrada a la ciudad, me sorprende la iglesia de Santiago, con su magnífica Puerta del Perdón. Desemboco ante el Castillo y sigo por estrechas calles que me adentran en la zona urbana, en cuya plaza hago alguna compra en la farmacia y me siento a descansar un rato tomando algo en la terraza de un bar.


Continúo mi camino y sigo buscando una Moleskine, pero no la encuentro en ningún sitio. Tendré que ir apuntando mis notas en algún otro tipo de cuaderno hasta que la encuentre y pueda transcribir y ampliar los comentarios.


Al salir de Villafranca, dejo a mi derecha la iglesia de San Nicolás el Real, hoy hospedería monumental.


Retomo el camino por la carretera y a los pocos kilómetros, volviendo mi vista atrás, puedo admirar una estampa de Villafranca con el castillo coronando los tejados de la ciudad. 


Andados ya unos kilómetros, en un cruce de carretera y autopista,  la ladera derecha del camino está cubierta de arbustos ya secos, pintados de un azul claro que les da una apariencia bastante singular.

 

El resto del camino se hace por una estrechísima senda entre la valla metálica y la carretera, hasta que ésta se amplia y el camino queda defendido de la carretera por un muro de bloques de hormigón.


A mi izquierda, un río estrecho, de montaña, me llena la mañana con una música agradable y mientras me acerco a mi destino, pienso en Santiago y Merche. Ella desde siempre, él más reciente pero con kilómetros de relación recorridos. Ella fiel a dónde le toque vivir, pero siempre con el recuerdo de su tierra en la mirada, generosa y vaciando su cariño en los que quiere, incansable, sorprendente, sin control a veces. Él más tranquilo, al menos en la relación personal, con puntos de encuentro profundos, sinceros, que espero no rompan otros temas, con ese humor rápido y brillante, con esos pensamientos hondos, sentidos adentro, como lo demuestra en silencio y con pocas palabras, construyendo y defendiendo afectos. Y Uxúe, una hija con varios padres y madres, todos los que le queremos a ella y a sus padres. Gracias a todos.


Llego a Pereje o Perexe cansado, pero sin mayores daños.


Elijo mi cama en el único albergue de la población y después de la ducha y enviar mi mensaje del día, me dispongo a organizar mi tarde.


Mensaje: “Vigésimo primera etapa concluida. 42.045 pasos y 34 kilómetros. NO era mi idea hacer tantos, pero un error de señalización y una ruta alternativa innecesaria, de fines turístico-económico me han hecho hacer más de 4 km. de más. Ahora ducha y descanso que mañana me espera O’Cebreiro. He ido de Ponferrada a Pereje (pasado Villafranca del Bierzo).”


Voy a comer a la terraza del bar, restaurante y hostal del pueblo, y conecto con el dueño del bar y con una pareja, andaluces, con los que entablo una charla amable. 


El dueño del bar, sentado enfrente de mí, empieza a hablar conmigo, intentando acercarse y sondeando el porqué de que yo hable tan pausado y comedido. Le doy alguna explicación de mi actitud parlante, con el mismo tono y mesura. Me dice que es del pueblo, que son dieciséis habitantes, que lleva viviendo allí toda su vida y que se ha separado este año. Lo que parece que va a ser una suerte de alabanzas a la vida bucólica, retirado del bullicio, hace aguas con algunas notas de su comportamiento hacia su hijo y hacia el personal que tiene, entre ellos una chica de Guanare, Venezuela, con la que comparto mi conocimiento de su tierra (cuando le hablo de ello su sonrisa se ensancha). A mis ojos, el jefe pierde valor y empiezo a ver cosas que no encajan entre su discurso y su vida real al conocer el hecho de que no lleva personalmente el negocio, trabaja en una ciudad y algún otros detalle que me despistan. Sigo con mi comida y mis lecturas.


