CAMÍ DE CAVALLS. ETAPA 9
CAMÍ DE CAVALLS, ABRIL DE 2023.
DÍA 9: 27.04.2023, DE SANTO TOMÁS A CALA EN PORTER.
Nos hemos tomado un día de descanso, dado que con las neutralizaciones, vamos a tener tiempo de sobra para hacer lo que nos falta.
Hoy iniciamos el camino donde lo dejamos el último día. Salimos de Santo Tomás, dejando atrás un mar tranquilo a estas horas del día. Las islas rocosas del litoral, le dan el protagonismo a la salida.
En los primeros kilómetros de la etapa que nos llevarán a Son Bou, recorremos diferentes tipos de camino.
Al poco de dejar la salida, tenemos que alejarnos un poco de la costa, subiendo varios peldaños de roca que nos dejan en una meseta de cierta altura, desde la que divisamos una parte de la costa que nos espera a lo largo de hoy.
Es una perspectiva diferente. Contemplar desde ahí la costa, nos permite llegar más lejos, disfrutar más del reflejo del sol en las aguas y apreciar la inmensidad de lo que nos rodea.
El sol surge con fuerza y creo que nos va a acompañar durante toda la jornada.
Txelo ha comenzado con ciertas fatiga y no sabe si podrá ir más allá de Son Bou. Santi está fresco y está dispuesto a hacer algún kilómetro más.
Pasado este pequeño tramo, nos adentramos en una pasarela de madera que bordea la playa de Son Bou, dejando a nuestra izquierda urbanizaciones de hoteles y villas particulares que parecen bien cuidadas.
En este tramo parece que no estemos en un camino de gran calado. Mas bien da la sensación de que hemos salido a dar un paseo por nuestro lugar de veraneo para rebajar el peso del desayuno. Lo cierto es que, siendo bello, no lo sentimos como un recorrido habitual del proyecto en el que estamos.
Pasado este tramo de civilización, volvemos nuestros pasos hacia el interior, retomando los caminos de suelo pardo, pero sin perder de vista el mar, que nos ofrece calas de imposible acceso y aguas que son una tentación.
El día está luminoso y todo brilla ante nosotros, las aguas turquesas, las rocas ocres, la escasa vegetación y el aire, todo resplandece.
Pienso el por qué de no haber tomado la decisión, cualquier día anterior de este recorrido, de descalzarme y nadar un rato en estas aguas que tanto provocan.
Llego a la conclusión de que la única explicación posible es la edad, mi edad, que lógicamente me va limitando y, consciente de la merma de facultades, se centra exclusivamente en cumplir el objetivo de cada día.
Es cierto que bordeamos la costa, pero no lo es menos el hecho de adentrarnos hacia el interior, con algunas subidas y bajadas importantes que nos hacen recuperar otros olores, los de las encinas y los cultivos
Hemos llegado a la urbanización de Son Bou, tras un largo y aburrido recorrido por las calles asfaltadas que recorren el enclave turístico, en la que nos espera Merche, cuya presencia anima a Txelo a dar por finalizada su etapa de hoy.
Desde lo alto de las rocas, saludamos a Txelo y Merche que están visitando unas ruinas antiguas.
Seguimos Santi y yo, subiendo peldaños de piedra y alejándonos de la costa.
Mi memoria de caminante peregrino, asocia más el acto de caminar con este tipo de soles y sombras, con estas dimensiones del escenario a recorrer, aunque a estas alturas y en este caso, también hecho en falta el mar, su azul.
La vegetación se hace más abundante. Se nota la presencia cercana del agua.
La ginesta hace su aparición para iluminar el camino.
Poco a poco, el camino se va estrechando y afrontando algunas subidas y bajadas, acompañados por más rocas en el suelo y a nuestros lados, a lo largo del Barranc des Bec, hasta que desembocamos en la cala de Llucalari, un pedregal en el que bañarse tiene que afrontarse después de atravesar la playa de cantos pulidos en los que puedes dejar los pies y los dientes.
Dejamos la cala, ascendiendo un buen tramo, por caminos estrechos, rodeados de encinas y pinares, con las rocas que surgen del suelo y hacen mella en nuestros pies, pero disfrutando de una sombra reparadora.
