CARTA ABIERTA Nº 3 A BRAULIO ORTIZ POOLE
CARTA ABIERTA Nº 3 A BRAULIO ORTIZ POOLE
Buenas tardes, Braulio, el dicho popular dice que no hay dos sin tres y aquí estoy, con la tercera que te dirijo en poco tiempo.
Es una carta con la mirada hacia el pasado porque hoy quiero hablarte del libro de poemas tuyos que acabo de terminar, un libro que escribiste antes de los dos que ya he comentado en mis dos cartas anteriores.
Estoy hablando de tu poemario “Hombre sin descendencia” que publicaste en los inicios del año 2011, un libro que, como los ya leídos anteriormente, van dibujando con precisión y con dudas (ya siento utilizar algo parecido a los contrarios) tu mundo poético, pero también tu vida y el cambio de pensamiento a lo largo de esos años, la evolución en los cambios de temas a tratar, en los encuentros y en los abandonos que en cada momento, diferentes, afrontamos en la vida de cada uno.
Podría acabar esta carta aquí diciéndote simplemente que me ha encantado este poemario, que me has hecho sonreír con una pizca de nostalgia, que me has hecho pararme y reflexionar sobre lo escrito y todo eso, simplemente eso, sería suficiente, así que adiós y hasta la próxima, Braulio, pero tú y yo sabemos que esto no se va a quedar aquí, no tanto por tu curiosidad sobre mi pensamiento sino por necesidad mía, propia, íntima, de volver a hablar de algunos poemas tuyos, de algunas invitaciones.
Te diría, por ejemplo, que también el primer poema, el preámbulo del libro, bastaría para condensar una gran parte de lo que nos cuentas en las siguientes páginas. En ese poema, nos regalas confesiones: el mío es el amor de los estériles; nos hablas de la falta de responsabilidad directa en los hechos: no elegí ser la árida comarca y, a pesar de ello, nos relatas el resplandor que te embarga: Qué intenso este fulgor que me deslumbra / que rechaza la facultad de ser eterno.
Me ha hecho hacerme preguntas, como si -o sin el como- estuviéramos anclados en el pensamiento de que solamente la procreación puede hacernos eternos. Yo, que creo haber procreado, renuncio a sentirme eterno por ello, me parecería vanidoso y egoísta. Sería poco el trabajo para tan grande premio, siempre en el caso de que la eternidad lo fuera.
Hay veces en las que no entendemos los poemas escritos por otros o los malinterpretamos. Algo me ha podido suceder con el poema en el que retratas el camino que hace un hombre sin descendencia. Entiendo lo de su voluntad de soga, porque creo que, tal vez, no es una voluntad que sea patrimonio de los hombres sin descendencia. Entiendo más todavía los hacerse preguntas sobre el porvenir y sobre el alba, el trueno y el sosiego porque, de nuevo, entiendo que las preguntas sobre esos y otros temas son patrimonio de todos. Por mi parte, he de confesarte que me cuesta escuchar la voz que me responda desde la inmensidad.
Dices, al acabar un poema, que la voz de nuestros muertos afina una canción que nos sosiega. No sé si es la voz o el eco de su voz, tampoco sé si están cerca o a media distancia, pero estoy seguro de que los hacemos presente. Lo que no acierto a saber si lo hacemos por agradecimiento a su existencia previa o por egoísmo, sólo para que sosieguen nuestra alma.
He leído varias veces ese recuerdo que haces de tu padre porque ¿quién no quisiera recordar así a su padre?. Esos dos versos finales que valen todo un poemario me ha recordado que otros poetas (Joan Margarit, en su poemario “Amar es dónde”, por ejemplo) también lo han tocado, de diferente forma, pero con el mismo sentido, lo cual confirma el poder del lenguaje:
“Y en su acto guardaba el secreto del mundo:
nadie muere del todo si el amor le sucede.”
