EJERCICIOS DE TALLER. ¿ERRORES?


 
¿ERRORES?


Creo que la vida es una lucha permanente de alternativas, de contrarios compatibles, de decisiones y de dudas, de caminos con varias opciones.


Cuando elegimos, optamos y desechamos, sin dedicarle tiempo a analizar las posteriores consecuencias de la decisión tomada, por no hablar de nuestra más que potencial incapacidad para analizar nada con la serenidad necesaria -y no estoy seguro que ese atolondramiento sea solamente consecuencia de la aceleración de la llamada vida moderna-.


Así, sin darnos cuenta, pasamos nuestros días en medio de un sin fin de decisiones, algunas imperceptibles que nos conducen por caminos que unos segundos antes ni siquiera habíamos entrevisto. 


No somos conscientes de las heridas que esos tránsitos nos dejan, nos vemos arrastrados por el capricho de un color, de una imagen, de un cuerpo, de un sentimiento, de una esperanza, por la certeza más incierta a la que hemos llegado. De inmediato, hacemos nacer y crecer la ilusión; las heridas aparecerán más tarde.


En esa lucha de alternativas, iniciamos acciones, asumimos riesgos que podemos entrever y otros que permanecen ocultos a nuestras previsiones.


Así que aciertos y errores se pasean juntos, en ocasiones sin cruzar palabra, en otras cuchicheando entre ellos, para que en muchos momentos de la vida, dejemos a unos atrás y nos abracemos con fe de hierro a los otros.


Si examino el pasado de mi vida, encuentro aciertos y errores. Dicen que aquellos nos adocenan y nos hacen dormirnos en la laxitud y la complacencia, mientras que de los errores, si los podemos diluir y resolver, si la herida no sangra en exceso y la podemos restañar, sacamos conclusiones y enseñanzas, pautas para nuestro futuro.


Podría ponerme a valorar si en mi vida ha habido mas de los unos que de los otros, en qué medida la inconsciencia ha sido la guía en mis decisiones de algunos momentos clave; si, además, el resultado de ese pensamiento me conduce a sentirme culpable o, por el contrario, bien valorado por las decisiones que he tomado, pero no lo voy a hacer en este ejercicio, al menos de esa forma acusatoria; bastante tengo con recordármelo a mí mismo de vez en cuando, sin contar con la tarea de gestionar las consecuencias de algunos, vamos a llamar, errores.


Me consuelo pensando, con un cierto desparpajo e insolencia, qué parte del recordatorio que vivo viene de críticas o consideraciones de los que me rodean y ahí entraríamos en otro terreno, en el del equilibrio mío y en -o con- el de los demás.


Así que, despejado de velos de culpabilidad y haciendo balance, por mi mente han pasado situaciones de mi vida que me han marcado. Puestos a inventariar, uno podría ser la familia en la que vine al mundo, pero en esa decisión no tenía yo mucho que decir y, además, lo importante no es el origen sino que nos hayan dado después la oportunidad de decidir, que nos hayan dado libertad para hacer elecciones personales y a mi me la dieron. 


Otra podría ser la elección de estudios en una edad temprana. En esta decisión, me acompañaban mi ignorancia sobre mí mismo, la falta de valentía y las limitaciones de recursos de mi familia. Para la reflexión que hoy me he propuesto, la voy a aparcar, demasiado compleja y poblada de matices.

 

Siempre he tenido una tendencia a vivir en permanente incertidumbre, asumiendo riesgos que muchos, más sensatos que yo, nunca se plantearían. No sé a qué parte de mi hemisferio cerebral pertenece el origen de estas decisiones, ni si tiene cura, aunque en estos momentos de mi vida eso carezca ya de importancia.


Me refiero a esa situación en la que uno deja un buen trabajo, seguro y con una trayectoria “brillante” a ojos de muchos, solamente justificada por el tedio le invade, porque el cuerpo y la mente le piden otros escenarios, otros proyectos, cometiendo un delito contra los usos y costumbres, incluso poniendo en peligro a su familia.


Todavía hoy, hay gente que me pregunta por qué lo hice, sin entender mi respuesta. No saben lo que esa decisión me inquietó también a mí, pero tampoco saben lo que me dio para el resto de mi vida laboral.


En las pocas líneas que me quedan quiero hacer mención a otro hecho que, a menudo, en la vida y en la boca de la mayoría de nosotros, ponemos de manifiesto como un error. Me refiero a la actitud de querer hasta dañarte, no poner freno a los sentimientos ni a la entrega, a ese salir de la zona de confort hasta poner en peligro tu equilibrio. 


Hay personas que consideran que el amor y los sentimientos hay que sentirlos o darlos con medida, aceptando de antemano que no nos van a devolver lo que merecemos, que, sobre todo, hay que cuidar de uno mismo y protegerse para poder hacer algo por los demás.


Creo poder afirmar que abogo por abrirse en canal, por querer esperando vivir todo aunque te caiga un aguacero que deje heladas tus esperanzas.


Apuesto por la entrega sin condiciones, huérfana de la espera de un retorno proporcionado.


Me apunto a olvidar por completo las medidas y las reglas.


Me embarco en una lucha personal, permanente y solitaria, por vivir los sentimientos desde el silencio y la aceptación.


Me hago servidor de la fidelidad como sentido de la vida de los afectos.


En esa lucha diaria, que se prolonga a lo largo de mi vida, reconozco que fallo y mis actos nos son dignos de mis palabras, pero persisto, lo intento, lucho por ello, no me rindo.


Cuando hago balance y este error -quién sabe si un acierto- es el hecho que se hace más vivo en este momento de reflexión, acabo aceptando que soy lo que soy gracias a todos los errores que he cometido y, entre todos ellos, me pesan más los que he provocado con las personas que se han quedado atrás, con aquellas otras para las que yo me he quedado atrás, con aquellas que esperaban algo de mi y nunca lo tuvieron. Todo me ha ido modelando, todo me ha dado. 


La reflexión me ha hecho llegar a un reconocimiento: son más errores las faltas de atención a los demás que el daño que me haya podido hacer mi desparrame, mi forma de vivir con y hacia los demás.


Siempre pensaré que entre una entrega que te haga sufrir y una parálisis del corazón, me alegro de optar por el dolor ocasional.


Siento que la vida me ha dado más de lo que merezco y he recibido más amor que el que he dado.


En un libro de poemas que he leído recientemente, mientras escribía este relato, y a propósito de estos pensamientos, me ha llamado la atención una referencia que la autora hace a otro poeta que, según ella, dice que no sabe de amor el que no puede “arder anónimo sin recompensa alguna”.


Noviembre de 2022

Isidoro Parra.

 




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