DESAMPAROS Y RESCATES. A VECES ... ALGUIEN VUELVE DEL PASADO

 A VECES … ALGUIEN VUELVE DEL PASADO

A Julia y a M.



                                                                                                                            San Gregorio Ostiense

                                                                                                                      Acuarela: José Zamarbide


Un deseo cumplido: recorrer al mismo paso que otra persona unos metros de la vida, sentirse a su lado, aceptado.


Los que hayan vivido esa relación luminosa saben de qué hablo.


Para que pase algo así, uno mismo -no el o la otra- tiene que tener bajadas las defensas o las ventanas abiertas, tiene que estar atento a la apertura del misterio, a la belleza que la vida nos regala.


Esa experiencia puede ser de largo recorrido y se convierte en la vida que te acompaña durante todo el camino.


Otras veces es más corta, un destello asociado a una circunstancia, a un encuentro casual o, simplemente, a un deseo de vivir la magia de una compañía sin preguntas asociadas.


Algo de esto me paso siendo joven, demasiado joven para gestionar con el debido cuidado lo que me sucedía.


Julia era, en ese momento, una señora que amaba a su sobrina, en la que tenía puestas ilusiones y afectos.


Julia era una señora en toda la extensión de la palabra, delicada, culta, acogedora, habitada por una sonrisa permanente, nada fingida; por gestos que traían rumores de aves volando, de  cercanías silenciosas.


Recuerdo que no costaba apreciar en ella la bondad y los afectos sinceros.


Ir a su casa, de paquete, nunca me hizo sentirme un paquete. Tras las primeras palabras, tras los iniciales momentos compartidos, surgía la sintonía y el aire se llenaba de colores.


Por mi parte, deseaba volver a ir a esa casa, con sus galerías en el último piso -eso recuerdo-, en esa tierra entre Estella y Logroño, a los pies de San Gregorio.


Su compañía nunca era superficial, siempre había tema sobre el que hablar. La mesa se llenaba de delicadezas y detalles.


Las conversaciones se alargaban en las tardes y las noches como una serpiente silenciosa que invadía todos los espacios. El aire era más aire, la noche era más profunda y estrellada y los adioses eran sentidos.


Cuando la persona que nos unía y yo dejamos de estar juntos, perdí el contacto con Julia. Ella respetó los hechos y las decisiones. 


Yo no me atreví a volver a aquella casa, pero la recordé siempre y cuando pasaba por ese pueblo, la buscaba con la mirada, aunque el tiempo cubrió su imagen con las telarañas del olvido.


La pérdida de su compañía fue uno de los desgarros de esa época de mi vida y ahora me doy cuenta que me dejó algo desamparado.


Esa relación, corta pero significativa, generó palancas de crecimiento personal en mí. Sin duda alguna, no pasó sin más. 


Algo de lo que hoy soy, de eso que construimos con aciertos y fracasos, con relaciones brillantes y otras insanas, le debo a los momentos vividos con Julia.

Como todo lo que te nutre y te hace crecer, cuando lo pierdes, te deja sumido en un desamparo.


Para salir, superar o escapar de cualquier desamparo, solemos emplear el tiempo en caminar de prisa, en buscar sustituciones, en seguir adelante, pase lo que pase, sin valorar lo que dejamos atrás. 


Sobre todo, nos dedicamos a echar paladas de olvido a lo vivido.


Un poco de todo eso es lo que yo hice al finalizar mi relación con Julia. Hoy, pasados ya muchos años, no estoy seguro que pueda salvarme pensar que no había otro camino.


Nos quejamos -muchas veces con frases demasiado hechas- de la mala suerte que tenemos en algunos momentos y aspectos de la vida. Creo que todo lo que se hace muy habitual y repetido,  como puede ser la queja, pierde valor y verdad en cada repetición.


Del mismo modo, nos olvidamos de que somos felices muchos días de nuestra vida, que no tenemos necesidades vitales no cubiertas, que hemos construido una familia y hemos sacado hijos adelante, de que seguimos vivos y de muchas cosas más.


Conforme pasa el tiempo, mi tiempo, siento la necesidad de vivir la alegría, aceptar sin demasiado aparato el dolor y las ausencias, apreciar los recuerdos que sostienen mis momentos de vigilia.


Hoy quiero celebrar mi suerte, inesperada, gratuita, pero no menos valiosa.


Una tarde de San Fermin pasado, un día cualquiera de esas fiestas en las que sin necesidad de hacer nada siempre puede pasar algo, estaba yo en la sociedad gastronómica de la que soy socio. 