El matrimonio, sevillanos, José María y Eva, con los que intercambiamos datos, están atrapados en una conversación con otros sevillanos, dos hombres de malas trazas, que hablan alto para que todo el mundo les oiga y presumen de conocer a personas ilustres de Sevilla, de haber vivido mucho y de conocer mucho mundo. A mí me resultan hasta ofensivos y algo de razón llevo cuando van apareciendo algunos detalles de gorronería y de falta de coherencia con lo que dicen. Observo que J. María y Eva me hacen gestos de estar soportando lo que no quieren y les invito a mi mesa, a tomar un café.


Hablamos y, después de comer, vamos al río a refrescar los pies y se abren: no tienen hijos (desconozco la razón y no pregunto), las familias de ambos son muy dependientes de ellos y les faltan espacios para estar solos. Ella se emociona, aunque han pasado muchos años, cuando habla de la muerte de su padre, etc., etc., No sé si esta relación, recién iniciada, dará para mucho, pero me parecen buena gente y, de momento, ha sido una pequeña muestra de convivencia.


Ellos son los que me dicen que, para hacer el camino diario, se guían también por Google y sus mapas y que hoy han ahorrado varios kilómetros con relación a los que yo he hecho.


Me quedo solo y encuentro hueco para darle forma al poema que me venía a la mente, cuando veía tanto cartel de “SE VENDE”, en las casas de la maragatería:


CAMINO AL OLVIDO


Al vender tu casa, abres una herida en tu futuro

y regalas tu historia al olvido.


Tu primera casa,

las ilusiones encendidas por estrenar,

los caminos del placer por explorar,

crecer, subir un peldaño hacia la vida,

el bullicio azul de las voces desordenadas,

las canciones y las esperanzas,

el rojo susurro de los placeres,

los horizontes imposibles,

las horas de compañías sin barreras,

la aceptación de la soledad como compañera,

todo lo que volaba y se estrellaba,

como los primeros amores,

como tu propio camino.

¿A quién los regalaste?.

¿Valió la pena el trueque?.


La casa de tus padres,

tus recuerdos más lejanos, 

los que apenas recuerdas,

la que escuchó tus primeras palabras,

la que te acogía y te asustaba,

donde estaban las nubes y los monstruos

de aquel techo enyesado,

el la alcoba de tus miedos, de tus escuchas.

¿Dónde quedaron las patatas y cebollas

puestas a secar en el suelo del granero?.

Aquél que pisabas con cuidado para pesar menos,

con miedo de que el suelo se hundiera bajo tus pies, donde descansaban los horrores imaginados;

la casa de donde saliste

para volver poco y desubicado,

de la que viste salir a tu padre, entre maderas,

de la que viste salir a tu madre con su equipaje ligero,

con su mente al aire de nuevas primaveras,

a la que solo volviste 

para rescatar algunos restos del naufragio.


Cuando vendiste esa casa,

abriste el camino al olvido,

dejaste puerta abierta a los recuerdos

y cavaste la tumba de tus antepasados,

pero la memoria es tenaz con la infancia,

como el alma con la belleza.


Igual hay que tirarlo, pero tenía que escribirlo.


Después de  leer un buen rato, termino “Guerra y Paz”, que me deja un sabor compacto en mi memoria, con recuerdo de buenos y elegantes capítulos y otros algo más pesados.


Vuelvo a cenar al mismo bar y vuelvo a coincidir con José María y Eva. Hablamos y quitamos algunas capas de la cebolla de nuestras vidas. No sé si buscamos algo o nos tanteamos, pero me siento cómodo, no me veo obligado a hablar más de lo que quisiera. Quedamos en vernos al final de la siguiente etapa, en O’Cebrerio.


Comparto una gran habitación de veinte camas con el pequeño grupo de canadienses con el que voy coincidiendo otros días, seis chicas y dos chicos, compartiendo un Camino más o menos paralelo. Son gente joven, alegres, pero discretos al mismo tiempo.


Recuento físico:

Pasos del día: 42.045. Acumulados: 709.212.

Kilómetros del día: 34. Acumulados: 574,1.


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