ENIGMAS. MISTERIO Y SILENCIO.

MISTERIO Y SILENCIO 



Lo bello nos obliga al respeto y al esmero.

Byung-Chul Han: Loa a la tierra


Acuarela: José Zamarbide



La densidad y la ligereza -contradictorias en sí- llenan este espacio de puertas abiertas y cerradas.


Pingyao es un cofre lleno de tesoros, un museo de la vida en sus piedras y en cada recoveco de sus estrechas calles.


Este viaje por China, en 2010, está resultando una sucesión de descubrimientos para la mirada, un mosaico de recuerdos que se acumulan en nuestra memoria como un fresco oriental.


En esta ciudad antigua, detrás de cada puerta se oculta un escenario de sueños no imaginables, llenos de sugerencias, de silencios vestidos.


El polvo acumulado en las paredes y en las maderas consolida la imagen de permanencia de este almacén de ilusiones para el alma.


A pesar de la mancha de tierra que cubre cada ladrillo, se respira el orden y la limpieza diaria a la que son sometidas las superficies de cada rincón.


Observo ese patio desde la calle, como un espía tímido. El color y los objetos que veo me dejan inmóvil, en una actitud de respeto. Su silencio silencia todavía más mi propio silencio.


En el centro de la imagen, esa vasija de porcelana blanca profusamente decorada con todas las intensidades del azul, que siempre evoca viajes hacia el pasado, da testimonio de la importancia del lugar y de la elegante sobriedad que solo precisa de un objeto bello para atestiguar su grandeza.


En la pared, ese altar encajado entre ladrillos viejos, ennegrecidos, en permanente cuidado y atención, mantiene vivas sus ofrendas.


Esos aleros pintados, testimonio de otras costumbres, demostraciones del amor por la belleza, han sido respetados por el polvo de los años que no ha conseguido  apagar la sutileza de sus formas ni los han ocultado a los ojos que los miran.


Esos espacios abiertos y los dinteles; esas puertas cerradas que prometen más, sobre todo aquello que no podremos ver pero que la imaginación engrandecerá y mantendrá vivo, igual que un deseo insatisfecho.


Si hago el esfuerzo de ir quitando cada objeto: la vasija, el altar, los colores oscuros, la madera, ¿qué queda?: el silencio. 


Por eso, y tal vez, si no fueras silencio no dirías tantas cosas, no serías. Tal vez seas un ente hecho de palabras mudas y polvo acumulado, solamente.


Sigo el rastro de las palabras de Byung-Chul Han: lo bello nos obliga al esmero y al respeto, al esmero del que te cuida y a nuestro respeto, insuficiente pero reverente.


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