CAMINO DE SANTIAGO. CAMINO AL INTERIOR. VIGÉSIMO QUINTA ETAPA.

 DIA 13 DE OCTUBRE:

DE MOLINO DE MARZÁN A VENTAS DE NARÓN.


Hoy he salido un poco más tarde. Se me ha pegado “el saco” al cuerpo y he empezado a caminar a las siete menos cinco, sin desayunar. Por ello, he necesitado menos tiempo de frontal encendido.


Los primeros kilómetros se suceden con rapidez, siempre por suaves caminos envueltos en vegetación y con algunas visiones de pequeñas aldeas cuyos perfiles se desdibujan en las horas inciertas del amanecer. Intento sacar algunas fotografías de hórreos, pero la poca luz del día y el poco conocimiento de mi propia cámara, me hacen fracasar en el intento.


De todas formas, los hórreos que contemplo en la noche, débilmente iluminados por las farolas de las aldeas, tienen un aire fantasmal, como venidos de lejos, aparecidos para quedarse, para ser identidad de esta tierra.


Amanece con la suavidad de ésta época del año, con alguna sombra de nubes o de humo y la frialdad que abandona los verdes pastos para dar cobijo al sol que los baña.


Al pasar por Peruscallo, una pequeña aldea, me sorprenden los carteles anunciadores de venta de frambuesas. Efectivamente, en la puerta de algunas casas, han colocado unos envases de plástico llenos de frambuesas frescas, que parecen del bosque y no de cultivo. Compro una por un euro y degusto ese manjar rojo.


Voy andando mi camino, dejando a mis lados pequeñas aldeas y caseríos solitarios, hasta que llego a Ferreiros, donde me impacta el conjunto que forman el cementerio y la iglesia de Santa María, rodeada de tumbas, nichos y panteones, alguno de ellos digno de contemplar y fotografiar para recordar.


No puedo menos que apurar algunos de los últimos versos del Cántico Espiritual:


(Esposa)

Gocemos, Amado,

y vámonos a ver en tu hermosura

al monte o al collado

do mana el agua pura;

entremos más adentro en la espesura.


Y luego a las subidas

cavernas de la piedra nos iremos,

que están bien escondidas,

y allí nos entraremos,

y el mosto de granadas gustaremos.

 

Avanzo y voy dejando pequeños pueblos a mi izquierda y a mi derecha que parece descansen sobre las colinas y los prados, algunos de ellos con su iglesia rodeada por el cementerio.


En algunos de los pueblos voy viendo hórreos de todo tipo, unos más singulares que otros, pero todos dignos de una mirada o una pequeña parada.


Algunos de los caminos que recorro son un asombro y un regalo para la vista y los sentidos; parecen sacados de historias de gnomos y gigantes, de Frodo y Trancos, de historias eternas.


Después de un camino sencillo, cómodo, a pesar de que los kilómetros se van acumulando en las piernas, llego a un lugar desde el que puedo divisar Portomarín.


La primera visión de Portomarín que se ve desde el Camino es la del pueblo y la de su iglesia almenada. El pueblo, blanco, estirado a media colina y la iglesia de piedra.


Hay una bajada importante hasta Portomarin, rodeada de árboles que impiden ver el río, aunque se adivina su ubicación por la grieta ondeante que marca su curso entre las colinas y los bosque que las cubren. Es imposible no percibir la existencia de agua, de historia.


Bajo por un camino estrecho, casi esculpido en la roca, entre tapias de fincas. A pesar de estar indicada la prohibición de bajar por ahí para las bicicletas, dos ciclistas se arriesgan y provocan un tapón que nos hace perder media hora, con algún rasguño añadido para uno de ellos.


Pasado el incidente, el impacto es el del río, el de sus antiguos caminos que lo bordean, marrones de barro antiguo, restos de casas de piedra, ojos de ríos laterales, hoy secos y el puente antiguo ya derruido, todo ello sacado al aire por el bajo nivel del río y del pantano de Belesar. La piedra oscura de los restos de edificios, el verde vivo del musgo y la vegetación en las riberas del rio y los caminos pardos que han enseñado de nuevo su piel al aire, ofrecen un escenario para la añoranza, para la belleza perdida, para el disfrute de lo oculto; pero el Camino llama, sigue ahí y hay que recorrerlo.


