CARTA ABIERTA Nº 1 A RAYMOND CARVER

CARTA ABIERTA Nº 1 A RAYMOND CARVER.


Buenos días, Raymond.


Te escribo esta carta mientras amanece un nuevo día frente a mi, más allá de mi ventana, y la luz tenue, un poco azul y un poco gris, perfila la silueta de las montañas. Creo que es el mismo amanecer sobre el que has escrito versos y versos, el que trae cada día un poco de esperanza, el que disipa algunos miedos.


Lo percibo así, porque acabo de terminar de leer tu poesía, recogida en un sólo tomo por Bartleby con el título “Todos nosotros”.


No sé si tuviste algo que ver con el título, supongo que nada de forma directa porque para el momento de su publicación ya habías fallecido, pero seguramente tiene mucho que ver con el contenido de tus poemas, porque todos y cada uno de ellos son una historia de vida contada, una experiencia cotidiana que recoge un universo.


Hace unas semanas había leído la poesía de Bukowski, al que citas en varios de tus poemas, y sin establecer comparaciones ni nada aproximado, tendría que decirte que me gustó la poesía de Bukowski que tan directamente habla de la vida, pero tengo que decir que la tuya me ha deslumbrado.


Al principio, si no te centras, corres el riesgo de pasar por encima de tus versos como si de prosa se tratara, pero en un momento concreto, sin esperarlo, surge el relámpago y no te queda otra opción que rendirte de asombro.


A partir de ahí, tu poesía acaricia como una prenda suave sobre la piel y los recuerdos.


En tu poesía, nada es superfluo o tal vez sí, pero tu lo haces importante, necesario para la historia y el poema.


Hablando de lo cotidiano, de lo apenas perceptible, llegué a ese poema sencillo, inesperado y rotundo, íntimo como el aliento y el deseo. Me refiero al poema “Protegiendo a la número uno”, un canto de fidelidad. Pasas del reproche y del desdén al zarpazo de la soledad y la añoranza sin rupturas, integrando los unos y las otras.


Me ha gustado cuando en tu poema “Felicidad”, pones a la belleza en el escenario como actriz principal, dejando a un lado la muerte o la ambición, incluso el amor, que se quedan sin espacio para hacerse notar, sobre todo al amanecer.


El recuerdo es dolor y, a su vez, recuerdo pleno de vida en tu poema “Los viejos tiempos”, en el que celebras la amistad o la distancia, nunca se sabe.


En tus recuerdos, me refiero al poema “Nuestra primera casa en Sacramento”, nos regalas una historia que puede entenderse cargada de nostalgia, pero si uno lo relee se queda con la sensación de que son hechos ya superados, que no duelen, sólo forman parte de la vida.


Tu poema “A mi hija” describe un paisaje demasiado vasto, con demasiada vida y demasiadas miradas. Muchos desgarros a lo largo de tu vida, Raymond.


En tu poema “Lluvia”, has traído a mi recuerdo sentimientos comunes. Al no hablar de tus hijos, ni de tus mujeres, ni de tus amigos. Al hacerlo sobre ti, nos invitas a vernos reflejados en esos sutiles sentimientos.


Tu filiación al amanecer, al acto de madrugar para ver las indefinibles primeras huellas de la luz que se acerca o a la que nos acercamos, es compartida por algunos otros, Raymond. Entre ellos, yo, cuando en Amillano observo cómo los primeros rayos de sol incendian el cresterío de Lóquiz, como lo haría un heraldo con un toque de trompeta. En tu caso, es especialmente llamativo en el poema “Al menos”.


En “Tras días de lluvia”, hay movimiento, abandono, dejadez, lucha, miradas pero, sobre todo, hay paz, mucha paz.


“En plena noche con niebla y caballos” está preñado de incomprensión, pero también de interpretaciones abiertas a la mente del lector. Un regalo.


Tengo que decirte que me ha sobrecogido tu poema “Mi muerte”, pero no por la gravedad de los hechos o de las palabras que utilizas, sino por la aceptación, la integración de la muerte en tu vida. Apuesto por esa muerte, aunque nunca he ganado una apuesta.


Vida pura, cotidiana pero importante, llenando espacios, en tu poema “Un corte de pelo”.


Ningún poema como “Mi trabajo” para apreciar la calma del mar, de la playa paseada y la distancia y, sobre todo, la calma de la mirada.


Si tuviera que expresar un deseo, lo haría en relación con tu poema “Esta mañana”, rodeado de mar y de azul, con un grado supremo de aceptación de lo que la vida nos trae.


En “Madera de balsa” rozas todas las imprecisiones, los desconciertos y las heridas que la vida nos pone en la mochila.


He leído varías veces tu poema “Donde hayan vivido” y me he detenido en los desgarros, en las soledades y en esa mirada hacia el pasado que duele y acepta las limitaciones de la vida.


Creo que hace falta recorrer mucha vida, por caminos no siempre claros y despejados, para poder escribir un poema como “Límites”, cuyo final me ha dado mucho que pensar:


“Entendí que la traición es otra forma de nombrar 

la derrota, el hambre”.


He leído muchos de tus poemas en los que me ha parecido apreciar cómo la presencia de tu hijo abre una herida que atraviesa mucha de tu obra y eso me ha permitido observar otra dimensión de ti y de mí mismo.


Al final del libro, tus poemas escritos a modo de despedida, cuando crees que la muerte se acerca de forma inexorable, son mensajes que se quedan clavados en la mente del lector, en la mía, en este caso. Y me hacen desear poder decir algo parecido cuando vea llegar mi hora.


Gracias, Raymond, por todas estas horas en las que he vivido colgado de tus versos.


Hasta pronto o hasta nunca, quién lo sabe.


Pamplona, diciembre de 2022.

Isidoro Parra.

 







Comentarios

Entradas populares