CARTA ABIERTA Nº 13 A KARMELO C. IRIBARREN

 CARTA ABIERTA Nº 13 A KARMELO C. IRIBARREN.


Buenas tardes, Karmelo. 


Espero que no seas supersticioso con los números. Lo digo porque esta carta que te escribo hace la número 13, aunque, siguiendo el rastro de las anteriores, seguirá siendo una carta inexistente para ti.


Acabo de leer tu último poemario, “La última del domingo” y ahora que comienzo a escribirte, miro por mi ventana y el tiempo de este mes de abril, me trae una tarde tan gris como algunas que tu relatas en tus poemas sobre tu ciudad, San Sebastián. El viento azota los árboles del parque que se extiende ante mis ojos y todo contribuye a crear una atmósfera inversa, si no fuera porque los árboles ya están llenos de hojas con ese color de verde tan claro, tan intenso, tan temprano.


¿Qué decirte de tus poemas?. Para mí, leer un poema tuyo, nuevo o releído, es encontrarme con una parte de mí asediada por soledades, por espacios vacíos y por renuncias, así que me ha costado poco encontrarme a gusto pasando las páginas de tu libros y reencontrándome un poco contigo y otro poco conmigo mismo.


Cómo no sentirme identificado con “La rutina”, ese poema cuyo recorrido me hace detenerme en cada verso para no otorgar tanto culto a la esperanza, para no esperar sorpresas, para que no me tengan que bajar los humos, paras no mirarle ni el color, para poder seguir adelante, como tú dices.


Me gusta esa distancia con el azar y hasta ese matiz de desprecio, el deseo de que no te reconozca.


Esos poemas que se te escapan y que acaban apareciendo sin esperarlos son tu vida, Karmelo, no lo dudes. Algunos tenemos la mala suerte o la buena, nunca se sabe, de que nunca han aparecido ni los esperamos.


Una bonita estampa septembrina con las hojas, los escolares, los gritos y las risas…  con la vida.


Entre tus logros y la decepción de algunos hay un gran espacio para la satisfacción, para tener la certeza de que todo no se lo ha llevado el viento.


Me alegra ver que te sientes hermano del gorrión, aunque no debería sorprenderme. No te veo pariente, ni lejano, del cisne.


He dado varias vueltas a tu poema “El descampado”. Ahí nos duele, nos inquieta y nos atrae. Un misterio de oportunidades y renuncias.


Cielo y mar, su punto de encuentro, San Sebastián, soñar, dejarse ir, quedarse helado, buscar con insistencia, no encontrar.


No sabría si llamar ironía nostálgica a lo que escribes en algunos versos, pero a eso me suenan. Ahora hablo de “Nosotros, los de entonces”.


Por aprovechar, aprovechas hasta a Ciorán.


Los bares y los personajes solitarios son también tus hermanos, tus testigos o tus avisos. Con ellos has vivido y no lo has hecho mal.


Yo también miro las estelas que dejan a su paso los aviones. Las miro como si fueran una despedida.


Me ha sonado a demasiado descenso al pozo negro tu poema “Breve indagación de la felicidad”. Son bajadas que he tenido pero que hace tiempo prefiero no recordar, Dejaban demasiados recuerdos.

En los últimos poemas de tu libro, leo demasiadas despedidas y yo deseo ver publicado otro o muchos poemarios más escritos con tu vida en la mirada.


Gracias, Karmelo, por el regalo de estas horas y de las que volveré a pasar releyendo tus poemas.



Isidoro Parra Macua

Pamplona, abril de 2024

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