En el centro del pueblo, al que se sube por unas empinadas escaleras y un torreón, todo es nuevo, huele a recién estrenado. En realidad, fue trasladado ahí en 1963 a consecuencia de la construcción del pantano. El único edificio a destacar es la iglesia fortaleza que se alza en la plaza, con una estructura de nave única y excesivamente alta. 


Así, el nuevo pueblo parece tener una atmósfera de limpieza quirúrgica, como de pueblo de vacaciones sin alma, demasiado aire puro a su alrededor.


Sigo mi camino y hago un pequeño repaso del día. Hoy me quedo con dos cosas:


                                                                    (Hórreo de madera)



Una de ellas, los pequeños hórreos, hechos de granito y ladrillos, otros de granito y maderas, otros de madera solo, unos más ornamentados y otros menos; unos más antiguos y otros más recientes; unos solitarios en el campo, otros junto a las casas; unos aislados, otros acompañados de macizos de hortensias; en todo caso, un símbolo de una cultura que todavía podemos admirar.


El otro tema son los cementerios junto a las iglesias. Aunque los vi por primera vez en Triacastela, lo que hoy he visto en Ferreiros y en algunos pueblos después, es diferente, más íntimo, más personal, más singular.


Continuo el Camino y, como en el resto de los días, los últimos kilómetros se hacen largos, los más largos del día, pero la belleza del paisaje me arrastra hasta la llegada.


Hoy también ha sido un día de pensar, de darle vueltas a lo avanzado del Camino, a hacerme un pequeño examen de lo que me está aportando, de lo metido que estoy, de lo cómodo que es estar tan metido, tan aislado, pensar sobre cómo vine y cómo voy a volver, en si he encontrado algo que pensaba encontrar o algo que no pensaba hallar, en qué me voy a llevar de todo esto.


Y me doy cuenta de la serenidad que me inunda, de la sutileza de algunos cambios, de mi mirada tranquila, de mi sosiego, de la paz que vivo y deseo vivir, del regalo que es tener la familia que tengo, los amigos que me quieren, tanta gente a la que querer. Me doy cuenta de la belleza, tan necesaria y tan presente en las cosas más sencillas, en un árbol, en un camino, en una sombra, en el canto de un pájaro al amanecer, en la sonrisa de un peregrino cansado, en el equilibrio de la naturaleza y el hombre, en el poder de la ilusión, en el abismo de los ojos de un niño.


Paso por Gonzar y Castromaior, donde puedo ver algún hórreo especial, su iglesia con la torre del campanario balconada y alguna casa solariega de lujo, con sus miradores, sus esquinas de granito y sus paredes blanqueadas. En la iglesia de Castromaior paro a sellar la credencial y a ver otro buen ejemplo de cementerio local que rodea la iglesia.


Por fin, llego a Vendas de Narón, apenas un pequeño grupo de casas en medio del camino, y a mi albergue “Casa Molar”.


Nada más registrarme, como cada día, mando mi mensaje: “Vigésimo quinta etapa acabada. De Molino de Marzán a Ventas de Narón. 36.897 pasos y 30,6 kilómetros. Uff.”


Me instalo, tomo mi ducha y cuido mis pies. Hago mi colada y me voy a comer al bar del propio albergue, en una mesa de la terraza, mientras el sol baña mis pies doloridos y voy viendo llegar a más peregrinos, entre ellos el grupo de canadienses con los que he coincidido en varias etapas y que perdí de vista en la etapa que partía de O’Cebreiro.


Preparo y cierro mi etapa del día siguiente y aprovecho para contestar a los mensajes.


Aprovecho el calorcito de la tarde para descansar y seguir con mis lecturas y la escritura de este diario.


Termino de leer “Mano invisible”, de Zagajewski, del que solamente voy a citar la última línea de su poema “Música en las bajas esferas”.


“Si supiera cómo abrir mi corazón.”


Le doy también un buen empuje a “Fragmentos”, de Steiner. ¿Cuánto sabe este hombre?.


Como tenía tiempo, y para cambiar un poco, he empezado a leer Gilead, de Marilyn Robinson. Es el libro propuesto para la próxima sesión de lecturas en Capuchinos.


Ceno con las chicas australianas en el mismo bar del albergue y me retiro a descansar temprano.


Recuento físico:

Pasos del día: 36.897. Acumulados: 837.048.

Kilómetros del día: 30,6. Acumulados: 679,9.






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