CAMINO DE SANTIAGO. CAMINO AL INTERIOR. VIGÉSIMO SÉPTIMA ETAPA

DIA 15 DE OCTUBRE:

DE MELIDE A SALCEDA.


Hoy, sobre el papel y a consecuencia de la decisión de regalarme tres últimos días tranquilos, no tengo muchos kilómetros por delante. Por ello, alargo unos minutos el despegarme de mi saco y, antes de salir, desayuno en la cafetería del propio albergue, mientras vivo un momento de zozobra . 


Solamente por asegurarme de que llevo todo, doy un repaso al material de uso diario y se produce la zozobra: por mucho que miro, no encuentro la cámara de fotos, esa ayuda que llevo en mi bolsillo derecho del chaleco.


Repaso las dos mochilas, saco todo, palpo todos los huecos, la ropa y cualquier otro objeto, lo vuelvo a meter todo repasando cada rincón, subo a la habitación y con el frontal, para no molestar a los que todavía duermen, repaso todo: NADA. Ya me voy poniendo nervioso; vuelvo a repasar las mochilas y nada de nuevo. Vuelvo a subir a la habitación y, tras mirar suelos y aledaños, palpo con detalle la cama y la encuentro entre el colchón y la sábana desechable. Suspiro y desayuno con tranquilidad.  Parece que la concentración está volando lejos de mí estos dos días.                           


Inicio el Camino con mi frontal encendido. Pienso que el tiempo de uso del frontal es aleatorio. Depende de factores como la hora de inicio de la etapa, del camino por el que discurres (no es lo mismo andar por zona urbana con farolas encendidas, como en el campo, como no es lo mismo andar por campo abierto que por bosque cerrado), de si está o no nublado. Por tanto, unos días lo cierras a las ocho, otros a las nueve y otros no lo abres.


De todos modos, la cabeza, en esas horas de camino nocturno por el bosque, se me va a otras épocas y pienso que debía ser bastante fácil, casi hasta tentador, ejercer el bandolerismo. Las posibilidades de asustar, atracar y escapar escondiéndose en los bosque, tenía que ser más que factible. Menos mal que estamos en otros tiempos con sucesos de ese tipo menos frecuentes.


A la salida de Melide, me encuentro un precioso crucero en pleno casco urbano.



(Crucero en Melide)


El Camino, como en otros días, es un rompe piernas de subidas y bajadas, a veces suaves, a veces no tanto, entre caminos sombríos, y en el valle de cada subida y bajada un pequeño riachuelo de aguas oscuras para refrescar la vista y los oídos. Es otra consecuencia de estar en Galicia.


Mi primera parada es en Boente, para visitar la Iglesia de Santiago que, a pesar de lo temprano de la hora, tiene luz interior y está abierta con un voluntario del pueblo para atender a los peregrinos. Sello la credencial y descanso muy poco contemplando los amplios espacios del interior de la iglesia, con paredes limpias, despejadas de barroquismos. Me ha extrañado un poco que todo estuviera tan abierto y atendido pero, pensándolo un poco, deduzco que la hora tan temprana de apertura obedece a que ésta es una de las pocas iglesias que permiten sellar la credencial entre Sarria y Santiago y, por ello, tendrán que dar servicio desde una hora bien temprana para los peregrinos que, como yo, buscamos el amanecer en el Camino. 


Cada vez se ven más eucaliptus que, poco a poco, van canibalizando a los bosques autóctonos.


Voy pasando por pequeños núcleos urbanos, con casas de piedra tostada y hórreos de diferentes formas, colores y materiales. Uno se pregunta la razón de la existencia de estos habitáculos que solamente conozco en otras tierras húmedas, pero siempre más escasos que en Galicia.


A la llegada a Ribadiso de Baixo tengo que pasar un viejo puente sobre un río tranquilo que bordea un conjunto de casas armoniosas, rodeadas de vegetación. Un pequeño oasis en medio de una naturaleza también verde. Hay lugares que tienen algo que los diferencia, que los hace quedarse en tu retina. No sé si es la luz, la disposición de las casas, la vegetación, los colores, pero te dan un golpe en la pupila con su belleza para quedarse contigo para siempre o, al menos, por largo tiempo.


Los caminos largos, vegetales, umbrosos, se suceden uno tras otro. Parece que los caminos te llevaran en el aire hacia tu destino del día. Caminos de Ulloa y tierras en las que surgió la inspiración para Emilia Pardo Bazán, y no me extraña.

 


(Caminos de Ulloa)


No voy haciendo demasiado caso a los millones de frases, mensajes, etc. que decoran o manchan (depende de cómo lo mires) las paredes, los pilones del Camino, las tapias y cualquier espacio libre, pero me fijo en una y se me queda: “El tiempo no pasa, nosotros sí”. Estoy seguro que me va a dar que pensar. Creo que tengo asumido que la muerte vendrá, pero siempre me resisto a perderme lo que no podré ver y, al pensar esto, no me refiero tanto a nuevos avances tecnológicos, sino a la naturaleza que todavía no he visto, la naturaleza que nunca me canso de admirar. 


