EJERCICIOS DE TALLER. RECORRIENDO LAS ORILLAS DEL ARGA.

RECORRIENDO LAS ORILLAS DEL ARGA


No sé dónde lo he leído pero me viene a la memoria el mensaje de que los ríos son las arterias de la tierra. Os aseguro que lo he leído, no tengo la imaginación suficiente para inventarlo.


Creo que es cierto. Recorren continentes, países, desembarcan en océanos lejanos, bajan débiles de las montañas para ir cogiendo dimensión y fuerza en el descenso, llenándose del caudal de semejantes, todos a una; pero todo esto son generalidades que se pueden pensar cuando hablamos del todo. En este caso, tenemos que hablar de nuestra tierra, más concretamente de nuestra ciudad, a la que llega el Arga acariciándola por los costados que van del norte al sur, dejándose caer por el oeste de la ciudad.


He dicho acariciándola porque si miras el curso del río en una fotografía aérea, sus aguas van lamiendo los bordes de la ciudad como si ambos bailaran estrechando sus cuerpos, sin agresiones.


Así, ciudad y rio van construyendo la vida diaria de la ciudad.


Pasear por sus orillas, sobre todo desde que se han ido construyendo los caminos que las recorren, no es ninguna singularidad. Cada día, a pie, en bicicleta, sólo o acompañado, sólo o con animales de compañía, con paso suave o comiéndose los metros a la mayor velocidad posible, con tiempo seco o lloviendo, muchos hombres y mujeres se dejan impregnar por las notas húmedas que el aire transporta a lo largo del río.


Es difícil contar algo diferente a lo ya contado por otros. Tal vez haya que transmitir solamente la experiencia personal de cada uno.


En mi caso, los paseos por el Arga han formado parte de muchas mañanas de los últimos años, en algunos casos para serenar la mente, reordenar las ideas y subir un peldaño en la tortuosa escalera del equilibrio personal; en otros, para admirar la belleza de pequeños detalles, reales o imaginados, sacar fotografías que, después, enviaba a mi amigo José, que construía una nueva belleza sobre ellas con sus acuarelas que detienen y hacer volar la mirada.


En mis paseos, me he detenido a contemplar los reflejos plateados del agua, las sombras de los árboles sobre ellos, los patos que rompen la imagen para hacerla más viva. 



El río y sus reflejos, en esos casos, me ha hecho detenerme y contemplar la trémula imagen de lo perecedero, de lo que puede romperse sin ninguna intención, pero también el atractivo de la diversidad que nos impone el paso del tiempo, de las estaciones.


Otros reflejos, en vertical, buscan la profundidad del río, el origen de donde vienen sus aguas, el camino por el que se van, la perspectiva y el vacío. 



En invierno, cuando las hojas han caído, cuando se amplían los horizontes, cuando se desnudan las orillas, los reflejos representan la vida, la promesa del retorno de la naturaleza, la quietud que te invita a pensar más allá de ti mismo.


El Arga también es testigo del paso del tiempo y de las gentes de la ciudad, del nacimiento de ilusiones y del impacto del implacable paso del tiempo en ellas. Cuando las normas lo permitían, algunos pusieron sus ímpetus y esperanzas en formas de vida que se dejaban acariciar por las aguas del río.


Allí crecieron, seguramente, el fuego y las risas, el llanto y la tristeza. Generación tras generación, se sucedieron las noches y los días, los triunfos y los fracasos. De todo ello, se alimentó el río y su memoria.


En estas casas se vivía un poco de espaldas a la ciudad, fuera del ruido. Solamente se escuchaba el murmullo del agua sobre las piedras, los troncos que pesadamente arrastraba cuando sus aguas crecían y robaban algún árbol ya caído.


No tengo claro si la humedad del río o el frío de sus aguas mató la esperanza o de ello se encargó el tiempo que, para algunas cosas, se basta solo.




El Arga nos brinda también escenarios para la imaginación quijotesca. Si Alonso vio gigantes donde solamente había aspas de molinos, por qué no vamos a ver nosotros otros gigantes o guardianes, venidos de otros tiempos antiguos o de otras tierras, donde solamente hay viejas raíces descubiertas por el agua. 




¿Quién puede negar que yo he visto moverse estos pesados troncos para alejarse del agua que pudre sus fibras y pone en peligro su permanencia? ¿Quién puede decirme que no los he visto bailar y pelearse entre ellos por afirmar cuál de ellos es el más hábil, el más valeroso, el más fuerte? ¿Quién puede negarme la posibilidad de ver la belleza en lo que el rio y sus orillas me ofrecen? ¿Quién puede prohibirme soñar, aunque sea apoyando mi imaginación en lo que ya existe?.


También eso me ha dado el Arga.


En ocasiones he llegado a pensar que no me gustaría vivir en una ciudad que no tuviera rio. 


Creo que su presencia le da personalidad a la ciudad.


Y puestos a pensar en que el Sena está asociado a París, es suyo, lo mismo que pasa con el Tiber y Roma o el Támesis y Londres, ¿por qué no vamos a pensar que el Arga es de Pamplona, nuestro?.


Así lo vivo, así lo siento.



Pamplona, octubre de 2022.

Isidoro Parra.



















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