ENIGMAS. DE LA LUZ A LA SERENIDAD

 DE LA LUZ A LA SERENIDAD




Prefiero lo que miro a lo que creo.

Francisco Castaño: Ritual de ausencia (Breve esplendor de mal distinta lumbre)


Fotografía: Isidoro Parra.



En este viaje, en el año 2006, mi hijo ha guiado nuestros pasos hasta este lugar sagrado, en las cercanías del Tibet, en territorio chino.


Cerca de Shangri Lah se encuentra el poblado de Jiatang y en él, presidiendo el paisaje, el monasterio de Ganden Sumtseling. Apenas rodeado de algunas casas de adobe y madera minuciosamente pintadas, el santuario se encarama por la colina hasta llegar a la parte más alta. Cuando alcanzas la cima, todo se ralentiza.


El edificio central del monasterio preside la plaza más alta, cerca de las estrellas y castigado por el sol. Cercado por dependencias de alojamientos y comedores, nace de una amplia base para apoyarse en su parte superior en los dos edificios contiguos. Parece que los pensamientos más elevados y sagrados necesitan sostener su cansancio en otros cuerpos, repartir el peso de tantas esperanzas y peticiones puestas en su interior.


La puerta del templo no es de madera, ni está hecha con materiales nobles, apenas una tela marrón, algo áspera, sin adornos dorados, como las antiguas cortinas que protegían las casas de nuestros pueblos del calor y el polvo de las calles. Con el peso de aquello que tiene que perdurar, ese tejido cubre una fachada protegida. Solamente unos trazos blancos sobre el paño marrón transmiten el anuncio de lo que custodian: son los signos rituales que identifican sus creencias.


La puerta parece no existir, pero su fuerza pararía el impulso de mil gigantes. A través de su abertura, penetro en un mundo desconocido, extraño para la cultura que me ha sido dada. A pesar de ello, en su interior, no siento otra cosa que respeto. El silencio me contagia, la oración monocorde marca mi posición, el lugar donde me hallo.


En el interior me he olvidado de la puerta, ni siquiera la veo ni la siento, se ha borrado de mi mente.


Definitivamente, esta puerta es más densa que el mármol y más ligera que el vuelo de un ave azul al amanecer; está preñada de siglos de pensamientos y misterios.


Ningún rayo de luz atraviesa el paño que nos separa de la plaza. Cruzar esta puerta ha vuelto todos mis pensamientos hacia el interior del recinto y al mío propio, sin permitir el paso de una línea de luz. A pesar de ello, la penumbra no es oscuridad, es recogimiento, es postura para la oración.


Esta puerta es ligera, pero es una muralla para los sentidos y la experiencia.


Cuando salgo y me alejo de la puerta, hacia la luz inclemente del día, me llevo conmigo la amable penumbra de lo que guarda, la sombra que alivia la tensión, que hace un todo con mi cuerpo y mi mente.


La puerta es amable y la señal que deja es tan profunda como una herida en el alma.


En ocasiones se hace real el verso de Castaño: “Prefiero lo que miro a lo que creo”.


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