Llego a Arzúa, que no me parece que tenga, al menos a la vista, mucho interés para quedarse a visitar nada. En un bar de la propia calle principal, en la terraza, paro a almorzar un plato de zorza con patatas fritas, tal vez un poco demasiado grande pero que tenía ganas de probar hace días, como plato claramente gallego que recordaba de otros momentos. De todos modos, me quedo satisfecho y me da fuerzas para el resto del camino.


En lo que me queda de recorrido contemplo varios hórreos de mayor tamaño, con las paredes de piedra de sillería y madera oscura.


(Hórreos de UIloa)


Antes de llegar a Salceda, me sorprende la vista de los miles de botellines de cerveza vacíos que cuelgan de los plataneros o reposan sobre las tapias, las mesas de la terraza o el suelo del jardín de un bar ya cerrado en estas fechas.


Sigo el camino y llego a Salceda con más de tres kilómetros sobre lo previsto en el trazado de la guía.


Llego al albergue más referenciado de este enclave, el de El Boni, almeriense que ha hecho el Camino siete veces y que acabó abriendo este albergue en el Camino. Dice tener mujer e hijo en Almería y creo que no le queda mucho tiempo para dar por finalizada esta experiencia de hospitalero. Ahora, según me cuenta, lo va a traspasar y va a empezar otra experiencia laboral, de comercial en la empresa de un amigo.


El Boni va recibiendo a los peregrinos con el mismo mensaje: “Yo no hago las cosas como en otros albergues que lo que primero que hacen es pedir el DNI y la pasta; yo, lo primero que quiero que hagas es ver el albergue, que te duches, etc., etc. y si estás a gusto, te quedas”. En fin, una pose, creo yo, pero lo cierto es que el albergue, con muy poco encanto, tiene lo que necesitas como peregrino y es el único que tiene hidromasaje de pared en las duchas.


Mando el mensaje del día: “Vigésimo séptima etapa concluida, de Melide a Salceda (entre Arzua y Pedrouzo), 33.418 pasos y 28 kilómetros. Ahora a comer y ducha con hidromasaje.”


Me ducho con algo de hidromasaje, curo mis pies y hago mi colada, como todos los días. Hoy, mi ropa no va a ver el sol y tardará en secarse.

 

Siguiendo los consejos de El Boni, me voy a comer a un restaurante de carretera, con buena apariencia, a doscientos metros del albergue.


Regreso al albergue y me dispongo a aprovechar lo que queda de la jornada.


Leo y contesto a los amigos que me han respondido a mi mensaje de hoy.


La tarde está húmeda, llueve y aunque parece que las nubes están bajas, lo cierto es que lo que oscurece el cielo y tapa el sol es la cantidad de humo en el aire, proveniente de los incendios de la zona que nos rodean por todos los lados. El fenómeno deja al sol prisionero y sucio, como deja sucio el suelo y todas las superficies donde se va depositando la ceniza.


Me quedan dos etapas y algo relacionado con éste hecho me afecta, se deposita en mi piel y me bloquea en algunos momentos. Creo que no quiero acabarlo, pero me doy cuenta que esto no es la vida real y tampoco quiero confundirme hasta ese extremo. 


Procuro pensar en otros aspectos, en lo que el Camino me ha dejado ya encima y dentro de mí. Pensando y pensando, mi mente me lleva a los ojos y a la mirada. Creo que una de las cosas que me ha aportado es una nueva mirada, una mirada más reposada, más tranquila, una mirada que no tiene prisa, que quiere entender sin juzgar, que quiere ver la belleza de cualquier pequeño detalle.


No sé por qué, pero pienso en mi hermana, el último eslabón que, por edad, queda entre la parca y yo, mi única hermana. Ya son más los años que me separan con mis descendientes que con mis mayores. Mi hermana que fue mi madre algunos años, que siento que me quiere con locura, que no sabe o no puede controlar los sentimientos sin incorporar un derecho de pertenencia, que me daría la vida, que entiende lo que me rodea sin entender lo que le rodea a ella, pero que todavía llena un hueco de mi vida, que dejará un vacío irrellenable. Gracias por aquellas cosas, detalles y gestos que no valoras y que son los que me hacen sentirte cerca.


Escribo este diario y también leo hasta acabar Fragmentos, de Steiner. Terribles algunos párrafos del último capítulo dedicado a la Amiga Muerte:


“Bendecidos están aquellos que se van más o menos intactos, en posesión de sus recursos mentales, entre objetos que atesoran y mediante la vía del sueño. ¿Cuántos son?.”


“El suicidio encarna, respalda la libertad. No elegimos nuestro nacimiento. Pero podemos reclamar la autonomía de nuestro ser, de nuestra “autoposesión” –un término definitivo- al elegir la manera y el momento de nuestra muerte.”


“La eutanasia, asumidas las precauciones indispensables, debe volverse una opción básica.”


“Solo entonces, para usar los términos de Epicarnio, la muerte en verdad se volverá una amiga, una invitada de honor incluso al rayar el alba.”


Hora de descansar. La habitación solo tiene tres camas y paso una buena noche. Antes de acostarme avanzo unas cuantas páginas de Gilead.


Recuento físico:

Pasos del día: 33.418. Acumulados: 905.743.

Kilómetros del día: 28. Acumulados: 737,1.


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