CARTA ABIERTA Nº 1 A JOSEP MARÍA NOGUERAS
CARTA ABIERTA Nº 1 A JOSEP MARÍA NOGUERAS
Buenas tardes, Josep.
No he encabezado esta carta con esa aparente frialdad porque tenga nada que vigilar ni cuidar en la distancia que nos separa. Es una mezcla de timidez ante alguien a quien no conozco y del que he leído poco, apenas un libro de poemas, además de la prudencia por no meter la pata antes de darme tiempo a conocerte algo más en tus letras.
He vuelto a leer -creo que es la segunda vez- tu poemario “El tiempo de los árboles” y he recordado las vibraciones que sentí en su primera lectura. En aquel momento, yo no escribía cartas abiertas ni cerradas a poetas y ningún otro ser. Ahora empleo tiempo en estos menesteres que me ayudan a que los días pasen menos vacíos. Estas cartas -te lo advierto- me ayudan a recuperar el estilo epistolar, me permiten dejar plasmados comentarios sobre poemas que me han removido o poemarios en los que he encontrado poemas o versos en los que detenerme y pensar. Por eso, no tomes esta carta como un intento de acercamiento que nunca se producirá pero, al mismo tiempo, ten por seguro que está escrita desde el espacio que han creado a mi alrededor algunos poemas de tu libro.
Entre esas páginas me he encontrado con poemas que expresan deseos de lo que no es habitual pero sí posible, de lo que nunca será posible en la realidad que vivimos pero sí en la que soñamos. Los he seleccionado y los he vuelto a leer. Expresan un mundo personal en el que intento adivinar lo que eres y lo que sueñas, sin dejar de lado lo que yo soy también y lo que también sueño. Así lo haces en el primer poema, en el estrenas uno de los paisajes por los que discurren los poemas, el de los árboles en este caso.
A mí también me pasa que inauguro un mundo y una esperanza cuando miro un bello árbol. Entre ellos -aunque resulte ahora inapropiado nombrar uno-, las hayas.
No puedo pasar por alto el mar, ese segundo paisaje que nos relatas en otros varios poemas, ese lugar de existencia, de la fragilidad del ser, a merced del invierno y de los vientos, ese escenario del paso del tiempo. El mar y la nostalgia que nos regala el tiempo, ahí, pegada en la memoria que nos salva o nos arrasa.
La soledad que reflejan algunos de tus poemas no es la soledad sufriente del desesperado, es una soledad acogida por la noche, amparada por los árboles y el tiempo.
Me han gustado tus mensajes sobre el alma. A pesar de que yo no crea en su existencia, reconozco que pertenece a un mundo que va de la tradición aprendida al misterio del miedo que nos acompaña. En tu poema “El país del alma” haces pasar por ella el tiempo y el olvido, otro de tus temas de inspiración. Del poema me quedo con los últimos versos cuando dices que el alma es una tierra que se mueve y nos recomiendas recorrerla despacio, como hago yo con tus poemas, y elegir bien la ruta, fundamental. Así con el alma, así en la vida.
Creo que también te inspira la nieve y el invierno. No alcanzo a ver el porqué, pero no me extraña. El invierno es para mí el tiempo del recogimiento, los días en los que más hondo de mi mismo puedo entrar, el tiempo al que pertenece el silencio.
Vuelvo a tropezarme con los deseo para todos en el poema “Ventanas”. Permíteme que te recuerde -¡qué grosería!- los versos finales:
“Que este instante
secreto sea todos los instantes,
armonía fundada en los afectos.
Que la existencia sea
la noche derramada en las ventanas.”
A partir de ahí, a pensar, a soñar con ventanas, a extrañar los afectos, a trabajar la existencia.
Entre los escenarios elegidos para escribir sobre tus penas y alegrías, me ha gustado menos el de las fogatas, título de uno de tus poemas, tal vez no lo sea porque no me atraigan y, como a todos, me hipnoticen las llamas, pero tal vez sí por el final tan desolador del poema: estar lejos y solo, / sin dios, ni amor, ni paz, deshabitado. / El humo empuja al humo hacia la noche. Deshabitado es la palabra que me ha descolocado del todo, la que me ha sumergido en la inquietud.
Leyendo “De hombres y árboles”, me he quedado un buen rato pensando en los hombres y sus casas, y los árboles que crecen junto a las casas. Esos tienen su propia historia, sus propias aventuras. Han escuchado y visto tanto que han aprendido a hablar.
Me ha acercado más a ti el encontrarme en un poema con el alba, momento para morir y también para renacer.
No voy a extenderme más, Josep. Es posible que para este momento haya cometido varias incorrecciones y algunos sacrilegios, pero quiero que sepas que te leído y vuelto a leer, que tu libro se quedará viviendo y esperando la siguiente lectura en mi librería de poesía, la que más amo.
Hasta pronto,
Pamplona, octubre de 2024.
Isidoro Parra.
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