EJERCICIOS DE TALLER. DIARIO DE SIETE DÍAS

 


DIARIO DE SIETE DIAS DEL MES DE JULIO DE 2022.


1, VIERNES.

Inicio este diario atrapado en una tarde en la que solamente se respira calor. Es quince de julio y son las seis de la tarde, deslumbrado por la calima y el humo que parece llegar desde los incendios que asolan Las Landas, en Francia.


Normalmente, un diario comienza a relatar lo que sucede en el momento más próximo o inmediatamente anterior al instante en que se está escribiendo, pero hoy quiero hacerlo recordando el día de ayer, 14 de julio, un día lleno de vivencias y generador de recuerdos para el futuro.


Soy socio de una sociedad gastronómica, Gaztelu Leku, que tiene el hábito de hacer un uso público de la sociedad como bar durante los Sanfermines. Los socios hacemos guardia colaborando en diferentes tareas, cocina, bar, etc. y uno de nosotros asume el papel de responsable de día, coordinando a los socios que le acompañan para dar el servicio al resto de miembros de la sociedad y al público en general.


Como consecuencia de este tiempo de pandemia, nos han dejado para siempre varios socios y otros varios están en situación de imposibilidad física de prestar ningún tipo de apoyo. Debido a ello, me pidieron que me hiciera cargo del día 14 que, como todos sabemos, cierra las fiestas de cada año. Acepté y conseguí que un grupo reducido de socios y sus hijos se sumaran al grupo que quedó constituido con el simple nombre de “El 14”. 


Por la mañana bien temprano, me dirigí andando hasta la sociedad y aproveché la soledad de las calles ya amanecidas para terminar de leer el poemario “La liturgia del desorden”, de Luís Eduardo Aute, Sentí un placer extraño al realizar esa actividad sin contar nada en mi ciudad que favoreciera esa práctica en días como ese, pero hacerlo me hizo salirme un poco del espíritu festivo y sentir los poemas con otra disposición diferente a la que podía hacerlo otro día cualquiera.


Llegando a mi destino de ese día, leía los versos del poema “Como la muerte”:


“como la muerte 


la única diferencia 

es este tremendo esfuerzo 


este tremendo esfuerzo 

por respirar”


Soy consciente de la tristeza que encierran estos versos, pero a mí, en ese momento, me hicieron poner la mirada en el presente y me insuflaron las ganas de vivir el día con intensidad. Empezaba diferente y no sabía cómo iba a acabar, pero estaba sereno y tenía ganas de vivirlo poniendo todos los sentidos en hacer felices a los que me rodeaban.


Tomé un café en un local de venta de pan (uno de esos que últimamente se han convertido parte en despacho de pan y parte en cafetería) mientras veía la retransmisión del encierro del día. 


En la soledad de las primeras horas, puse manos a la obra en tareas como recepcionar los pedidos, trasladar mercancía del almacén a la sociedad y organizar el trabajo. Al rato, comenzaron a llegar los compañeros que me iban a ayudar. Distribuí las tareas, planificamos prioridades y nos deseamos pasar un buen día a pesar del trabajo que nos esperaba.


Los nervios iban creciendo conforme avanzaba la mañana y llegaba la hora de abrir al público, nervios que se incrementaron con la proximidad de recibir y atender a los más de setenta comensales que esperábamos. No importaba si nosotros podíamos comer o no y tampoco la satisfacción propia de ningún otro apetito. La atención estaba puesta en recibir a los demás, hacerles grata la estancia y placentero el llantar.


Todo iba saliendo como deseábamos, con ese tipo de perfección improvisada que se nutre de los buenos deseos, hasta que mediada la comida, nos llegó la noticia del inesperado fallecimiento, ese mismo día, de un socio muy querido. Afloraron otros sentimientos, rebeldía, dolor, tristeza profunda, ganas de cerrar el local, abrazos, incomprensión, rechazo de la realidad.


Pensar en cómo era él y cómo amaba la Sociedad y estas fiestas nos hizo reponernos y tomar la decisión de continuar, de hacer de lo que quedaba del día un homenaje a su memoria.


Llegaron amigos, socios, más abrazos, algunas lágrimas en la distancia. En momentos como estos, el silencio tiene muchos significados.