Ese camino que, a pesar del esfuerzo, nos resulta agradable, se torna menos amable cuando subimos a los campos de cultivo, en cuyos caminos el sol se vuelve implacable y nada nos protege salvo nuestros gorros.
Después de atravesar campos de cultivos, rodeados de pared seca, desembocamos en un tramo de carretera por el que tenemos que recorrer unos tres kilómetros.
El suelo es rugoso y en algunos lados, el desgaste o la erosión, ha soltado la gravilla que estaba sujeta por el alquitrán, dejando algunas grietas.
Después de los pasos dados en caminos con tantas rocas y raíces, no esperaba para nada que este suelo que ahora recorría iba a suponer el final de este viaje, pero así ha sido.
Sin apenas aparato, con un dejar un pie atrás, atrapado por una de esas grietas, me he tambaleado hacia el suelo y he apoyado una rodilla -con cierta fuerza de la gravedad y todo mi peso, eso sí- en las pequeñas piedras que conforman el suelo, con tanta suerte que me he abierto una pequeña brecha en la rodilla izquierda, a la que apenas le he dado importancia en un principio.
Hemos seguido atravesando campos y nos hemos adentrado en caminos bordeados de paredes secas que, como ya era de esperar, toman el color de las piedras que abundan en el entorno de este paraje.
Pasados un par de kilómetros, el dolor de la rodilla va en aumento y al echarle un vistazo puedo observar el hinchazón y una parte del pantalón que se va humedeciendo y cambiando de color con la sangre que va saliendo de la herida.
Intento taponarla con gasas y tiritas, pero la sangre es más intensa y persistente en su deseo de fluir.
A pesar de ello, o precisamente por ello, aceleramos el paso, por medio de campos y barrancos.
En un alto, el camino pasa al lado de una antigua era de trillar, ya abandonada, pero que conserva el encanto de todo aquello que ha tenido sentido para el hombre.
Bajamos hacia el mar, recorriendo paredes de fincas en las que observamos cultivos de verduras y frutales de diversos tipos.
Algunas casas de labranza restauradas y otras en camino de serlo, nos acompañan en los últimos kilómetros que nos llevan hasta Cala en Porter a través de un valle sinuoso y verde como pocos hemos visto estos días.
No quedaban muchos kilómetros, apenas una etapa prevista, teniendo en cuenta que íbamos a neutralizar también los últimos tramos de urbanizaciones a la entrada de Mahón, pero, por esta ocasión, el camino acaba en el asfalto de ese tramo de carretera que, sin algaradas, me ha vencido una vez más.
Momento para la reflexión sobre la soberanía de cualquier azar sobre nosotros mismos, pero no quiero entristecerme.
Dadas las características de este camino, habrá oportunidad de volver a recorrerlo y terminar lo que en esta ocasión no podrá ser.
Al final, tengo que decir que la experiencia ha sido muy positiva: hemos compartido este camino como no lo hemos hecho en ningún otro, hemos conocido una isla en su perímetro, que tampoco lo habíamos hecho, hemos disfrutado del color del mar, de los tipos de acantilados, de las paredes secas, de las plantas endémicas, de las barracas, de las conversaciones, de las calas inaccesibles y del descanso merecido de cada día.
Volviendo a mis inquietudes iniciales, es cierto que en este camino no hay un lugar concreto de destino que dé sentido al viaje, pero he aprendido a apreciar que el sentido está en cualquier punto del recorrido, en cualquier etapa, en cualquier cala, en todo momento y lugar. Creo que he aprendido a sentirme parte de él.
Antes de acabar, creo que es más que obligado dar las gracias a Merche por su amable y siempre puntual servicio de traslado de casa al punto de inicio y del punto de llegada a casa. Inestimable como lo ha sido siempre la vida que hemos compartido con ella. Unas gracias para ti tan ligeras como una de esas puertas gacela y tan sólida como una pared seca.
¿Volveremos? Creo que sí.
RESUMEN:
Pasos dados en la etapa: 21.688. Acumulados: 183.921.
Pisos subidos: 31. Acumulados: 462.
Kilómetros recorridos: 16,4. Acumulados 122,8.
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