La muerte se pasea, como un vuelo de un ave sagrada, intocable, por los versos de tu poema “Una mesa puesta”. En todo caso, creo que nadie sabe cómo la mirará cuando llegue. Hablamos de diferentes tempos, de diferentes ánimos.
No podía pasar por alto esos versos que incluyes en tu poema “Hoy sangra la nostalgia”: La verdad centenaria de los robles se hizo de soledades. Pienso en los robles de mi valle y creo que es cierto. El mayor asedio y la mayor compañía que tienen es el silencio y la soledad y no sé muy bien qué es lo que les hace volver cada primavera: si la caricia leve de un rayo de sol, si el nido en el que crecerán nuevas vida, si el viento que hace hablar a sus hojas, pero algo tiene que haber, ademas de la soledad.
Creo que es un buen ejercicio repasar la vida recorriendo con los recuerdos las estancias aireadas por el viento de las viejas casas que habitamos. En ellas hemos construido nuestra vida, a ellas nos debemos, las queremos y, no sé si por ello, las aparcamos en el olvido, pero son tenaces y vuelven, siempre vuelven.
Dices en otro poema que hay una extraña dignidad en la derrota. Estoy de acuerdo, pero no tengo si me alineo contigo porque tengo los años que tengo y, a mi edad, cualquier derrota tiene dos caras, la del fracaso y la de la certeza de estar vivos.
Así somos de efímeros, como lo cuentas en tu poema, pero quiero pensar que esa condición trae consigo la belleza de lo que sabemos que se perderá y ahí podemos encontrar el latido de un corazón.
Me deja mudo, paralizado de asombro, el final de tu poema “La caricia del musgo”: Y todo lo difuso recobró su contorno. / Y toda esta penumbra se convirtió en refugio. / Callado llegó este advenimiento.” No entiendo cómo se puede ser tan abstracto y tan amplio, tan concreto y tan abierto, pero gracias, Braulio. Ahí, en esos versos, hay experiencia y esperanza, hay hondura y sombras, … y mucha luz.
No podía dejar de detenerme y recorrer más de una vez las líneas de tu poema “Toda desnudez exhibe sus estigmas”. A ese recorrido continuo me ha llevado, entre otras cosas, mi experiencia del camino de San Francisco que hice hace ya unos años. Tal vez por eso, lo he leído con mucha atención, pero han faltado unos pocos versos para olvidarme de todo lo que no fuera el propio poema y aquello de lo que con el poema nos cuentas. Por ejemplo, en los versos: Porque un hombre enamorado / está siempre desnudo / y toda desnudez exhibe sus estigmas. Desnudo e indefenso, pero vivo, temblando, respirando esperanzas me atrevería a decir y siempre que se espera hay motivos para resistir.
Si tú fuiste, una vez, pirómano, te podría contar el cuidado que he tenido que tener para gobernarme durante toda mi vida sin que se astillara nada. También te diría que hay ecos de dolencias pasadas que intento tapar cada día, pero que vuelven con un eco doliente que me hace sentir parte de otras vidas.
En “Condición de farsante”, nos dices que Toda disposición no era más que una búsqueda. Estoy de acuerdo, pero añadiría que también es búsqueda la espera y, cuando lo digo, puedo pensar que también la espera es una disposición.
Supongo que una selección de referencias tan aleatoria como ésta, no podía dejar a un lado tu poema “El tormento y el éxtasis”:
“Agradece la herida: sentir te ungió sagrado.
…
El más bello paisaje se pintó en la tristeza.
El verso se inventó con una despedida.
Del miedo a la muerte
nació la eternidad.”
Si para sentir hay que recibir la herida, bienvenida sea. Si la proximidad de la muerte nos hace aferrarnos a la eternidad y ese lazo nos acompaña en el momento final, bienvenida sea también, aunque no exista para nosotros.
Y al final de tu epílogo, Braulio, la esperanza más límpida:
“Si ha sido querido,
un hombre nunca muere."
Muchas gracias, Braulio, y hasta pronto.
Pamplona, febrero de 2025
Isidoro Parra
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