ENIGMAS. EL LABERINTO NARANJA.

EL LABERINTO NARANJA


 

Primero se pierde la vida

y luego se pierde la muerte:

y entre los dos se pierde el alma

con todo el tiempo que se pierde.

José Bergamín: Esperando la mano de nieve.


Acuarela: José Zamarbide


Los torii, arcos tradicionales que se ubican a la entrada de los templos sintoístas de Japón, son puertas ligeras, a veces llenas de tablas de escritura con los mensajes de los donantes de cada uno de ellos.


Estos que vemos, son el inicio de la ascensión a la cima del santuario de Fushimi Inari-Taisha, en las proximidades de Kioto. Desde este punto, más de mil doscientos escalones nos separan de la cumbre, en esta visita en 2016.


Los torii, en número que supera los treinta y dos mil en este solo templo, son regalos de hombres que han alcanzado el éxito y quieren mantener una amable comunicación con la deidad.


En el bosque que nos rodea, al que se abren con sutileza estas puertas, viven en paz los kami –espíritus de la naturaleza-, en comunión con miles de torii que se despliegan por senderos que, como una serpiente, recorren las laderas de la colina.


En el santuario principal se venera a la diosa Inari, deidad japonesa de la fertilidad, la agricultura, el arroz, la industria, los zorros y el éxito.


Aunque el origen de los torii, en este santuario, tiene un matiz oneroso, es imposible evadirse de la atmósfera espiritual de este recinto.


En el recinto de cualquier templo, son la frontera entre lo profano y lo sagrado. Por eso, pasamos bajo ellos callados, con la deferencia que merece cualquier creencia que sustenta la vida de los hombres.


El aire tibio que circula entre las columnas de los arcos, alivia el esfuerzo de la ascensión y nos identifica con esta tierra.


Cada puerta es objeto de admiración individual, ni diferenciada ni tampoco comparada.


Me detengo en cada tabla grabada y pintada en negro sobre cada pilar de los torii, y me lamento por no entender la lengua en la que están escritos los mensajes.


Me siento aturdido por el misterio que ha creado esta cultura y estas devociones, afinidades generadas -quiero pensar- en la debilidad y en las falsas ilusiones, pero vete a saber si soy yo el que se encuentra perdido.


Me salva la presencia de los kitsune, los zorros de Inari, blancos de pureza imaginada que se ocupan de traer y llevar los mensajes entre la deidad y los mortales.


Esta sucesión de tonos bermellón, me trae un equilibrio inesperado, una calma no perseguida, instantes de luz que vuela y lo inunda todo.


Aprovecho la frase de Bergamín para pensar en el tiempo que le dedicamos a la muerte y al más allá. ¿Será tiempo perdido entre la vida y la muerte?


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