ENIGMAS. HERIDA DE LUZ.


LA HERIDA DE LUZ 



El paraíso no fue lo perdido,

lo perdido es el asombro.

Hugo Mujica: Dionisio II (Cuando todo calla)


Óleo: Mariano Peracho.



Éstas son aguas de Vietnam que lucen así de tranquilas en 2004. 


Embriagado de verde y gris, del verde oscuro y satinado de las aguas de esta bahía de Halong, abrazado por el gris de las islas y rocas que pueblan las aguas y el color más oscuro de la escasa vegetación que trepa por las rocas: así me encuentro, a bordo del Emeraude.


Navegamos con suavidad, como si intentáramos no romper la quietud de las aguas. Gozamos con la sensación de estar viviendo un momento irrepetible, refugiados en un paraíso.


Cada hueco que queda libre entre roca y roca, entre montaña y montaña o entre isla e isla, es una puerta que nos abre la visión de otra roca, de otra isla, de otra montaña y otro horizonte.


La magia envuelve este lugar tan diferente a mi tierra, tan evocador: me imagino a la capitana pirata en su junco, bella y misteriosa, con su maquillaje provocador, con un aire de autoridad incuestionable, con sus largos pendientes y su puñal escondido al lado de las emociones. También imagino a los asustados viajeros surcando estas aguas, intentando escapar del junco pirata, la pólvora humeando al salir de los cañones, los gritos en el abordaje, el fuego en la bodega de los barcos, el brillo de los ojos al valorar el tesoro conseguido.


Estas aberturas entre islas, estas puertas, han sido, sobre todo, decorados de esas historias, vías de escape para la huida y testigos para el encuentro. 


También han sido compañeras de amores prohibidos entre piratas y cautivas, de reencuentros y despedidas, de sonrisas de acogida y lágrimas de adioses, de abrazos y desaires; amigas sobre todo del paso del tiempo, de las lunas llenas brillando en las aguas de la bahía, de las estrellas iluminando un cielo infinito, de los vientos fuertes que empujan los juncos y hacen bailar el agua, de los vientos suaves que acunan el sueño de los niños en las aldeas de pescadores, de las cortinas de lluvia que ocultan las salidas a mar abierto.


Y han sido vías de escape para abandonar el amor o para buscarlo, para buscar nuevas fortunas y nuevos horizontes, para huir o para volver, para irse volando de esta tierra sin dejar de mirarla, para soñar el siguiente horizonte, para ver venir la lluvia. Han servido para escapar como cada uno ha podido, sabedores de que nunca escapamos de nosotros mismos; vía de partida para decir adiós a la desdicha y a la vida repetida día a día; túnel de huida que la añoranza, en la distancia, hará recordar como la única vía para el regreso y el reencuentro.


Parece que no hay puertas en mares casi abiertos, pero un camino o una vía de agua siempre cruza una puerta.


Tal vez sean las palabras de Hugo las que me animan a intentar abarcar tanta visión, las que me impulsan a asombrarme, porque si es cierto que hemos perdido el asombro, yo quiero recuperarlo y si el paraíso no fue lo perdido, intento mantenerlo cerca de mis ojos y de mis humores de cada día.


Cuando baja la noche, anclados en una bahía natural, entre rocas que nos acompañan como guardianes que velan nuestro sueño, nos asombramos de la huella que la luna dibuja en la superficie brillante y sosegada del agua.


Asombro y paraíso para llevar en el recuerdo toda la vida y poner estrellas en el cielo de noches cerradas.


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