ENIGMAS. LA OSTENTACIÓN

LA OSTENTACIÓN

 



Aunque quizá como único atractivo

puedo decir que a todos les adorna

la efímera belleza de lo inútil.

Francisco Castaño: Elogio de lo superfluo (El decorado y la naturaleza)


Acuarela: José Zamarbide.



Este herraje, bello como un ave de largas plumas procedente de tierras lejanas, inaccesibles, no tiene una función concreta salvo la de brillar con toda intensidad, proclamando su belleza.


En 2016, este herraje engalana una puerta lacada en negro de una casa sin manchas del barrio de Yanaka, en Tokio.


Tanta ostentación me deja mudo, detiene mis pies e interpela mi mirada, pero, al mismo tiempo, bloquea mi pensamiento.


Siempre he pensado -hasta lo he escrito- que en ocasiones me he dejado embargar por la belleza de lo inútil, de lo perecedero, de la fugaz vida de una flor que se marchita, de un atardecer que agoniza, de un cactus que se defiende en medio de un jardín, de un árbol caído.


La fragilidad me provoca, mientras la altivez me deja frío.


A pesar de ello, intento buscar la clave para que estos dorados dibujos, este tallado fino me abra una grieta para buscar su sentido, para refutar las palabras de Francisco Castaño y no quedarme en que la efímera belleza de lo inútil sea su único atractivo.


El bello herraje llama a mis manos para acariciar su superficie y las delicadas curvas de sus formas, pero no flotan palabras entre ellas y mi boca.


La imagen me transmite una belleza ya vista, un brillo del que mi vista ya está cansada, un fulgor que se encierra en sí mismo.


Mi mirada no puede evitar el reconocimiento de lo bello, pero tengo la sensación de que no me pertenece ni va a dejar nada en mi interior, que el brillo y la riqueza del material se van a quedar ahí, sin que pueda llevarme nada conmigo.


Es una obra pensada para exhibirse, no para acompañar.


Puedo imaginar tesoros tras esta puerta, puedo imaginar guardianes con bellas armas, delicados estandartes, mullidas alfombras, puertas lacadas, vasijas transparentes, cualquier manifestación de la belleza, todas ellas sin polvo que las cubra, que les dé calor de vida.


Me pregunto si mi distancia es una defensa o un reconocimiento, si mi falta de palabras que nombren y definan lo que veo son la evidencia de una incapacidad o de una posición ante las tentaciones.


Cuanto más la miro, más se va mi mente a otros materiales más débiles y arrasados por el tiempo.


Creo que mi corazón y mi mente me identifican más con la debilidad y la duda que con la fortaleza y la seguridad.


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