Pasó el día y hacia las once y cuarto de la noche, vivimos un homenaje casi improvisado, se silenciaron las músicas y el sonido de un txistu en la noche interpretó el “Agur jaunak”. Las peñas que se acercaron a la puerta de nuestra sociedad, encendieron bengalas rojas mientras una trompeta interpretaba “El silencio”. La intensidad de las emociones creció cuando hizo su aparición la compañera desolada que buscó el amparo de los que consideraba casi su familia.


Llegaron más socios y se vivió con igual intensidad el dolor y la alegría. Todo fueron buenos deseos y agradecimientos, otro legado de Maxi.


La jornada se prolongó con visitas queridas, cena y combinados hasta enterrar el dolor por unos momentos. Afloraban confidencias y confesiones, se magnificaban los afectos.


Más tarde, al borde de las tres de la madrugada, cierre, despedidas, agradecimientos, cuadre de cuentas y adioses con deseos de renovar la compañía en próximos años.


Hoy, el día de después, tras un descanso creo que merecido, todo ha tomado otra calma, otro rumbo y otras intenciones. 


He vuelto a mi monasterio donde me esperaban Txelo, Aritz, Adriana y Marcos. He vuelto a las tareas cotidianas y al descanso, al riego y el cuidado del jardín, a la espera de la llegada del otro hijo y su compañera, con los que tomaremos esta noche unas jarras de cerveza fresca para empapar los sabores de las pizzas que pensamos compartir en La Panpinela.


***


2. SÁBADO.

En esa transición tan repetida del nuevo día que llega cuando muere el anterior, me presento en el día 16 de julio. Madrugo porque tengo un despertador molesto que me ha crecido dentro hace unos años y que me impide dormir más allá de las seis y media de la mañana. 


Aprovecho esos minutos de silencio para contemplar el cresterío de Lóquiz que, con los primeros rayos de sol, toma un color brillante, rojizo. Solamente dura un par de minutos, pero es como el anuncio de la creación.


También aprovecho para retomar alguna lectura, especialmente el libro de Manuel Astur “La aurora cuando surge”.


Poco antes de que se levante el personal, comienzo a preparar la mesa del porche para el desayuno. Es una tarea que me encanta, seguir la rutina de preparar los zumos de naranja, las frutas cortadas, el aguacate, las tostadas, los cafés, las mermeladas, llenar de vida la mesa para que fluyan las palabras y vivamos ese pequeño milagro de encontrarnos y sonreír.


Hemos despedido a los nietos y a sus padres que iniciaban las vacaciones. Han sido tres semanas de abuelos cuidadores de nietos, siendo testigos de su crecimiento, menos grave que el nuestro, aunque no estoy seguro de si, en nuestro caso, habría que llamarlo decrecimiento.


Quedan por completar algunas tareas mañaneras, el riego, por ejemplo, y planificar la comida, lo que me lleva a desplazarme a Estella para buscar los avituallamientos necesarios. 


Aritz se ofreció a acompañarme y pude disfrutar de un par de horas de paseos, compras y confidencias sobre su estado de ánimo en relación a su trabajo. Siento que está bien.


Nos acompaña una luz mortecina que no puede brillar ante la barrera de la calima.


En un día como éste es más inoportuno de lo que suele serlo habitualmente el hecho de que fallezca un familiar lejano y tengas que desplazarte unos cuantos kilómetros para asistir a un funeral, intentado equilibrar el nivel del aire acondicionado del coche.


El evento se produce en Ujué y pude apreciar la desolación dejada por el incendio de hace unas semanas. Solo el marrón y el negro frente a nosotros. Para acompañarlo, el aire viciado que hacía pensar que el mundo se estaba quemando.


Aplastados por el calor, nos sumergimos en el frescor imposible del interior de la casa y nos entregamos al placer de la lectura, hasta que recibimos a otros miembros de la familia.


El calor era tan intenso que a las nueve de la noche todavía marca cuarenta grados el termómetro. 


Hemos tenido que aplazar la cena para poder salir al jardín a compartirla.


Ya entrada casi la media noche, la temperatura baja y empezamos a respirar.


