ENIGMAS. LUZ EN EL PATIO
LA LUZ EN EL PATIO
… un exceso de luz
vuelve tu cielo inhabitable.
Jenaro Talens: Navegaciones (Otra escena)
Acuarela: José Zamarbide.
Desde la misma penumbra que envolvía los cafés sociales del siglo XVI, en este Santiago de Cuba cargado de historias que nos salpican, observo la luz brillante del Caribe que inunda este patio azul, en este 2008, y me dejo llevar por los recuerdos que no he vivido.
A este lado de la luz me siento protegido viendo la historia pasar, la historia que me habla de la llegada a estas tierras, en 1493, de ese Adelantado, Diego de Velázquez de Cuellar que, acompañando a Colón en su segundo viaje a América, fijó su residencia en esta isla y en esta ciudad, para cumplir los encargos de su rey y su reina.
En la planta baja de esta casa, la más antigua de la isla, en la que el conquistador ejerció como Gobernador desde 1511 hasta su muerte, en 1524, se ejercieron las funciones de Contratación, Cámara de Comercio, Gobierno de la isla y fundición de oro. Por allí pasaron compradores y vendedores, leguleyos y apátridas, bandoleros y mendigos, gentes de poca bolsa y peor calaña.
Desde la parte superior de la casa, dedicada a los aposentos y vivienda del Gobernador, con sus balcones sobre la calle Aguilera, entonces llamada de La Marina, abiertos a lo que hoy se denomina Parque Céspedes, el mandatario pensaba y tomaba sus decisiones que siempre afectaban -y no siempre bien- a muchos de los cubanos que atravesaban aquella plaza.
En esas estancias, Don Diego pensó en cómo vengarse de Hernán Cortés, que se le había escapado entre las manos, burlándole un negocio potencial que ya no iban a compartir.
Por estos salones de la planta baja, por ese patio azul que veo al fondo y por el patio contiguo donde se ubica el antiguo aljibe, se paseaban los perfumes de las propias y las amantes, las emociones de los deseos por satisfacer y la fatiga de los desengaños.
Las puertas que rodean el patio, al igual que esta que se abre ante mis ojos, están dotadas de amplios vanos para permitir el paso dubitativo de la luz y, sobre todo, el correr del aire entre patios y estancias, aligerando el calor de este Caribe que castiga como un martillo.
Muchas eran las necesidades. Eran tantas las personas de servicio y visitantes que llegaban con peticiones o regalos en pago de favores, que la casa precisaba muchas y amplias puertas para ordenar las idas y venidas.
En esa mampostería de los salones ha quedado prendida la labor de muchos artesanos criollos que embellecieron las casas de los ajenos.
Todos, los buenos y los menos buenos, me han dejado el legado que hoy me permite cruzar dinteles que me llevan de la belleza a la belleza, de la sombra a la luz.
Puede que las sombras se crearan de forma intencionada para hacer habitable el exceso de luz.
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