CAMINO DE SANTIAGO. CAMINO AL INTERIOR. VIGÉSIMO SEXTA ETAPA

DIA 14 DE OCTUBRE:

DE VENTAS DE NARÓN A MÉLIDE.


Hoy, por segunda vez, se me pega también el saco al cuerpo y pienso en el motivo de esta actitud de pereza que no había tenido hasta ahora. ¿Será la sensación de estar llegando, de que el esfuerzo a realizar es ya controlable, que la incertidumbre se disipa?. De todos modos, salgo a caminar poco antes de las siete de la mañana, todavía oscuro como boca de lobo; pero mi frontal me acompaña iluminando el trozo del camino que necesito para seguir andando en esa soledad que también me acompaña y con esa temperatura que me anima a acelerar un poco el paso.


La mañana se siente fresca, aunque sin llegar a pasar frío. Una capa de niebla baja inunda todo el paisaje a mi alrededor. De esa masa ligera de niebla se dejan entrever bosques, árboles y tapias, algunos animales, el sonido amortiguado de los coches que pasan por la cercana carretera. Percibo una sensación que no había tenido hasta hoy o que, al menos, no había percibido: al caminar por un núcleo urbano, por un descampado o por un bosque, cuesta arriba o cuesta abajo, vas notando espacios en el aire, colindantes entre sí, con diferentes sensaciones de temperatura, bolsas de frío a las que se suceden otras de aire cálido. Posiblemente, la soledad, el silencio y la atención que prestas a todo lo que te rodea, te ayudan a percibir estos detalles que en otros momentos y circunstancias te pasan desapercibidos.


Hoy, el camino de noche lo hago por carreteras que supongo transcurren por espacios y paisajes que no hacen que me pierda nada importante, aunque nunca se sabe.


Va amaneciendo y paso por algún pueblo con iglesia y cementerio que me parece un lujo, pero al amanecer, cuando el sol quiere atravesar ya la niebla, pero todavía son más fuertes las sombras, llego a Lestedo y me sorprendo ante la magnificencia del cementerio que rodea a la iglesia de Santiago. La sensación es algo fantasmagórica, pero de una belleza que te atrapa. Me siento transportado a un escenario gótico de amenaza y muerte, de silencio sepulcral que atenaza el alma y me pone en alerta ante cualquier sonido.


                                (Iglesia de Santiago y cementerio en Lestedo)


No estoy habituado a esa imagen y su visión, dejando a un lado las cuestiones contemplativas y de la belleza, me suscita pensamientos confusos, en los que la vida, la muerte y la eternidad vuelan en mi mente sin encontrar una rama donde reposar.


Por una parte, me recuerdan a escenas de novelas de duelos, novelas victorianas con sus dramas sosteniendo el argumento con la inevitable muerte en los pasajes más dramáticos.


Por otra parte, percibo una extraña unión de cosas que se acumulan con un resultado positivo. Parece que lanzaran un mensaje: solo en el entorno de la unión entre iglesia (fe) y la vida (los cuerpos) se puede dar la trascendencia.


También percibo otra sensación: la propia belleza de lo trascendental que se pone de manifiesto en el conjunto no es igualable por la belleza de un cementerio aislado en el que todo se ha dispuesto para que los huéspedes estén cómodos pero alejados de nosotros, como la peste; en tanto que en esta unión, si eres creyente, quieras o no, cuando vas a la iglesia a celebrar algún capítulo de la vida, haces partícipes del mismo a los que se fueron y, de esta forma, la continuidad es más explicable y el olvido más lejano.


Sigo mi Camino y atravieso los ondulados y suaves paisajes que inspiraron a Emilia Pardo Bazán en Los Pazos de Ulloa. 


Es un paisaje más dulce, menos agreste, propio para que la inspiración de poetas y escritores se abra con generosidad, se recree en la belleza que le rodea y se desparrame, como dirían en mi pueblo.


Y vuelve San Juan de la Cruz:


(Esposa)

Allí me mostrarías

aquello que mi alma pretendía,

y luego me darías

allí, tú, vida mía,

aquello que me diste el otro día:


El aspirar del aire,

el canto de la dulce filomena,

el soto y su donaire,

en la noche serena,

con llama que consume y no da pena.


Que nadie lo miraba,

Aminadab tampoco parecía,

y el cerco sosegaba,

y la caballería

a vista de las aguas descendía.

FIN


Memorizarlo me parece imposible, pero releerlo me parece un placer.

 

Se ven casas más señoriales, con fachadas de piedra y marcos de puertas y ventanas pintados de blanco, espacios que se perciben para la ensoñación y la paz del espíritu.


