CAMÍ DE CAVALLS. ETAPA 2

CAMÍ DE CAVALLS, ABRIL DE 2023.


DÍA 2: 17.04.2023, DE CABO FAVARITX A ARENAL DE SON SAURA.


Iniciamos el camino de mañana, para no relajarnos. El viento se ha calmado y nos deja espacios vacíos, sin intrusos, para poder conversar mientras caminamos.


Ayer, nuestros esfuerzos iban dirigidos a protegernos de la tramontana.


Fluyen las preguntas sobre amigos conocidos. Nos ponemos al día, como se suele decir. Entre amigo y amiga, tocamos algunos temas personales, con el permiso de la prudencia, como siempre.


A pesar de la calma, hay momentos en que parece que la tramontana nos manda algún aviso para indicarnos que se ha calmado pero que puede volver en cualquier momento. Por hacer honor a la poética de los contrarios, está ausente, pero se hace presente.


El trayecto de hoy discurre por caminos algo más suaves y cubiertos de tierra suelta, ocre como si surgiera de las entrañas de la tierra, afirmando su antigüedad sobre la modernidad de los asfaltos. 



El horizonte, amplio como un amanecer, me produce una sensación de libertad, de inabarcabilidad del paisaje, de la vida. Todo es expansión, la respiración, el aliento más modesto, la mirada, todo se expande.

 

Reflexiono sobre este proyecto al comienzo de la etapa. Lo cierto es que me cuesta un poco  acostumbrarme a la compañía. Habituado a hacer los caminos en soledad, vivo este viaje como una experiencia distinta que me lleva a buscar momentos para adelantarme o retrasarme y poder conversar con el silencio de las piedras, aunque nunca pierdo el contacto, la distancia al otro siempre es medida, controlada. No nos perdemos nunca de vista. Nos sabemos presentes.


Por todos los sitios me acompañan los colores y el contraste del potente azul del mar con la espuma blanca de las olas que rompen contra una costa tan ocre y tan diversa como un paso de civilizaciones.


A nuestro alrededor y en lo que abarca nuestra mirada, parecen dormir los ecos del pasado.


Es un lugar hecho de sudor y de sal.


En esta isla, hasta los mojones que señalan el sendero a recorrer han sido fabricados pensando en la menor invasión posible de materiales que no sean de la zona.


 


Mínima invasión, máxima integración.


A los dos lados del camino, el amarillo de la ginesta, los blancos y amarillos de las margaritas, el fucsia de las alfalfas y el morado de los cardos, nos van regalando estampas para el recuerdo, mientras atestiguan la riqueza de la flora de la isla, especialmente visible en esta época del año, cuando los suelos guardan todavía algo del agua del inicio de la primavera y los soles del verano no han podido quemar tanta belleza.


Los cardos tienen la altura suficiente para que puedas contemplarlos mejor, a tu altura, para que los puedas ver y evitar pisarlos y sentir sus pinchazos. No parecen silvestres ni agresivos. Da la sensación de que hayan sido colocados por un jardinero imaginativo. 




A nuestra izquierda o frente a nosotros, los verdes escalonados que conforman los prados con diferentes cultivos y las manchas de diferentes especiales de árboles, contrastan con enorme fuerza con los distintos azules del mar que nos acompañan a nuestra derecha.


Hay miradas hacia el mar, que insuflan las ganas de partir, de buscar otros horizontes, de ir más allá de la línea, pero también hay miradas que se dirigen a tierra adentro, en la que parece que habite la calma, el sustento, el tesoro a proteger.


Del mar a la tierra, del azul al verde, de la sensación de impotencia y desafío a la del engaño al que nos lleva pensar que todo lo dominamos.



Hoy, siento que la etapa mira más al interior de la isla que hacia el mar. Hasta el momento, hemos caminado más kilómetros rodeados de estampas agrícolas o de monte que oliendo el salitre de las aguas marinas.


Dan ganas de tumbarse a echar la siesta al medio día, con la familia rodeándote y tú oyendo sus voces entre la vigilia y el sueño.


Por mis orígenes, no puedo evitar que los espacios terrestres me resulten más amables que los que me regala el mar, tal vez menos vistosos, pero más cómodos. Mientras el mar me deja mudo y sin preguntas, cuando contemplo paisajes verdes, mi mente hace comparaciones, pregunta, se responde.


A lo largo de todo el recorrido, nos vigila el monte Toro, el punto más alto de la isla, con sus antenas que lo elevan todavía más, mientras a nuestros pies se extienden parterres de colores y palmeras que me recuerdan a otros paisajes de Cuba.



