ENIGMAS. LA PAZ DEL RETIRO.

LA PAZ DEL RETIRO

 




con la tibieza de la melancolía

de poseerlo todo y no entender.

Jenaro Talens: De un lugar inconcluso (Otra escena).


Acuarela: José Zamarbide




Avanzar hacia el fondo de las cosas, cruzar puertas que no ponen punto final a un recorrido es caminar hacia el final de la vida: un sendero en búsqueda de la luz.


Eso debió pensar Carlos, el que fue Primero de España y Quinto del Sacro Imperio Romano Germánico, padre de Felipe II. Eran los años 1556 a 1558 y sobre sus hombros caía el peso de sus propias decisiones, que fueron muchas. Tal vez por ello, la de su retiro voluntario no necesitaba más explicaciones.


Cuando decidió vivir aquí sus últimos días, buscando la sencillez de la luz que no pudo disfrutar en su ocupada vida, paseó bajo estos dinteles envuelto en el silencio del buscado aislamiento.


Estoy en Yuste, en 2010. El monasterio, que nació como un cenobio para tres ermitaños hacia el año 1402, aguanta el paso del tiempo mientras conserva una historia de oraciones, de presencias más vivas que sus silencios.


A pesar de la decisión tomada, el emperador no estuvo solo. Su séquito le acompañó y veló por él. Su retiro no podía ser sencillo ni solitario: demasiada historia de grandeza en su vida. Aunque lo hubiera querido, la imitación a esos ermitaños de la orden de los Jerónimos fue difícil.


Solo los materiales empleados, el ladrillo, la mampostería y la sillería, sencillos, impregnados de austeridad, salvaron su acercamiento al silencio. También le asistió, en ese tránsito La Gloria, de Tiziano, que el soberano pidió contemplar antes de morir.


La gota y la realeza le postraron con frecuencia en su dormitorio, junto al coro de la iglesia, para no perder la ocasión de orar por sus actos y por los del mundo. ¿Qué misterios encerraron esas preces?, ¿qué grado de arrepentimiento sincero?


La iglesia del monasterio acogió sus huesos en 1558. Su hijo, construido el monumento que le encumbró, allá por El Escorial, no creyó que la morada de su padre, allá en Yuste, fuera la idónea para toda su grandeza. Carlos dejó dicho lo que quería, dónde  ansiaba reposar pero, a veces, las decisiones de la corte arrasan con los deseos más personales, los más íntimos.


Contemplo estos corredores, inundados de luz y de sombras. El entorno sencillo del paisaje que rodea el monasterio me envuelve. Acaricio la madera de esta puerta por la que pasó todo un emperador, un hombre mortal al cabo.


Estas maderas me lleva a otros tiempos: a la historia de mi país. Me hace pensar en lo que perdura y en lo que se pierde, en las señales de nuestro pasado grabadas en la piedra. 


Me pregunto si el entonces monarca más poderoso del mundo, a pesar de poseerlo todo, vivió sus últimos años con la melancolía de no entender su propia vida.


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