CARTA ABIERTA Nº 1 A ANDRÉS TRAPIELLO


Buenos días, Andrés.


Me enfrento a esta carta, la primera que te dirijo, en una mañana gris, en la que las nubes se deslizan con lentitud por el horizonte como una esperanza que está a punto de cumplirse, la de la llegada de la ansiada lluvia que tanto necesitamos.


En esta carta quería hablarte de mis sensaciones vividas al leer tu poemario “Segunda oscuridad”. No es el primero tuyo que leo. De hecho, hace un par de meses leía tus cuatro primeros libros de poemas, todos ellos concentrados, fuertes, prisioneros de tus tierras leonesas y de las adoptadas extremeñas.


Tengo que decirte que este libro, el de “Segunda oscuridad”, me ha parecido más ligero, vuelan las palabras más sueltas. Por la cabeza se me ha pasado la duda de si la edad que nos va cubriendo nos aligera la palabra o es el cansancio el que nos libera de lo superfluo.


Me ha gustado encontrarme con un poemario que versa sobre temas tan diversos. Probablemente, vamos teniendo cada vez más temas sobre los que hacer descansar nuestros pensamientos.


En algún momento de la lectura, he tenido la sensación de que los poemas flotan en la calma en la que han sido escritos.


Cada uno llevamos a cuestas nuestros paisajes, nuestros escenarios. En tu caso, permanecen en tu retina el campo, los árboles, los pájaros.


Tu primer poema, “Mesa”, me ha transportado a la mía, a los cuadernos acumulados, a los papeles pendientes de archivar, a los libros pendientes de leer. En tu caso, te has enfrentado con el poema hasta hacerlo ajeno, de todos. Le has dado la importancia al poema, no al poeta.


No sería malo recordar eso de que “a la vida se viene ya enterrado” que citas en tu poema “De la mano”. Tal vez, si lo hiciéramos seríamos algo más humildes, pero, sobre todo, aprovecharíamos más lo que nos queda por vivir.


Carnalidad y cercanía han sido los sentimientos que me ha despertado tu poema “Regalo de cumpleaños”, la madre, el mosto, el pan. Nada más cercano y más carnal.


En otro camino, en el de tu poema “A unas rosas secas”, me he encontrado con la ligereza de los colores y la fragancia de las rosas, secas en este caso, con la precisión de la descripción.


En “Cierzo” he percibido un juego de entregas y reservas, con la mirada puesta en un carrusel de momentos y experiencias, con la “casa reposada, en silencio, cansada de velar”. Le has entregado al viento tus certezas, las que habías considerado ya firmes y que almacenabas en ese armario. Supongo que te quedaban otras nuevas sobre las que caminar.


De esa casa vieja que describes en “Dos naranjos” me ha parecido especialmente hermoso cuando dices que el camino que la propia casa ha tomado para “aprender a ser ruina lo ha hecho sola”, sin olvidar esa despedida en la que reconoces que los dos naranjos han vencido a la maleza “y resplandecen para sí, para todos, para nadie como todo lo que es inalcanzable”.


He sonreído cuando he leído en tu poema “Golondrinas” esa visión de “las higueras perfumando su sombra como un postre”, porque lo he pensado y es una imagen real, pero ha sido necesaria tu sensibilidad para verla, para sentirla. No menos original me ha parecido el regalo de las golondrinas, “tan grácil que se nos da ya envuelto con los lazos que en sus vuelos dibujan ellas mismas”.


Aunque podría detenerme en otros poema, he dado un salto hasta el de “Labores del campo”, la forma en la que la casa escucha el arroyo toda la noche, su “silencio tan silencioso”, que hace que “el tiempo parezca eterno, cuanto más largo más corto”.


En este poema, permíteme que reproduzca los últimos versos:


“Tiene de la primavera 

el aire su gran misterio: 

nos hace cerrar los párpados 

y olerlo como los ciegos”.


En “Cielo estrellado”, he intentado que mi soledad y yo viajáramos de la forma en que tú has descrito que viajan los náufragos.


Me ha hecho pensar el final del poema “Los dos cielos”. Hablar de la esperanza siempre infunde respeto:


“Mientras el hombre viva como un cántaro roto 

su esperanza vendrá también del suelo.”


También he sonreído con tu poema “A una hoja seca”. ¿Quién no se ha encontrado al volver a abrir un libro ya leído hace tiempo, con esa flor o esa hoja seca que un día guardaste entre sus páginas? ¿Qué recuerdos resucita en tu memoria?


Mucha solemnidad en tu poema “Cuando moría”, tan bello como la vanidad de ser diferente.

 

Y, para despedirme, Andrés, el final de tu poema “Niños en la calleja”, el último del libro:


“A la primera estrella fugaz que vea esta noche 

le pediré eso mismo: alguien que al lado, 

cuando llegue el momento de partir, 

me asegure fingiendo que el camino 

no puede darme miedo, y yo lo crea.”


Gracias, Andrés, por estas horas tan íntimas.


Pamplona, octubre de 2022.

Isidoro Parra.




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