DESAMPAROS Y RESCATES. EXTRAÑAS AVES SOBREVUELAN SU MENTE


Dibujo: José Zamarbide



EXTRAÑAS AVES SOBREVUELAN SU MENTE.


Su nombre es Felipe o Alejandro o José o Juan o Manuel o Víctor… ¿acaso importa el nombre?


Acaba de entrar en la década de los ochenta, su novena década en esta vida que pisa la tierra.


Tiene dos territorios que atraviesan su vida, uno en el Sur, el deseado; otro en el Norte, vivido y sobrevenido.


Sus huesos recorren un cuerpo fibroso en el que las carnes han ido huyendo en silencio, sin avisar ni despedirse, calladamente, como suelen hacerlo los poetas.


No planean sombras oscuras en su semblante, solamente la huella de un descenso no deseado, inevitable, como la vida y la muerte.


Su pelo es corto, canoso, blanco, y refleja una rebeldía perdida. Hoy, parece la cabellera de un Julio César.


Duerme y parece que descansa. En silencio, respeto ese descanso necesario, gratificante, mientras observo su figura, arropada entre sábanas ligeras.


Lo más hundido de su rostro son los ojos que parecen buscar el interior de sí mismo, ese espacio que solemos dejar apartado a lo largo de la vida. 


Las venas, oscuras y potentes, recorren sus brazos y se asientan en el mapa de su cuerpo, como si fueran raíces de hayas que se asientan y marcan su mapa en la tierra.


Los dedos de su mano derecha descansan recogidos en una postura que parece natural. Los de su mano izquierda están rectos, rígidos, como si quisieran marcar un camino.


La paz de su rostro apunta que no está solo, tiene quién le acompañe, quién sostenga su mano por unas horas y vele su sueño. Se nota.


Han traído su merienda y tengo que despertarle, pero me demoro; me parece una agresión sacarle de la paz que parece rodearle en las nubes en que se encuentra.


La música pachanguera y los comentarios deportivos de la radio de su compañero no ayudan a que el silencio le acompañe con su abrazo, a que le aísle en el bullicio del camino por el que le lleva el sueño.


Su posición en la cama no es de entrega ni de abandono, tiene sesgos de vida y actividad, de dejarse llevar por el arrebato de la vida que, en realidad, se aleja cada día un poco más.


Sobre su mesilla hay revistas de viajes. Me pregunto si son de su acompañante o si son suyas y forman parte de sus esperanzas e ilusiones. 


Su compañero ha salido y, ahora sí, su lugar lo ocupa el silencio. Eso me ayuda a escribir mis impresiones.


Pasado un rato, ha despertado y con él, la fiera que dirige sus actos, la que le lleva por caminos de la razón perdida, la que le quita el descanso y la quietud. 


Le cuesta merendar, todo se queda a medias, dejando su rastro en su rostro, en el plato y en el camino de ida y vuelta entre ambos.


Se pone inquieto y le estorba el pañal, las sujeciones de sus pies, la sonda y las sábanas.


Le faltan manos para arrancarse todo, en un intento equivocado de recuperar una autonomía que ya ha perdido.


Y quién soy yo para frenarle, me pregunto, pero tengo que hacerlo para evitar que se lastime. 


Quién soy yo para saber realmente lo que pasa por su mente, para juzgar nada. El espacio que me queda es el de la recomendación, el del freno, el del ruego, el de la paciencia.


Ni se me ocurre levantar la voz. Intento aplacar la inquietud, no a él. Intento distraerle, pero algo tira de él hacia otros espacios oscuros.


Me invade la duda de si estoy siendo útil, de si mi presencia, desconocida para él, no es una usurpación del lugar y de la labor que podrían ocupar otros seres más cercanos, alguien que le conociera más, alguien que pudiera hablar de su juventud, un tema que siempre es sugerente cuando se está de salida.


Es duro quedarse con la sensación de ruptura, de insatisfacción en el acompañamiento, pero no queda otra. Llegamos a dónde llegamos y suerte que podamos aportar un poco de paz o distracción, sólo un poco; ya es suficiente.


Le dejo sin saber si le volveré a ver, a acompañar, pero la experiencia de haber estado con él me acompañará unos días, Pensaré si ha dejado atrás los sueños que le perturban, si ha conseguido algo de paz y, en la distancia, le desearé la paz que todo ser merece, sin juicios.


Pamplona, enero de 2024.

Isidoro Parra.




Comentarios

  1. Gracias Isidoro por este relato, por trasmitir esa experiencia directa con la crudeza que tiene... me trae a la mente historias más o menos cercanas donde la limitación se va adueñando de todo... los sentidos se quedan cortos para conectar y sientes que la buena intención no basta.

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    1. Muchas gracias, Alberto. Las situaciones extremas siempre provocan algo. Me alegro que te haya provocado algún sentimiento.

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  2. Y quizás la compañía es eso,
    un intento de llegar a suavizar,
    el dolor de la ruptura con el tiempo.
    Mientras las preguntas nos asaltan,
    pues no hay respuestas a la medida de los cuerpos.
    Tan sólo el alma intuye algo,
    pues el alma es el nido de los pájaros del sosiego.

    Gracias Isidoro por compartir estás experiencias.

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    1. Iñaki, lo tuyo sí es poesía. Me han gustado mucho tus versos. Me alegro de tenerte cerca.

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    2. Querido Isidoro,
      Te agradezco de corazón el que compartas tu experiencia conmigo. Paz y sosiego los das, seguro, pero ademas la das al que lee tus palabras. Son un freno al caudal desbaratado y activo de mi mente de mujer hiperactiva. Me devuelves a lo esencial y me pongo a pensar, meditar, y a soñar que gente como tu acompaña en esas horas tan crueles de dependencia y soledad antes de irnos. Un abrazo, Margarita

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    3. Margarita, gracias a ti por dedicarle unos minutos a compartir mis experiencias.

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