ENIGMAS. LA DEFENSA DE LAS FIERAS

LA DEFENSA DE LAS FIERAS

 




Nuestra casa envejecerá lejos de nosotros, salvando el recuerdo de nuestro amor acostado intacto en la trinchera de su solo reconocimiento.

René Char: Tarjeta del 8 de noviembre (El ante-mundo)


Acuarela: José Zamarbide.



Albarracín, 2008, la seriedad del poder.


Veo leones que sujetan con sus manos la grandeza de su señor y pienso que, sin esa fuerza, él se sentiría más perdido, más anónimo y empequeñecido.


Veo monos con cuerpo de serpiente y dos cabezas que acechan al visitante para que contenga sus ímpetus, advirtiendo al que llega del poder aniquilador de su señor. Mucho ha de ser el interés del que se acerca para dar el paso de cruzar esta puerta.


La imagen supera cualquier intento de aparentar grandeza y abolengo.


De esas bocas se escuchan los graznidos de los cuervos que no se ven, la negación de la amabilidad, la invitación a la renuncia del que llega.


Esto es lo que el conjunto me sugiere, pero tal vez me equivoque y donde veo rechazo se esconda la acogida, donde veo poder se agazape la voluntad de atender, donde veo alarma espere la sonrisa y donde veo agresividad duerma la dulzura de la mejor compañía.


Nada sé de la identidad del que fue propietario, de la sólida historia de los apellidos que le identifican, de su pensamiento y de sus actos. Todo puede ser diferente de lo que la imagen de esta aldaba me ha sugerido.


Pasados unos minutos, quiero dejar paso a que mi mente adivine otros misterios, otras intenciones.


Me pregunto si habrá sido la belleza la razón que ha impulsado esta obra trenzada en el hierro, si la idea habrá salido de la mente o la historia del dueño de la casa, si será la propuesta del herrero escultor que busca el encargo que le salve el mes.


De todos modos, llamar a esta puerta sujetando esas cabezas tiene que producir un temblor en la mano y en el corazón, tiene que dejarte mudo, a la espera de todas las posibles respuestas, de la incertidumbre.


Mi mano empuja a mis dedos para acariciar el hierro lavado por tantas aguas, pulido por el viento y las caricias, pero no me atrevo a dar el paso final, prefiero la duda de la pequeña distancia que me separa.


Así, en la vida también, descubrimiento y asombro, deseo y duda, movimiento y parada, curiosidad y prudencia, todo en uno, dando vueltas a las mismas cosas mil veces, quedándonos quietos en la antesala de la vida. 


Esta casa ha envejecido lejos de nosotros, pero se esfuerza en salvar el recuerdo del que la soñó y la deseó, acostados intactos en el reconocimiento de esta aldaba. Gracias, René, por regalarme estas palabras.


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