CARTA ABIERTA Nº 9 A BASILIO SÁNCHEZ

CARTA ABIERTA Nº 9 A BASILIO SÁNCHEZ


Buenas tardes, Basilio.


Hace tiempo que no he tenido oportunidad de enviarte unas líneas porque lo cierto es que nos has tenido demasiado tiempo a secas, aunque hablando de poesía, el tiempo tiene otra medida.


Recientemente, he leído tu último poemario, “El baile de los pájaros”.


No seré capaz, estoy seguro, de decirte todo lo que me ha hecho sentir y la cantidad de vivencias que la lectura de algunos poemas ha traído a mi mente, pero voy a intentarlo. De todos modos, la espera ha merecido la pena.


En tus primeros versos me he encontrado contigo, asumiendo el papel de Sísifo, con un alto grado de aceptación. Estoy hablando del poema “La piedra buena”. En él, nos has llevado por la eternidad de un solo instante, por el infinito breve de una noche, para hacer un reconocimiento: tu amor a la nieve, con la que te identificas en la forma en que te proteges del mundo.


En algunos momentos de mis recorridos por caminos cercanos y lejanos, me sentido caminar bajo las nubes y he admirado sus tonos, sus figuras y su compañía, pero a partir de hoy, después de leer tu poema “Los dones”, caminaré también entre ellas, intentado interpretar sus sentimientos.


No puedo estar más de acuerdo contigo, Basilio, en que la vida está cuajada de momentos, de gestos, de miradas y de palabras que no siempre hablan claro, y por eso, me uno a tu amor a lo indescifrable y lo secreto, porque es cierto que todo en la vida tiene siempre más de un significado, pero es difícil decirlo con esa precisión. Por eso mismo, entiendo el final de ese poema, “Un día claro”:


“Lo que más me emociona es lo que menos comprendo.

Para lo que es confuso e indeciso 

sólo pido un día claro.”


No he podido leer tu poema “Solos” como un relato sin más, como una descripción de un paisaje. Los últimos versos del poema sentencian al resto y, aunque es difícil hacerlo, intento verlo con menos desesperanza.


“Salvo la oscuridad y la pobreza 

ya apenas queda nada bajo la superficie de la luz.”


A lo largo de muchos poemas, nos has brindado tu visión, en los días en que trabajabas estos poemas, de la propia poesía, la has definido, la has situado en el trayecto solitario de un pájaro, la has puesto a caminar como una apuesta moral ante la vida. Me parece que tu vida está ya llena de poesía. Espero que aún puedas regalarnos algún poema más porque tienes que tener tapizada la piel de poesía. En otros poemas, has comparado a la poesía con un relámpago cuya luz sobrepasa los límites del bosque, sutil y profundo.


En un verso suelto, dentro de tu poema “En la casa de Dios”, nos hablas también de la poesía y nos dices que La poesía no es un logro, es un merecimiento.


En el poema que da título al libro, nos regalas un verso para robártelo, para guardarlo bajo la almohada, entre el zapato y el calcetín, en cada pliegue de la piel, en cada herida:


“Hoy he escrito una línea con la mano de Dios.”


También has tocado la edad, esa que antecede a la vejez, esa en la que comenzamos a ser conscientes de que ya estamos encaminados. Me refiero al final del momea “Mañana de otoño”:


“Para el que soy ahora, 

para el que ya ha hecho suyo el transcurso de su tiempo, 

el otoño no es algo que suceda, 

el otoño es una forma de vida.”


¿Es timidez lo tuyo, Basilio? o un lamento o una victoria cuando en tu poema “Tarde de lectura en el jardín” nos dices que fuera de la poesía es muy difícil, para un simple poeta, hacerse comprender.


Perseveras en contemplar o descubrir en cualquier esquina la importancia de lo simple, de lo inadvertido, de lo no cuantificable. Algo así nos regalas en los últimos versos de tu poema “Paisaje”:


“Me conmueve asomarme a la ventana 

y comprobar que el día 

aún tiene preferencia por las cosas inútiles.”


No había pensado nunca que las hojas de los árboles pudieran tener esperanza, pero a partir de ahora, intentaré alentarlas, hablaré con ellas y les daré la dirección de mi mirada por si quieren comentarme algo.


En este poemario, has puesto atención especial en lo inútil, en lo invisible, en lo indescifrable, pero al pensar en ello, lo traduces en versos que nos hacen pensar y quedarnos atónitos de la belleza de esas palabras que has elegido y ordenado como si estuvieras hablando con Dios.


“Las palabras que de alguna manera 

asumen lo invisible 

son las únicas 

que aún podemos decir con esperanza.


La poesía es la parte de uno mismo 

que es capaz de sostener la verdad.

Cuando has vivido mucho todo espacio es humano.”


Me has hecho pensar mucho en la emoción silenciosa de mi mismo, en la generosidad de la raíz, sea ésta la que sea.


Dices que de la muerte, entre otras cosas, dominas su lengua y sus costumbres. No es poco y todo es necesario para esperarla con dignidad. Buscaré una caracola solitaria a la que no hayan llegado los sonidos del mar.    


Era difícil esperar una cosa así en un poema que titulas “La zarza”, pero hay pocos finales que se puedan cerrar mejor y más acertadamente, Basilio:


“La memoria es un árbol rodeado de nieve.

Por todas las rendijas de las puertas entra el frío de la noche.

Lo inesperado es siempre la ternura.”


Quiero cerrar esta carta con un verso por el que has hecho caminar a la vida y a la muerte, otras constantes de este poemario y agradecerte la confirmación de lo que siento:


“Nuestra vida es, sin duda, el privilegio de la muerte.”


Y así, Basilio, he tenido que dar por finalizado el placer repetido de leer y vivir un poco tus poemas. Gracias y hasta pronto.


Isidoro Parra.

Pamplona, mayo de 2023


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