ENIGMAS. PATIO, PALACIO, MARAVILLA
PATIO, PALACIO, MARAVILLA
El ser humano es capaz de hacer lo que es incapaz de imaginar. Su cabeza surca la galaxia de lo absurdo.
René Char: Hojas de hipnos
Fotografía: Isidoro Parra
Me detengo ante esta maravilla y su visión me invita a hablarle. Podría decirle las palabras que me inspira: acogimiento, armonía, exceso, preciosismo, alarde, descanso, … No sé si encontraría una palabra en el diccionario que no encajase en algún rincón de la profusión de detalles que me brinda esta puerta.
Estamos en Pingyao, partera de puertas y de sueños, en el año 2010, recorriendo sus calles, descubriendo sus secretos y su belleza, alimentando afectos.
Cuando observo esta puerta abierta, atisbo la oscuridad del interior, pero no rechazo el paso adelante que me permite acceder a sus oscuras salas. Es tanta la profusión de tallas, de pinturas, de carteles, de marquetería, envolviendo esta puerta, que no puedo evitar quedarme contemplando la invitación de cada piedra y cada ladrillo, de cada madera grande o pequeña, de cada dibujo.
El polvo se acumula en los intersticios de ese suelo entretejido entre mármoles, piedra y ladrillos, todo asentado por el paso del tiempo, formando una unidad sólida pero amable.
No sé lo que me espera cuando entre, pero estoy seguro de que recordaré con más precisión este ambiente que flota entre estos muros que cualquier tesoro que se guarde tras esa puerta, a pesar de que sea el umbral de uno de los muchos museos que alberga la ciudad.
¿Qué puede igualar a esa filigrana de madera y colores oscurecidos por el polvo, a esas líneas blancas que perfilan cada figura? ¿Cómo no quedarse extasiado ante esos dibujos entre los marcos de las ventanas, con esas maderas finas, trabajadas y moldeadas hasta crear la armonía de cada espacio?
Mi mirada se eleva hacia la parte superior de la puerta, para quedarse fija en ese alero coronado por esa pequeña casa que simula una torre de vigilancia, signo del poder o del oficio de sus moradores.
No es la puerta más sencilla. Me recuerda a la cola de un pavo real contoneándose, dejándose querer, intentando ser el centro de todas las miradas, de las exclamaciones.
Puede que no sea como lo pienso, pero me cuesta imaginar que el carpintero que levantó esta puerta, como si fuera un altar, en el fondo de este patio preciosista, hubiera pensado con antelación cada detalle de los aleros, de la puerta y ventanas que vemos.
Me lo imagino descubriendo cada día lo que podía añadir, la flor que podía unir a otra flor, el pájaro que podía posarse en la flor del día anterior, el entramado de listones con los que enriquecer cada hueco, en una obra que podría ser interminable.
Así la vida, en la que cada día añadimos un gesto, un pequeño cambio sobre nuestra opinión del día anterior, un paso hacia lo que cambiaremos mañana.
Oigamos a Char: “el ser humano es capaz de hacer lo que es incapaz de imaginar”.
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