ENIGMAS. LA ROCA ABIERTA AL MISTERIO.

LA ROCA ABIERTA AL MISTERIO

 



Ha pasado tanto tiempo

y solo ahora caemos en la cuenta.

José Antonio Gabriel y Galán: Un país como éste no es el mío.


Acuarela: José Zamarbide



Estamos envueltos en oscuridad, en el seno de esta tierra de Soria, en 2018.


Nos acosan las sombras como si fueran un manto protector pero, frente a nosotros, se abre esa puerta de luz que nos empuja al misterio, a esa espiritualidad hecha arte.


Bajo nuestros pies, se desliza ese hilo de agua que, aún a ciegas, nos conduce a esa puerta natural abierta a la vida.


Aquí, resguardados, el silencio de la cueva es una oración con la que el pecho se expande, se abre como un árbol en primavera. Todo se transforma en un vientre que late con nosotros y nos protege, un espacio en que entregarnos sin reparos. Sus paredes húmedas nos muestran otra forma de vivir, una espiritualidad más primitiva, más profunda y ligada a nuestro origen.


Pero como la vida que nace, nuestros cuerpos buscan la luz que nos llega de esa puerta abierta al mundo y, desde este recogimiento, nuestros pasos nos llevan  hasta esa verde pradera en la que se levanta la ermita de San Bartolomé, al final del Cañón del Río Lobo.


La antigüedad de esa ermita, su ubicación en la más bella y aislada naturaleza, alejada de pueblos y ciudades, su resistencia a los siglos, son elementos que la protegen con un halo venerable que atrae como un imán cubierto con el polvo del misterio.


La piedra de sus muros emana el calor que ha dejado el sol sobre ella.


Ermita y cueva son dos espacios que se acompañan y se cuidan.


Estoy seguro de que, en las noches silenciosas, cuando solo las contemplan los ojos alerta de lobos y aves, se cruzan saludos y deseos de permanencia entre ellas, en una comunicación de silencios inteligentes que el viento traslada de una a otra.


Es una historia de amor que perdura siglo tras siglo. Es la trascendencia de las miradas ciegas, el deseo contenido en los abrazos imposibles. Es el respeto de la oquedad de la roca a las formas de los arcos y los muros. 


Es la humanidad que habla.


Aquí me siento parte de una historia, aunque no me pertenezca, me siento amablemente acogido. Aquí puedo elevar mis preguntas más íntimas, más personales, hacia todo lo que me rodea. 


La espiritualidad lo impregna todo, la cueva, el templo y mi interior.


El poeta ya lo dijo: “Ha pasado tanto tiempo y solo ahora caemos en la cuenta”. Nuestra caída es, como siempre, el duro choque de los sueños con la realidad, sin llegar a saber si preferimos vivir esa realidad o quedarnos en los sueños.


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