ENIGMAS. LA ARMONÍA DEL COLOR

LA ARMONIA DEL COLOR 

 



Mirando atentamente, ¿qué garantías hay

de volver algún día?

José Antonio Gabriel y Galán: Un país como éste no es el mío


Acuarela: José Zamarbide



Transcurre el año 2018. Estamos dentro del templo de Changankha, en Thimpu, Bhutan y, desde la quietud de los siglos, las paredes nos hablan de la armonía de los materiales y ornamentos utilizados.


No hay estridencias en estos muros: el blanco que encala el viejo ladrillo; las maderas de puertas, aleros y hornacinas, cubiertas de pinturas entrelazadas, de símbolos que transmiten paz en sus formas y en sus tonalidades amables.


Todos los colores que han sido aplicados sobre las diferentes superficies forman parte de una invitación al recogimiento y la reflexión.


Yo me adentro por estas puertas abiertas, que me llevan a galerías, a patios, a templos, a habitaciones de descanso, … a otros pasos que dar.


Me dejo conducir con levedad, como transportado por ancianos vientos del Este, hasta crear un recuerdo en mi mente que pueda abrir en los fríos días del invierno, en los grises tiempos de un futuro que no sé si llegará para mí.


Respiro la quietud de estos dinteles antiguos, encajados en el ladrillo para ser acariciados por manos de todo el mundo, para dar esa sensación de materia conocida cuando acaricias con tus dedos su superficie gastada, pulida.


Tras una puerta como esta se accede a otras más trabajadas todavía. Cuanto más te acercas al misterio más solemnes son la madera y el color.


Si te dejas impregnar de lo que se respira en estos umbrales, vas dejando atrás la búsqueda de significados y te aplicas en posar una mano sobre la historia que acumulan, sobre los fríos que las han endurecido.


Por eso, no puedo perder detalle. Quiero que estas tonalidades, preludio de la paz que respiran estos muros, se me queden grabadas en la retina, para que el eco del recuerdo las acaricie y las traiga a mis sueños cuando me aleje de esta tierra.


Así construimos nuestra vida, olvidando contiendas, sacando el odio de nuestro corazón, llenando nuestra mente de recuerdos que nos harán crecer.


Mientras miro este esplendor de antiguos conocimientos y de creencias que han hecho vivir a este pueblo, acepto que será difícil volver a verlo. Por eso, lo tengo que mirar con más profundidad, llevarme algo de él para construir y engalanar mi casa, mi cuerpo al fin.

 

Ladrillo a ladrillo, los cimientos y los muros de nuestra existencia levantan el armazón que nos sostiene. Vienen de lejos, de nuestra infancia. Si en aquellos lejanos años tropezamos con alguna piedra o chocamos contra un muro insalvable frente a nosotros, nuestra es la tarea de borrar su huella y preservar los tonos con los que hemos ido pintando nuestra vida.




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