Atravieso un bosque de robles en el justo momento en el que más brilla el sol de esta mañana. Sus rayos penetran entre las ramas y crean rojos espacios de tal manera que parece que el bosque estuviera ardiendo.


                                              (Robles incendiados de sol)


Sigo el Camino y aparecen los primeros eucaliptus y no por ello, pero al mismo tiempo, casas, fincas y los propios albergues mejoran en sus ofertas.


En Galicia, proliferan los caminos hundidos, socavados.


En otras zonas, los caminos discurren respirándose el aire a ambos lados, sin paredes, al mismo nivel que las tierras de izquierda y derecha. Solo algunos árboles marcan, en algunos casos, los límites del camino.


En Galicia, muchos caminos están hundidos en la tierra; a ambos lados se elevan paredes de tierra y, por encima de ellas, las tierras de cultivo o los bosques se elevan y se sitúan a un nivel superior al de los mortales que vamos por el Camino.


Esa diferencia de altura y los grandes castaños o robles que construyen el arco sobre el Camino, le dan un aire de protección y sombra que en invierno protege del frío y de la lluvia y en verano, seguramente, protegerá del calor.


Los hórreos se suceden en diferentes formas, tamaños y materiales. Inundan el paisaje.


No hago muchos descansos en la etapa, lo que me permite darme un paseo por Palas de Rei.


A los pocos kilómetros hago una parada en la iglesia de San Xiao do Camiño, para sellar la credencial y admirar el conjunto de iglesia y cementerio.


Un poco más adelante, en Leboreiro, me encuentro con otra interesante iglesia, y varios hórreos circulares, hechos de mimbre.


Después, la llegada hasta Melide se alarga como un serial, solo interrumpido por el puente medieval de Furelos que atravieso ya con ganas de llegar. De hecho, a continuación del puente hay un conjunto de calles estrechas, bares y tiendas de artículos de regalo, pero no me detengo, sigo hasta el final de la etapa.


Llego a Melide, una población extensa y llena de vida, en la que destacan las pulperías y en la que se respira un aire norteño, atlántico, de negocios, de comercio vivo.


Tomo la cama en el albergue San Antón y mando mi mensaje diario: “Vigésimo sexta etapa concluida. De Ventas de Narón a Melide (entre Palas de Rei y Arzua). 35.277 pasos y 29,2 kilómetros. Ahora ducha y pulpo.”


Me ducho, hago mis curas y mi colada y, siguiendo la recomendación del albergue, como en un bar cercano un menú del día en el que se incluye un risotto de setas muy sabroso. 


Organizo mi etapa del día siguiente y reservo litera.


Aprovecho para leer un rato “Fragmentos”, de Steiner y darle un empujón a “Gilead”.


Después, salgo a conocer un poco Melide y a hacer alguna compra en frutería y en farmacia. Me encuentro con el grupo de canadienses y quedamos en cenar en “Evaristo”, una de las pulperías de Melide. Justo cuando voy a iniciar la cena me llevo el gran susto: he perdido el móvil.


Retraso el inicio de mi pedido para la cena y me voy a la farmacia en la que había estado, pero el teléfono no está. La farmacéutica, muy amable, llama desde su móvil a mi número. Da señal, pero nadie coge la llamada. Me temo lo peor. Recuerdo que al salir de la farmacia me he sentado en un portal de un edificio para quitarme las tiritas viejas. Pienso que se me ha podido caer ahí, pero no veo nada. Me voy al albergue, por si me lo he dejado allí, pero no lo encuentro.


Bastante inquieto ya en ese momento, le pido a la recepcionista que llame a mi número y lo hace. Afortunadamente, una señora coge la llamada y nos dice que es una vecina del inmueble donde me había sentado y que se lo ha encontrado al salir de casa. Me espera en el portal y me lo da. Casi no me lo creo. Todavía hay gente honrada.


Vuelvo a la pulpería y ceno oreja de cerdo y pulpo. En la conversación, una de las canadienses, casada, se plantea la posibilidad de comprarse un vestido nuevo para el encuentro con su marido porque el que había traído se le ha quedado grandísimo. Anécdotas del Camino.


Después, y bastante tranquilo, me voy a dormir con la tranquilidad de que me quedan pocas etapas. A la vista del alejamiento del huracán y la tormenta tropical, opto por tomarme los siguientes días con más tranquilidad.


Recuento físico:

Pasos del día: 35.277. Acumulados: 872.325.

Kilómetros del día: 29,2. Acumulados: 709,1.



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