ENIGMAS. OJOS DEL MÁS ALLÁ

OJOS DEL MÁS ALLÁ 





En nuestras tinieblas no hay sitio para la Belleza.

Todo el sitio es para la Belleza.

René Char: Hojas de Hipnos


Fotografía: Isidoro Parra



Esta visita al Punakha Dzong, en Bhutan, en 2018, está llenando mi mente de imágenes de puertas con diferentes mensajes: unas con aires de grandeza, como si ocultaran grandes tesoros; otras sencillas, que apenas protegen el silencio; otras, como ésta, misteriosas, con rostros que recuerdan a la muerte, a un más allá lleno de monstruos y sorpresas.


En todas ellas encuentro un mensaje, una reflexión que se acopla a mi piel como un recuerdo indeleble.


Esta, frente a la que me he detenido, me lanza mensajes de aviso: ¡detente!, ¡prohibido el paso! Me obstino en encontrar el mensaje que me quiere transmitir, pero me cuesta dar con él.


Es cierto que ese rostro agresivo, enfadado, enfurecido contra él mismo o contra todos, no me invita a pasar. Por otra parte, la cadena que cierra su paso me lo hubiera impedido de cualquier forma, hecho que acrecienta la certeza de que tras esta puerta se guardan humores y secretos peligrosos, vedados para el neófito.


En el grueso marco que sostiene la puerta, los enlazados rostros cadavéricos, refuerzan la imagen de que estamos ante la puerta que nos lleva a un más allá.


En el dintel, la serpiente sagrada vigila también la entrada, como la guardiana más atenta, más peligrosa.


Todos los símbolos que veo me invitan a alejarme, pero mis pies no me obedecen y me clavan ante su umbral.


Intento retar a esos ojos que me miran fijamente como si quisieran traspasarme, quemar mis intenciones, mi cuerpo entero, vetando mi entrada más allá de mis capacidades físicas. Creo que intenta llegar a mi mente demasiado occidental con un aviso que quiere ser rotundo.


Lo que ese rostro no sabe es que me ha atrapado su belleza y, como toda belleza, su poder anula los riesgos, inhibe las limitaciones y expande los deseos.


En esa disposición, mi tensión desaparece, las imágenes pierden su agresividad y aflora la armonía del pensamiento que las creó.


La imagen se convierte para mí en un mosaico de danzas que me ofrecen una cara y, en su reverso, esconden la sonrisa que me ofrecerán en mi partida, en un juego de exhibición y ocultación, como la vida misma.


Me quedo con lo que protegen con mimo y furor, me quedo con la diferencia que cuesta aceptar, la que me ayuda a crecer hacia dentro.


Gracias René, por ayudarme a entender que, en las tinieblas, en las nuestras y en las ajenas, no hay sitio para la belleza, que todo el sitio es para la belleza.




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