Cuando paso unos días en esta casa, me siento apartado del mundo, dueño de mi tiempo y, sobre todo, equilibrado con la naturaleza y con la vida.


***


3. DOMINGO.

Hoy hemos madrugado para salir a andar un buen rato antes de que el sol se encabritara sobre las peñas que nos rodean y se activase el calor con el que había marcado los rastrojos y los caminos el día anterior.


Caminamos con Aritz y eso hace que el paso se acelere un poco. Hablamos de la situación del mundo, de la bondad o de los recelos que levanta la última cumbre de la OTAN celebrada en Madrid y de las consecuencias futuras que puede tener. Con mayor o menor, más acertada o más equivocada participación de cada uno de nosotros, no callamos en todo el recorrido, le damos poco descanso y poco silencio al inicio del día.


A lo largo del paseo, Aritz nos comenta su decisión de no esperar a después de la comida para irse a Madrid. Cree que si sale a media mañana, cogerá menos tráfico de entrada y podrá disponer de más tiempo para organizar su semana. 


Con esa noticia, preparamos un buen desayuno que prolongamos algo más de lo habitual y hacemos algún plan para los próximos meses.


Ya solos, todo vuelve a la normalidad que, en cierto modo, agradecemos. Se inicia una rutina ya sabida para ir despejando todos los niveles del frigorífico: cocina de aprovechamiento y compras cero.


Echo una mirada al jardín y planifico las tareas de los próximos días, con calma, aplazando su inicio hasta que pase este calor insoportable. Ahora, la única tarea es regar un poco cada día, para evitar que desaparezca la hierba y las flores que han brotado de las semillas que sembré a principios de año.


He seguido con mis lecturas y he acabado el relato de Manuel Astur sobre su viaje por Italia. Muy recomendable. Hace un recorrido de Noroeste al Sur, pero podría haberlo hecho de cualquier manera, porque lo importante no es seguir su recorrido, sino apreciar su forma de hacer y, sobre todo, de contarlo, su versatilidad al cambiar de tema de un día a otro, su sutil puesta en escena de su planificación literaria del viaje y de los libros que piensa leer -algunos ya los tengo leídos-, de las personas con las que coinciden pero con las que no intiman, pero, sobre todo, me parece magistral la forma en que cuenta lo importante, la historia de su relación con su padre, fallecido un año antes, una relación que apenas se hace presente al principio y que va surgiendo y creciendo a lo largo del recorrido para tomar cuerpo y dar sentido al viaje en los últimos capítulos del libro. Una forma diferente y elegante de contar un viaje y una parte del pasado del escritor.


El peso evidente del calor nos hace refugiarnos en la oscuridad de la casa, con las persianas bajadas, intentando aguantar la presión de la temperatura, ahogándonos en nuestro propio sudor.


Una vez anochecido, inicio una ronda de riego por necesidad de la tierra y de mis pies que voy mojando con la manguera como si fuera un descuido o una necesidad imperiosa.


***


4. LUNES.

Lunes amarillo, amarillo de los rastrojos, amarillo del sol, amarillo del calor y de la debilidad de los colores que nos rodean, aplastamiento del color y de los cuerpos.


Antes de que el sol caliente, Txelo y yo damos la vuelta al valle, pasando sobre el Urederra, por el linde de Los Siete Robles, dejando la carretera que se dirige a Galdeano, para tomar, en el crucero de Muneta, el camino que nos lleva a esta localidad, salimos de nuevo a la carretera para ir bajando hasta Larrión, a cuya entrada tomamos un camino de concentración que nos vuelve a llevar a las orillas del Urederra, hasta subir de nuevo a nuestra casa.


Mientras caminamos, leemos en voz alta poemas de Amalia Bautista. En algunos de ellos, nos detenemos y volvemos a leerlos, intentando la interpretación del contenido, el entendimiento de lo que se escapa.


Al llegar a casa, preparamos el desayuno en el porche mientras esperamos que llegue la furgoneta del panadero que recorre estos pueblos. Compramos solamente el periódico ya que tenemos pan congelado de estos días pasados.


