EJERCICIOS DE TALLER. UN RIDÍCULO SIN ESPECTADORES.


UN RIDÍCULO SIN ESPECTADORES.


Tengo que reconocer que en mis escritos doy muy poca cabida al ridículo. Este sentido, como el del humor, parece que tienen poco espacio en mi naturaleza, hecho que no implica que no haga el ridículo muchas veces y que no disfrute con el humor, pero mi genética no parece que tenga los dispositivos que me permitan ponerlos activos por mí mismo.


Con este condicionamiento de entrada, he dado vueltas y vueltas a mi cabeza para identificar una situación, propia o ajena, vivida y reconocida como un ridículo que mereciera la pena relatar, pero mi memoria se ha resistido.


Ayer, por fin, acudió a mi mente un suceso que me ocurrió en el año 2017, haciendo mi propio camino a Santiago y, a pesar de que el incidente no tuvo espectadores y el tema es bastante escatológico, me atrevo a ponerlo en el papel. Ya que estoy seguro de que el relato será mediocre, o menos, espero que no resulte muy desagradable.


Era el día 10 de octubre de 2017 y me dispuse a recorrer la vigésimo segunda etapa de mi camino, entre Perexe y O’Cebreiro.


Había desayunado temprano y ante la amenaza que suponía la subida a O’Cebreiro, me puse a caminar a las seis de la mañana, muy temprano, con mi frontal encendido, iluminando tenuemente el camino que tenía que recorrer.


Caminaba en absoluta soledad por el borde de una carretera amplia, pero sinuosa, ese tipo de carretera que, entre montes, se pliega al curso sinuoso de un pequeño río que desciende de las cimas.


No veía las luces de ningún otro peregrino, ni delante mía ni detrás. Circulaban pocos coches a esa hora.


Poco antes de llegar a Trabadello, una llamada urgentísima de mis tripas, me hicieron desviarme de la carretera buscando un espacio íntimo, algo más oculto. A pesar de que no pasaba nadie por la carretera, eso podía cambiar y, además, tampoco me parecía correcto dejar pruebas en el mismo sitio por el que iban a pisar después otros peregrinos.


Una vez agachado, las prisas, la poca visibilidad. la necesidad de intimidad y el peso de la mochila, consiguieron desequilibrarme y perdí el equilibrio, cayéndome con todo el equipo hacia atrás, apenas realizada la tarea.


La caída se produjo encima de unos zarzales grandes, secos y con muchas espinas que se clavaron en mi pierna y en mi nalga izquierda, dejándome un abundante rastro de sangre y una señal difícil de quitar.


Con la dificultad de no poder ver realmente el daño producido, se me pasó por la imaginación si no iba a ser mi último día de Camino.


Como pude, con la sangre corriendo por mi pierna, me recompuse y en ese momento, mi primera reacción fue mirar a mi alrededor por si alguien me estaba viendo.


Ni el dolor, ni la abundante sangre, ni el desconocimiento exacto de la situación de mi piel herida, me impidieron sentir esa sensación de prudencia o vergüenza por si alguien podría estar contemplando el ridículo de caerme en ese sitio, con mis partes íntimas al aire y en medio del zarzal. 


Lógicamente, ese momento dio paso a mis primeras carcajadas cuando fui consciente del ridículo de mi actitud de preocuparme por si me estaban viendo, en lugar de ponerme a solucionar los daños. 


A mi alrededor todo seguía oscuro ciego, como boca de lobo. Ninguna luz se divisaba ni se escuchaba paso alguno. A esa hora, ni las moscas se acercaban a buscar mis restos.


Como pude, tras recorrer, más o menos, un kilómetro, llegué a una gasolinera con un hotel de carretera, en el que me lavé, me sequé y me protegí un poco para poder acabar la etapa.

  

Fue llegando la claridad de la mañana y pude observar que el paisaje había cambiado por completo: ríos pequeños que bajaban de las montañas, rodeados de árboles, prados verdes donde pastaban las vacas y un ambiente húmedo por todas partes, tierras con alma gallega y gobierno castellano. Mirara donde mirara, el color era verde, todos los tonos del verde, con algunas sombras oscuras en lo más profundo del bosque.


A lo largo de todo el camino de ese día, me venía el recuerdo del ridículo de mi actitud al buscar espectadores, por encima de las posibilidades y de la realidad.


Enero de 2022.

Isidoro Parra.




Comentarios

  1. Has logrado situarme en tu lugar y has hecho brotar una sonrisa causada por tu relato donde el ridículo que temías se ha convertido en humor divertido. Y es que las anécdotas escatológicas bien contadas hacen que nos sintamos pequeños y ridículos, lejos de la supremacía que nos creemos poseer y además nos hacen al menos sonreir. Ana

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  2. Bueno, Ana, la realidad fue como la cuento y el sentido del ridículo que tuve todo el día fue patético. Así somos de simples. Gracias por leer mis pensamientos y por comentarlos. Isidoro

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