ENIGMAS. LA SIMETRÍA IMPASIBLE

 LA SIMETRÍA IMPASIBLE




¡Ay del tiempo! Ya todo se comprende.

Jaime Gil de Biedma: Amistad a lo largo (Ayer)


Fotografía: Isidoro Parra



Estamos respirando el año 2010 y las puertas de la Ciudad Prohibida de Pekín conservan los vestigios de su pasado.


En medio del extenso campo del rojo, en el que los clavos dorados ponen la geometría de la sencillez, hacen su aparición estas cabezas de dragón con sus cuerpos que muestran los mapas de la eternidad.


Abrumado y silencioso de tanta grandeur, prisionero de las dimensiones de plazas y patios, de palacios y pabellones, el tamaño de las puertas que atravesamos no deja huella en nuestros ojos; su posición abierta nos deja pasar mientras permanecen apoyadas sobre las paredes de los túneles, impasibles.


Estos paneles que, cerrados, nos impiden el paso, empujan el vuelo de nuestra imaginación. Así, desde la quietud que me imponen, opto por quedarme en el detalle.


En este caso, dos colores, el rojo fuerte, a veces sombrío, y el dorado de clavos y dragones: son los elementos que completan los límites del detalle, el escenario de la imagen que ven mis ojos.


Nada se escapa al control de las distancias, de los espacios que rodean cada elemento dando sentido a la marcialidad de estas puertas, de este lugar. 


No hay grafitis que pongan un mensaje actual, obsceno, nada ensucia los espacios brillantes.


Por ello, las cabezas de estas fieras no pueden ser amables ni sus ojos sonrientes. Se han hecho para dar muestra del poder que protegen, de la riqueza que atesoran. Son  puertas del pasado añorado por unos y rechazado por muchos.


La visión que tenemos de estas puertas cerradas nos deja sumergidos en la duda de lo que protegen tras ellas. Abiertas quedarían escondidas, atrapadas por la sombra y desnudas de significado, de fuerza.


Cerradas son algo más concreto, interrogan al menos. Abiertas darían paso a otros escenarios, podrían dejar este espacio y volar a otros muros.


Así pasa con nosotros mismos: vestidos con los gestos de nuestro rostro y con nuestro cuerpo atrapado en la inmovilidad somos algo, un pequeño misterio; pero si nos manifestamos con una sonrisa, con una mirada o una mano extendida, mandamos un mensaje que nos deja vacíos, que en la mayoría de las ocasiones nos hace anodinos en medio de la muchedumbre.


Así de sólidos y así de invisibles. 


Con el paso del tiempo, todo se comprende.


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