Del mostrador del bar me llega un aviso de que alguien pregunta por mi. Me acerco y me encuentro con T., compañera de otras ferias, acompañada de cuatro amigas.


Les ofrezco pasar a la zona de socios y compartimos un par de jarras de sorbete.


Vamos compartiendo frases y el día, la fiesta, la alegría, o la casualidad o la suerte hacen que todo resulte fluido, ameno y amable.


En un momento, T. hace un comentario de La Luna, mi casa-monasterio y de su enclave en el Valle de Allín.


Una de sus amigas, M, responde nombrado su pueblo de nacimiento, que no está lejos de mi casa.


Unas palabras nos llevan a otras y en un momento concreto le comento que, de joven, yo iba algunos días a una casa de su pueblo con mi pareja de esos días. M se queda parada y me pregunta el nombre de mi pareja de aquellos años. Cuando se lo digo, su rostro lo dice todo. 


Me ha identificado. M es la hija de Julia. 


Las emociones, las frases a medias, los recuerdos, el pasado … todo flota sobre la mesa y entre M y yo.


No puedo menos que decirle la verdad y le cuento lo que significaba su madre para mí en aquella época. Le pregunto por ella.


Me dice que falleció el año pasado y vuelven a aflorar las emociones. También me dice que recuerda el afecto que me tenía su madre, un rescate en toda regla.


Ni el momento, ni la gente que nos rodea, ni los años que ya han pasado; nada permite ir más allá, pero en los días siguientes no he podido quitarme de la cabeza el nombre y la imagen de su madre.


La reacción confirma el desamparo del pasado, pero tengo que agradecer el rescate que M me ha regalado con sus palabras.


No pasan muchas veces estas cosas, tienen que darse muchas circunstancias, pero la vida, a veces, te trae personas que vuelven del pasado para rescatarte, para pintar de paz los recuerdos, para agradecer que tuvimos un pasado.



Isidoro Parra

Pamplona, agosto de 2024





Comentarios

  1. Respuestas
    1. No podía ser menos, Fernando. Tú sabes bastante de eso, de sanarte y de sanar a los que te rodean. Siempre serás un faro iluminado.

      Eliminar
  2. Gracias por hacerme pensar en mis desamparos.

    ResponderEliminar
  3. Gracias a ti, por decirme que mis
    Anotaciones hacen pensar a alguien,

    ResponderEliminar
  4. Sentirse rescatado, es aceptar el riesgo,
    de mirar a lo vivido, sin intentar remedios,
    buscando en este instante, el mágico consuelo,
    dejar que en mi camino, haya huellas de ellos.

    Gracias Isidoro, por compartir estas vivencias.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Iñaki, lo que yo hago con mis escritos es un ejercicio de parvulario en comparación con tu oficio de poeta. Gracias a ti.

      Eliminar
  5. Gracias Isidoro por compartir momentos tan intensos. Como dices, a veces, sólo a veces, la vida te brinda momentos de magia, de los que duran para siempre. Disfruta el tuyo y gracias por compartirlo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La magia, la belleza, la tristeza en ocasiones, una mirada, un abrazo, la maravilla de lo sencillo. Gracias a ti,

      Eliminar
  6. En muchas ocasiones nos convertimos en acumuladores de experiencias y vamos saltando de una a otra sin ningún tipo de control. Los tiempos "vacios" nos dan pánico porque nos invitan a pensar, y una vez que te pones a pensar es difícil anticipar hacia dónde te van a llevar esos pensamientos.

    Me parece más interesante, como plasmas en este escrito, atesorar momentos con personas que te puedan hacer crecer. El impacto va más allá del momento compartido y, seguramente, perdurará por todos los días de nuestra vida.

    Creo que es una suerte el ser consciente de los momentos vividos con esas personas, ya que en muchas ocasiones pueden pasarnos desapercibidos (centrados en las experiencias que queremos acumular).

    Creo que debemos aprovechar esta "invitación" que nos haces a pensar en aquellas personas que nos han impactado. Podemos reflexionar como impactamos en los demás y si nuestra actitud frente a la vida es la de impactar en los demás para ayudarles a hacer crecer. Vamos, que veamos si nuestra actitud es la de ser bendición para los demás, como propone Mariola López Villanueva en su libro "Bendecidas con las ganas de vivir". Os lo recomiendo

    ResponderEliminar
  7. Desde luego has tocado algo muy hundido en mi corazon, tus palabras estan llenas de ese desamparo que tanto he sentido pero, le has dado una luz de esperanza con el hazar del encuentro tardio

    ResponderEliminar
  8. El azar, la suerte, lo inesperado, la luz y la sombra, organizando nuestra vida como un mago creando estrellas.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares