EJERCICIOS DE TALLER XX. LA ILIADA.

LA ILIADA


Apenas había dejado atrás la niñez y, conforme iba creciendo, la llamada de los libros sonaba impetuosa en mi mente. Así, empezaron a llegarme siempre citas y referencias de otros autores a La Iliada, llamadas a esa fuente de la que tantos han bebido.


Yo, con escasa formación de base, acostumbrado a leer al Capitán Trueno y las hazañas bélicas, intentaba acercarme a ese texto y me estrellaba contra su solidez una y otra vez. Era como un muro de cemento contra el que chocaba produciéndome desconcierto y pesar.


Mis intentos me llevaban a una derrota tras otra y en mi interior iba calando la sospecha de que nunca iba a ser capaz de vencer esa montaña, porque era una montaña imposible de superar lo que iba pareciéndome La Iliada.


Aunque había momentos en que abandonaba el intento y me alejaba consciente, intentando quitarle importancia a cada derrota, en mí mente iba formándose la sospecha, negra como humo en medio de la lluvia, de que carecía de las capacidades necesarias, no ya para leerlo, ni siquiera para avanzar unas páginas en su lectura.


Esa nube negra iba cogiendo terreno y la sospecha se iba ampliando haciéndome creer que no solamente La Iliada se escapaba a mis posibilidades, que el círculo inalcanzable se ampliaba y me quedaban vedadas muchas lecturas.


Con esa sospecha fui creciendo y ganando años, ya que no capacidades.


Pasados los treinta, llegó un verano en que reposamos los huesos en una casa de Blanes, colgados sobre las costas del Mediterráneo.


Teníamos varios día por delante y, antes de salir de vacaciones, le pedí a Javier, mi librero de El Parnasillo en esos años, que me recomendara una versión de La Iliada, al tiempo que le hacía partícipe de mis dudas. Me recomendó la versión de Cristóbal Rodríguez Alonso, publicada en Akal/Clásica, que todavía conservo.


Allí, en la hamaca, frente a la piscina y la línea siempre lejana del horizonte marino, me puse a la tarea.


Y se hizo el milagro, leí y leí, sin descanso, con ansiedad, descubriendo personales, hilando las historias, sorprendiéndome con los versos, con la intensidad de cada página.


Pasaban los días y yo devoraba páginas, hacia un final que no deseaba que llegara. No leí más libros en esas vacaciones, pero no fueron necesarios.


La lectura de La Iliada bastó y sobró, me hizo gozar y volar al pasado, admirar la obra, minimizar el asombro por nuevas lecturas, recuperar algo de confianza en mis posibilidades lectoras.


No creo en la mejora de mis facultades, pero tal vez había llegado a la edad en que podía disfrutar ese libro, como se llega a la edad para saborear un buen reserva.


Desde entonces, mantengo el recuerdo de algunos pasajes, como la conversación de Príamo con Aquiles para reclamar el cuerpo de su hijo.


El recuerdo no me abandona y cada año que pasa, llama a mi puerta con más insistencia.


Creo que intentaré volver a vivir el idilio.


La lectura de La Iliada no solamente fue una fiesta en sí misma. Sanó algunos miedos y me hizo recuperar confianza en mí mismo.


Pamplona, septiembre de 2020.


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