ENIGMAS. PUENTE SOBRE LOS RECUERDOS

 PUENTE SOBRE LOS RECUERDOS 




En el fracaso de la búsqueda

se revela lo que nos encuentra:

lo que pide ser acogido

en el vacío de lo que nos fue arrancando.

Hugo Mujica: Quiebra (Y siempre después el viento)


Acuarela: José Zamarbide


Esta imagen es tierra conocida, muchas veces vista y pocas veces pensada. Por eso, en este caso, mi visita a Ujué en 2011 no se quiere limitar a un pasar, a un subir y bajar por esas calles estrechas, empedradas, que respiran antigüedad en cada rincón y en cada esquina.


Bajando hacia la plaza, me encuentro, una vez más, con este puente que dibuja una puerta hueca, sin postigos, abierta a todos los aires, al cierzo y al bochorno.


Podría pensar en el puente, en el atajo que seguramente suponía pasar de una casa a otra sin salir a la calle o el refuerzo que su existencia suponía para mantener ambas casas en pie, pero tendría que tirar de mucha imaginación que me llevaría por parajes desconocidos, impostados.


Me quedo con el hueco, puerta o paso que une la parte alta con la parte baja del pueblo; un resquicio de viejas formas de construir que hoy me permite admirar restos de tiempos ya pasados que me han dejado formas que admirar, soluciones que me hacen pensar.


Desde lo alto de esta calle, me quedo con las sombras que uniforman suelo y paredes, diluyendo la línea que separa las piedras, formando un manto de frescor en el verano y una peligrosa pista de hielo en invierno.


Hoy, el sol corona la parte alta de las casas, pero también pienso en los días de fuertes lluvias, en los que el agua formará torrentes sobre estas piedras ya pulidas.


No puedo evitar que mi mente vuele hacia tiempos más lejanos, cuando estas calles se llenaban con el olor del mosto recién exprimido de las uvas que los agricultores, con mucho esfuerzo, subían de los campos más lejanos, jaleando a las mulas que tiraban de los carros, traqueteando por los empinados caminos.


También quiero pensar en el olor del azúcar cuando se caramelizaba, envolviendo las almendras, en las chapas de todos los hogares en los que las mujeres de esta tierra tenían implantados sus dominios -por costumbre o deseo propio-.


Me llega el olor de la harina, de los huevos y los anises cuando esas mismas mujeres daban forma a las rosquillas, mientras contenían las ganas de sus hijos por atacar el botín.


Y me llega la imagen de esos labradores que vuelven a casa agotados, después de pasar varios días en los campos más alejados, alegrando los ojos al olor de esas migas que su mujer está preparando con amor, al calor del carbón o la leña.


Si sólo la vista de esta puerta hueca me trae esas imágenes, tengo que quedarme más tiempo bajo su sombra, porque esta puerta-puente es un recordatorio de vida, de sudores y de vida dura, de llantos y cantos.


Cualquier búsqueda de significado puede devenir en fracaso. Por eso, prefiero gozar de la revelación de lo que me encuentro.

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