Antes de que se eleve sobre nosotros el calor para aplastarnos sobre el suelo y nos haga encerrarnos en casa, riego tímidamente algunas cosas y tengo la oportunidad de contemplar un espectáculo. Revoloteando sobre los macizos de lavanda, un pequeño ejercito de mariposas blancas y verdes y amarillas, ligeras como un suspiro, ponen un punto de color y de vida en la callada vegetación. Me detengo a contemplarlas y acerco mi mano para sentirme acariciado, pero no tengo otra opción que retirarla porque entre las mariposas se agita inquieto otro ejercito de abejas y avispas que no me resultan tan amistosas.


El día transcurre pesado, encerrados en casa hasta el anochecer, aplastados entre sudor y sueños.


Comienzo a leer “La fuente encantada”, de Andrés Trapiello, un libro mitad prosa y mitad poesía, que resulta ser poesía total, en el que el autor relata esa parte personal de su vida que ha estado marcada por la poesía, 


Cuando me pongo a pensar en la vida en esta casa, tengo pensamientos contradictorios. Hay muchos momentos, muchos, la mayoría, que pienso que podría quedarme mucho tiempo aquí, pero no sé si es por lo que me aporta o por el ruido que aleja de mi vida y no sé si es más lo que aprovecho que lo que eludo. Por eso, también la siento en ocasiones como una trampa que me puede atrapar por la comodidad de dejarse llevar, de no plantearse nada.


***


5. MARTES.

Ningún cambio en el horizonte, ninguna nube, ninguna amenaza deseada.


Cumplimos nuestra rutina de paseo y de lectura de poemas. Seguimos con Amalia Bautista que da vueltas y más vueltas al amor, a los desengaños, a las traiciones y al deseo.


Hoy he pensado bastante en el paso del tiempo y, sobre todo, en su paso por mi cuerpo.


He sido consciente de ello mientras leía un poemario de Eugenio de Andrade que tenía la letra un poco pequeña. 


Últimamente, leo mejor sin gafas, pero hoy he tenido que probar de varias formas, sin ellas, con ellas, con el libro más cerca, con el libro más lejos, cambiando la inclinación de las hojas en relación a mis ojos. No conseguía ver con claridad y leer en paz, lo que, a su vez, me impedía disfrutar de los poemas.


Durante un rato he estado pensando en lo que esa dificultad significaba y no me ha agradado mucho reconocer que el tiempo está siendo implacable y justiciero conmigo también. He pensado que, tal vez, en unos años, estaré limitado para el ejercicio de la lectura, uno de los placeres que todavía puedo disfrutar y no me gustaba nada. De hecho, ese pensamiento me ha llevado a repasar otros deterioros en mi cuerpo, las dificultades para levantarme del suelo con un mínimo de agilidad, la falta de aire al subir las escaleras, la caída del cabello, el dolor de articulaciones, la fragilidad del sueño, etc.


No soy habitualmente hipocondríaco y también en esta ocasión, he aparcado los temores a un lado. Al final, a nada llevan y nada aportan, salvo a preocuparse por lo que no podemos cambiar y, como decían los estoicos, no merece la pena dedicarle tiempo a dirigir nuestra atención a lo que no podemos cambiar, es mejor poner toda la atención en la vida.


Hoy, como estos días pasados, nos visita una abubilla que se pasea por el jardín cuando nosotros estamos dentro de la casa.


Tal vez sea el pájaro más elegante que nos acompaña, con su cola rayada de negro y blanco, con su cresta orgullosa. Recorre el jardín, algo alejada de la casa, buscando semillas, gusanos, restos de comida. Su andar es pausado y siempre permanece atenta a cualquier ruido que se produce y la impulsa a volar hasta algún árbol cercano, pero si se produce el silencio, vuelve y se pasea como si estuviese reconociendo un espacio que fuera algo suyo.


Ya las vimos en la época de pandemia, pero habíamos dejado de verlas o tal vez es que nosotros no habíamos venido.


Los días pasan y se acrecienta la sensación de estar más alejados de la civilización de lo que realmente estamos.


Soy consciente de que tengo que dedicarle horas a estudiar el libro de texto de la asignatura a la que me voy a presentar en septiembre, pero este calor que nos envuelve me tiene parado en dique seco.


***


6. MIÉRCOLES.

Hoy parece que las temperaturas nos dan un respiro de algunos grados de alivio.


