ENIGMAS. LA DERROTA LUMINOSA

LA DERROTA LUMINOSA




El paso de los años va dejando estaciones de derrota.

Javier Lorenzo: Ninguna estación (Juegos de construcción)


Fotografía: Isidoro Parra.



Nara, Japón, en 2016, es un mosaico de imágenes para pensar en la existencia.


Hay derrotas que dejan tras ellas sangre y muertes, campos arrasados, orfandad de por vida, hambres y abandonos. Son las derrotas que normalmente infligen los humanos.


Hay otras derrotas contra las que los hombres poco podemos hacer. Son las derrotas provocadas por el tiempo, pero siempre hay matices, diferentes daños y diferentes consecuencias.


De hecho, los años van pasando sobre algunos materiales de forma más lenta que sobre nosotros. Nuestro lapso de tiempo entre el nacer, crecer, envejecer y morir, con ligeras diferencias, está pautado, pero si fijamos la vista en los diferentes materiales, nos sorprende la diferencia de heridas que reflejan.


Dicen que algunos objetos elaborados en nuestros días salen de fábrica con su fecha de caducidad determinada, con una finitud ya prevista y medida –el ansia devoradora del crecimiento y el beneficio, de la actividad sostenida más allá de la naturaleza de las cosas-.


Creo que los criterios con los que se construían muchos objetos en otros tiempos pasados eran diferentes: se modelaba una vasija, se esculpía una estatua o se levantaba una puerta con la idea de la perdurabilidad, con el deseo de ser recordado más allá de la finitud terrenal del artesano.


Así veo yo esta puerta lavada por las lluvias de innumerables tormentas: gastada pero en pie.


Es cierto que esta puerta del templo Nigatsu Do se construyó para hablar de eternidad, de lo incontable, de lo que surgió poco a poco en la conciencia de los hombres para servirles de soporte, de apoyo más allá de sus vidas terrenales, para el sostenimiento de creencias en futuras generaciones.


Sus heridas, como dice el poeta, son “estaciones de derrota” producidas por el tiempo, pero aguanta con firmeza, con esa imagen de longevidad y esa esperanza que se aferra a los nuevos tiempos por venir.


Esos clavos que caminan del gris al verde, pátina que el tiempo deja sobre el bronce, ponen la luz sobre la derrota del tiempo. También están castigados, pero aguantan la mirada con una “disposición vagamente afectiva”, como dijo Gil de Biedma.


Mirando esta madera y estos clavos, una sensación de calma y esperanza se adentra en mi mirada para impregnar mi piel de la uniformidad de los colores que me inspiran: sosiego, permanencia.


Si es cierto que “el paso de los años va dejando estaciones de derrota”, no es menos cierto que esas derrotas dejan de serlo cuando los ojos que miran perciben la aceptación de los vientos que soplan desde diferentes orígenes, que empujan hacia diferentes horizontes y nos permiten identificarnos con lo desconocido.


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