CARTA ABIERTA Nº 2 A JOSÉ CEREIJO

CARTA ABIERTA Nº 2 A JOSÉ CEREIJO


Buenas tardes, José.


Hace ya unos días que terminé de leer tu poemario “Los dones del otoño”. Lo había dejado descansar porque era ya la segunda o tercera vez que lo leía y, una vez más, me había dejado noqueado.


Hondura sería la palabra, hecha sustantivo, que elegiría para definir tu libro, y le pondría el apellido de delicada, porque es como seda sobre la piel, como un velo transparente sobre los sentimientos del que lee.


Me permito decir estas palabras porque estoy seguro de que no las vas a leer nunca, ni tú ni el resto del mundo, aunque estén colgadas en mi blog que navega entre el silencio y el olvido.


Halagar no es fácil, al menos para mí. No me gusta hacerlo ni que me lo hagan, porque creo que es la antesala de la idiotez, pero hablar bien de un poema, de un verso corto o largo, es responder a una llamada, venga de donde venga.


Leo tus poemas y casi veo llegar a las palabras sobre el desierto del papel. Parece que se han ordenado solas, ligeras, como si estuvieran dispuestas a saltar del papel en cualquier momento, a volar hacia otros paisajes, a otros ojos que las lean.


Has dado libertad de movimiento a las palabras.


Así, he recibido también un primer golpe de realidad al final de tu poema “Paseo”. Nada de tonterías, la realidad es un guante de boxeo:


“Mala cosa 

cuando tu mismo ser es una despedida 

silenciosa y secreta”.


Paz y serenidad que te inunda el cuerpo, que se posa en tu piel para quedarse a dormir contigo, esa es la sensación que me ha producido leer tu poema sin título que comienzas con la palabra CONTEMPLAS para hablar del atardecer.


Y unas pocas páginas adelante, ese poema que comienza con “Y ASI” para hablar también de la serenidad en la hora de la llegada de la muerte, sin estridencias, acogiéndola o, al menos, aceptando su presencia sin levantar la voz.


Cómo no sonreír al ver cómo comparas ese verde retenido por el otoño con el de tu propio corazón cuando sonríe a la vida.


Palabras sueltas, reunidas por azar o por la mano tocada por la gracia una tarde cualquiera, volcadas sobre un papel, traídas desde el corazón en el que han nacido, el mismo que las ha sufrido y al que, después de escritas, han salvado.


No me extraña que hayas comenzado ese poema con la palabra “PIENSA” porque, efectivamente, hay que pensar cada verso para encontrar la sutileza de la sencillez, el mensaje eterno, el guardián de lo esencial.


Una gran lección de exilio, de migración, en esos consejos de viajar ligero de equipaje, de poner la esperanza en el destino y no en el punto de partida, de apostar por la llegada y quitarle importancia a la partida.


Hablas de la hermandad de la tierra con nosotros y los elementos, para regalarnos un final que es como la apoteosis callada de un festival de fuegos artificiales:


“Y cuando 

esto se comprende, también debe ser fácil entender 

que ese vínculo llega hasta el final, que incluso 

el dolor, la muerte, la propia nada, son 

de la misma materia que nosotros”.


Cómo no estar de acuerdo, José, en que el otoño es el comienzo del ciclo anual en el que el cuerpo va hermanándose en colores, en el ritmo de la respiración, con un tiempo que también baja el nivel de su voz, de su luz.


Paciencia para mirar a la vida y para vivirla, despacio, sin descanso, con mirada de amable aceptación, todo eso y mucho más transmite tu poema sobre esos dones, la paciencia y la vida.


Escuchar y oír, amar y aprender, realidad silenciosa, como tú dices, José.


Ante el final de tu poema “¿Por qué, si lo real…” solamente puedo estar de acuerdo con lo que dices aceptando que sea posible:


“No es ella quien se niega: 

somos nosotros quienes raramente 

sabemos escuchar, estar en la actitud 

desnuda, reverente,

de quien está en un templo, o en la cercanía 

del milagro, o acaso en la amistad, 

serena y silenciosa, de la muerte”.


Con la misma naturalidad que con el otoño, conversas con la cotidianeidad de las escenas de los velatorios, con la misma muerte, con la vejez, y con todo ello construyes una morada amable en la que cobijarse.


La luz, las flores, la calma, la tarde, las sombras, todos ellos objetos, momentos, sensaciones para meditar sobre la vida,


Tus poemas son aceptación, con mayúsculas, de la vida.


La reflexión profunda, la atención a lo cotidiano, la mirada atenta al detalle, la sublimación de la sencillez, son algunos rasgos de tu poesía.


Así lo he leído, así lo he sentido y así lo creo.


Gracias por todo, José.


Pamplona, noviembre de 2022

Isidoro Parra


 


Comentarios

  1. He leído con verdadero interés (y gratitud) los detallados y sensibles comentarios que has dedicado a mis dos últimos libros. Te escribo para agradecértelos de veras; éste es a veces un oficio bastante solitario, y respuestas como la tuya a lo que uno va haciendo, un ánimo y un apoyo realmente bienvenidos. Lo comento por aquí porque no incluías otra dirección a la que poder dirigirme para darte las gracias, que como digo son de veras. Un poema, o un libro, sólo existen, vuelven a existir, realmente, cuando alguien los lee; y esa existencia es particularmente íntima, además de intensa y gozosa, cuando ese leer tiene la altura (y la hondura) del tuyo. Mil gracias pues, de nuevo, y un abrazo,
    José Cereijo

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  2. José, gracias a ti. Te indico mi correo electrónico que, en mi opinión, tienen todas las personas que entran en mi blog: isidoroparram@gmail.com. Si quieres enviarme otro tuyo, te enviaré una respuesta más personal a tu comentario. Gracias, en cualquier caso.

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