El viento deja su huella en los arbustos, los peina como un cardado de señoras de los cincuenta o como los tupés de grandes rockeros.


Los miro y no puedo evitar pensar en las miles de horas en que han sufrido con el embate del viento, restándoles vegetación, vida.


Tampoco puedo evitar pensar en la tramontana y la forma en que su presencia y su paso vigoroso se ha convertido en arte en estos matorrales.


Nada se convierte en belleza sin sufrimiento.




Pasado un bosque de coníferas, y tras un descenso, desembocamos en un camino ancho, trabajado con máquinas para que puedan discurrir por él todo tipo de vehículos.


A nuestra izquierda, una ladera de la montaña, está soportando grandes rocas que hablan de agresiones del viento durante años y años. 


Las miro y mi imaginación me lleva a pensar en extraños orígenes y en inciertos destinos. En cualquier caso, estarán cuando nosotros dejemos esta tierra. 



Otras rocas, de diferentes colores, surgen entre la vegetación y parece que quieran hablarnos de otras experiencias, de otros momentos vividos, con otras lunas y otros soles, con otros vientos. Hoy parecen un mensaje del pasado que nos lanza la pregunta sobre lo que sabemos y, sobre todo, sobre lo que ignoramos. 



Parecen proteger, guardados en su seno, saberes inaccesibles.


Las salinas aparecen abandonadas, vestigios de otros tiempos en los que eran fuente de riqueza. Hoy son testigos de esos tiempos pasados y sólo llaman la atención para conservar vivo el recuerdo, para proteger el olvido.


Las albuferas, casi secas, que rodean las salinas, parecen despachar a las pocas aves que todavía anidan en ellas.


Quiero pensar que en otros tiempos, estas aguas bajas y tranquilas parecían más vivas, habitadas por miles y miles de aves en tránsito, mientras hoy apenas nos ofrecen el murmullo de algunas hojas que golpea el viento. 



A los lados del camino, se observan grandes fincas con sus caseríos blancos que enseñorean las laderas que bajan hasta el camino. Algunas de ellas nos miran con más espíritu de resistencia que con la seguridad de que puedan seguir ahí en un futuro.


Aunque todavía no hemos llegado -eso creo- a los mejores ejemplos de pared seca y de puertas que parecen gacelas, se me va quedando en la mirada esa seña de identidad de esta tierra que, junto con muchas otras cosas, la hacen tan singular.


Volvemos a vivir la desobediencia de los dueños de mascotas a las normas establecidas. No acabo de entender que el hecho de “poseer” un animal de compañía (posesión cuyo significado también sería discutible, dado que no entiendo la posesión de seres vivos) les autorice moralmente para incumplir una norma que afecta a todos.


Llegamos a Addaia y, puntual, como todos los días, allí nos espera Merche, a la que, a partir de ahí, decide acompañar Txelo, renunciando a los últimos kilómetros de la etapa.


Santi y yo seguimos el camino que sabemos no será muy amable hasta llegar al destino.


Atravesamos algunas urbanizaciones de Arenal d’en Castell hasta que llegamos a esta población que dispone de una cala maravillosa si no estuviera prisionera de los cientos y cientos de casas que se arraciman sobre ella.


Nos vamos acercando a Son Saura por carreteras y calles asfaltadas sin mucho atractivo, hasta que topamos con la maravilla del mar embravecido y nos golpean sus colores fuertes, los azules oscuros que se tornan claros cuando golpean en la roca y se vuelven espuma blanca que acaricia las piedras.


 


Ha sido un día largo, con los últimos kilómetros que, si no hubiera sido por mi insistencia, podíamos haber neutralizado. Tengo que ir admitiendo que este camino es otro diferente a los que yo estaba acostumbrado.


De este último tramo, me quedo con la luz, con la brillantez del aire, con la sensación de que el mundo se abre y de que nosotros también nos abrimos a él.


Una vez pasado Arenal d’en Castell, disfrutamos y padecemos un camino tortuoso y entre piedras, pero con un acantilado y unas olas de ensueño. Despedimos bien la etapa.


Ahora toca descansar y pensar en mañana.


Por la tarde, repasando los mensajes recibidos, un amigo (FS) no dice que no a una propuesta de hacer un camino juntos en un futuro próximo. Espero que el descenso progresivo de mis facultades no me impida hacerlo, si al final se plantea.


RESUMEN:

Pasos dados en la etapa: 18.836. Acumulados: 40.122.

Pisos subidos: 66. Acumulados: 232.

Kilómetros recorridos: 13,4. Acumulados 28,9.


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