Volvemos a nuestras rutinas y aprovechamos algunas horas más en el jardín.


Ha sido un placer poder disfrutar un poco de las hamacas que estos días pasados eran un espacio imposible.


Sentados en el jardín, mientras leemos, es habitual que nuestro vecino, el milano, sobrevuele nuestras cabezas y nuestra casa. No he conseguido saber dónde tiene su nido, pero creo que tiene claro cuales son sus dominios.


Vuela en círculos amplios, unas veces muy bajo y otras algo más alto y, algunos días, al amanecer, lo encuentro posado en un poste de la luz que hay frente a nuestra casa.


Cuando se acerca, da unos primeros círculos entre nuestra casa y el valle, sin coger mucha altura; después sobrevuela nuestra casa y pasa sobre la iglesia elevando su vuelo, para alejarse durante unos minutos y volver hacia el valle.


Después de tantos años, se ha convertido en una seña de identidad de nuestro espacio.


Sigo leyendo “La fuente del encanto” y voy disfrutando de las páginas de Trapiello. A diferencia de sus diarios del “Salón de los pasos perdidos”, lo que nos cuenta aquí es más personal, más íntimo y más creíble. Tiene el valor de darnos a conocer los poetas que le inspiraron y le marcaron, poetas que nunca han dejado de estar a su lado, sus dificultades de los primeros años, la aceptación de la imposibilidad de vivir de la poesía.


Hace ya unos días que no hemos pasado por Pamplona y decidimos ir a dormir a la ciudad. Mañana tengo voluntariado en San Juan de Dios y siempre hay alguna gestión que hacer.


Como solamente vamos para un día, la intendencia del traslado se hace sencilla.


A pesar de la distancia tan corta, ir del pueblo a la ciudad es siempre un cambio de escenario, es dejar el silencio para llegar al ruido, es dejar espacios vacíos para encontrarse con lo que los llena, es perder el contacto con la sencillez y la dulce monotonía de la naturaleza, para que el asfalto sea el jardín, gris en este caso.


***


7. JUEVES.

Cambiamos el curso del paseo matutino y recorremos los verdes caminos del campus de la Universidad, próximos a nuestra casa de Pamplona.


Dedicamos la mañana a estar con algunas personas, a hacer algunas gestiones y a resguardarnos entre las paredes de nuestra casa.


No somos conscientes de la vida que nos quita este sol implacable y estas temperaturas asesinas.


Aprovecho para iniciar mis primeras lecturas en el libro de texto que tengo que intentar conocer e intento planificar mis tareas para los próximos días.


Por la tarde, voy a prestar mi servicio de voluntariado en San Juan de Dios. Me toca atender a dos personas con diferentes actitudes ante la vida, con diferente grado de aceptación de la realidad, con diferente mirada y distinta acogida a la persona que llega. Cada día me siento más cómodo en este servicio, cada día me aporta más. Muchos días, tras vivir esa experiencia de dos horas, me ratifico en la idea de que las personas nos acercamos a la muerte con la misma actitud con la que hemos vivido nuestra vida. Si hemos sido intransigentes, duros, vivimos lo que la vida nos trae con acritud, con mirada hostil, con resignación mal digerida. Por el contrario, las personas que han vivido su vida pensando en los demás, siguen llenas de gozo, con la mirada brillante, aceptando todo, viviendo lo que les toca.


Salgo del voluntariado y volvemos al pueblo. 


Nos quedan unas semanas que no serán tan tranquilas. Tenemos varias visitas anunciadas, pero todas de personas queridas,  Habrá que hacer compras, planificar comidas, bebidas, preparar la casa, decidir el emplazamiento de la mesa en el jardín, colocar la sombrilla, comprar hielos para refrescar el agua, recordar que tienen que dejar un mensaje en el libro de visitas, recibirles con agrado y despedirles con un suspiro de alivio cuando se van, fregar, limpiar, ordenar y retomar el pulso de los días.


Soy consciente del trabajo que supone pero, como decía mi madre, “Desgraciada la casa a la que no vaya gente”. No sé lo que es nuestra casa, pero en ese sentido tengo claro que no es desgraciada.


Pamplona, julio de 2022.

Isidoro Parra.



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