CARTA A BRAULIO ORTIZ POOLE, nº 1
CARTA ABIERTA Nº 1 A BRAULIO ORTIZ POOLE.
Buenas tardes, Braulio,
Esta mañana, mientras esperaba si el tiempo evolucionaba hacia la lluvia o hacia el sol para recorrer caminos de mi valle, he terminado de releer tu poemario “Cuarentena” y he sentido la necesidad de decirte algo, aunque jamás vayas a leerlo.
La impresión general que me ha dejado tu libro es la de vastedad de la vida y la mirada. A pesar de hablar de los cuarenta, creo que también escrito desde los cuarenta, lo que aflora en esas páginas es mucha vida acumulada, muchas apuestas, más de una realidad y muchas esperanzas, un espejo en el que mirarse y, en algunos casos, reconocerse.
Los primeros poemas los dedicas directamente a los cuarenta. En esos primeros versos, me ha llamado la atención ese disparo que diriges a la memoria de los hechos, a si fueron rápidos y vagos y no les diste la importancia que tenían si querías que años más tarde, a partir de los cuarenta, cimentaran tus recuerdos para sostenerte. En esos versos, te atreves ya a repartir consejos para que el niño sepa que nada de lo escrito llegará a suceder, que la ambición suele traer consigo hijos deformes y frustraciones. A pesar de ellos, abres esperanzas en medio de la espera y nos recuerdas que también la parra es bella en su esqueleto y que un un hombre al que arrojaron a los ojos la tierra de una tumba, está aprendiendo el ruido de la vida.
Te despides de esos poemas con la duda de si, en algún momento de nuestra vida, a esa edad, podemos habitar el paisaje calmado de la siega, aunque nos sorprenda el pálpito de la sangre en nuestras venas.
Pasas, a continuación, a hablarnos del diálogo entre un niño y un oficinista, entre la esperanza y el tedio. Le recuerdas al hombre ya maduro que la vida podía inventarse, que mentir traía la gracia, no la culpa, que la verdad era terreno pantanoso.
Me gusta esa hermandad que estableces entre el santo y el borracho, a los que hermana la mística. No he podido evitar acordarme de Joseph Roth y su Leyenda del Santo bebedor.
En los poemas siguientes nos recuerda que puede ser más habitual en nuestras vidas asumir el hecho de haber perdido que el sabor de la gloria y adviertes al lector que si lleva el corazón tan a la vista, puede ser bueno poner defensas, porque solo puede ganar quien se protege.
Hablándonoslos de los sueños, nos aconsejas que busquemos nuestro propio firmamento, que un hombre ha de aspirar a lo sublime. Tal vez, Braulio, hayas apuntado bien, porque, en mi opinión, solamente aspirando a lo sublime puede uno alcanzar la mediocridad soportable.
Me he detenido, como no podía ser menos, en el poema que escribes para glosar a Caravaggio y nos dices que, tal vez, el pintor hablaba de la vida cuando se enamoró del claroscuro y concluyes que, posiblemente, entre el fulgor y la penumbra, un hombre avanza a tientas, siempre a tientas y tropezando.
Parece que, al menos en la edad en que escribías estos poemas, la claridad y la oscuridad eran fuente de inspiración, reflexión y vida para ti. Así lo pones de manifiesto cuando nos dices que la claridad es la noche camuflada y la oscuridad un sol desesperado. Vuelvo a ver la esperanza que nos regalas cuando anuncias que podemos esperar el resplandor que nos ilumina tras los momentos de negrura.
Pocos lamentos y elogios he leído a la amistad y al amor como en los versos de tu poema “Como una bestia mansa que se apoya en un árbol”. De desamparos y de ecos está llena nuestra vida, al menos la mía.
Más adelante, hablando de la nieve y del sur, nos regalas un precioso eco:
“Hay una rara orfandad en nuestros cuerpos,
una sed en el alma buenos mueve”.
Me ha parecido uno de los poemas grandes del libro. No sé si el significado de cualquier amor es una lucha entre iguales o una batalla en la que entras sabiendo que estás derrotado desde los primeros pasos que das, pero es necesario entrar en el combate.
Con o sin tu permiso, así es, colgaré en un blog de enigmas que alimento, tu poema “No importa si olvidaste la maleta”, cargado de esperanza que surge de quitarle importancia a los fracasos.
Creo que todo poema es un rosario de consejos que el lector puede apuntar, desdeñar o abrazar. Algunos son prácticos, otros son solamente bellos. A este grupo pertenecen los que nos regalas en tu poema “Nadar a contracorriente”:
“La misma soledad de las vidrieras, ese espíritu frágil
que tiembla ante el otoño, eso es tu corazón ante la vida.
…
No temas franquear el lado umbrío.
Si un hombre vive, ha de conocer también el lodo.”
Gracias, Braulio, tu poemario me ha dejado con ganas de conocer otros poemas tuyos. Me has regalado unas horas que me hacen crecer y bañarme en un aguacero de sensibilidad.
Un abrazo,
Pamplona, noviembre de 2024.
Isidoro Parra.
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