ENIGMAS. EL UMBRAL DEL TRÁNSITO.

EL UMBRAL DEL TRÁNSITO




Yo también me extravío en el murmullo
y gimo viva en el pasmo del silencio.
Asunción Escribano: Acorde.

Fotografía: Isidoro Parra



Bhutan, año 2018: al llegar a la cima de la colina en la que se ubica el monasterio de Tango, cerca de Thimpu, nos recibe esta hermosa puerta de entrada al templo.


Esos enormes molinillos que me invitan a hacerlos girar sobre su eje son el primer signo de que estamos accediendo a un recinto sagrado: “yo también me extravío”, como Asunción, “en el murmullo” de ese girar y girar, vueltas y vueltas, para centrarme o para quedarme totalmente extraviado, mientras contemplo esos muros pintados con caminos que siempre van en busca de la felicidad.


Las recias maderas impregnadas de rojo y oro tejen la solemnidad del recibimiento y anticipan las voces que salmodian los mantras que escucho. 


La profusión de tallados y delicados dibujos sobre las maderas de barandas, columnas y aleros, hablan por sí solas de la importancia del monasterio.


Tal vez obedezca a que es el primer monasterio y templo que visito en Bhután, pero esta puerta, después del cansancio de la subida, es una promesa de silencios, de miradas hacia adentro, de plegarias que vuelan entre los altos muros de este monasterio, que sortean puertas y patios para llegar a mí y transportarme a un escenario diferente, en el que la espiritualidad deja sin espacio otras miradas.


Por eso, dejo pasar delante mía a mis compañeros de viaje y “gimo vivo en el pasmo del silencio”, lleno de calladas expectativas mis ojos y preparo mi cuerpo para ser invadido por ese misterio que me aguarda.


Esta puerta no necesita cerrarse. Lo que crece tras ella no precisa ser protegido, no tiene valor material. La espiritualidad vuela sola y libre, dispuesta a todo. Por eso, esta puerta es amplia y deja pasar por ella lo que entra y lo que sale, no califica ni selecciona.


Es una puerta de bienvenida, de acogimiento, no tiene cancelas ni cerrojos, no precisa guardianes armados. Lo que fluye por ella no es material, no podría ser atrapado jamás y crece más en libertad que en esclavitud.


Esta puerta me tranquiliza a mi llegada y me despide con una sonrisa de comprensión cuando dejo atrás este espacio en el que podría intentar encontrar la calma que a veces me falta.


Tiene que ser una delicia descansar bajo este dintel contemplando los días en que la lluvia pone una cortina de niebla entre la puerta y la naturaleza que la enfrenta. En esos momentos, las palabras tienen que refugiarse en tu interior para protegerse de la insistencia de la lluvia.


Rodeado de silencio por unos momentos, siento que esta puerta es, para mí y ahora, el tránsito de la naturaleza al silencio, el paso franco para que fluyan los sentidos en una nube de misterio. 


Ahora, el instante que vivo es una promesa creíble de hundirme en una salmodia de plegarias hacia mis dudas más profundas.


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