CARTA ABIERTA Nº 2 A JESÚS AGUADO


Buenos días, Jesús, ésta es mi segunda carta y ya ves, utilizo el tuteo con una tranquilidad alarmante.


Hoy quería hablarte de tu libro de aforismos “Heridas que se curan solas”. ¡Qué denso eres, Jesús!


Según la RAE, un aforismo es una “máxima o sentencia que se propone como pauta en alguna ciencia o arte”.


Si buscas, puedes encontrar muchas definiciones, pero, en general, todas hablan de un texto o declaración breve que busca expresar un principio o pensamiento de manera concisa, coherente y, en apariencia, cerrada.


Bueno, Jesús, no sé qué es lo tuyo, pero, a mí, muchos de tus aforismos no me han parecido breves, ni concisos, ni mucho menos cerrados.


Es cierto que los hay breves, pero hay otros tan extensos que parecen un tratado sobre la apertura de una gran presa que no puede contener el agua que amansa tras sus muros: sueltas tu idea y la dejas que crezca, que se adorne -con austeridad, eso sí- y que deje mil preguntas en los ojos que te leen. 


En algunos momentos de la lectura de tu libro, me ha parecido que optabas por un tema y te explayabas, a través de varios aforismos, como si le vieras más de un rostro a una palabra o a una actitud, como si quisieras vestirla con diferentes ropas según la cita a la que asistir.


Cuando he leído este libro tuyo, solamente te había leído en “Carta al padre” y en la compilación de poemas que reuniste en “El fugitivo”. Por eso, me había hecho una idea de tu escritura que creo que era equivocada. Cuando lees a un “poeta”, acabas convenciéndote de que tendrás suerte si te quedas con media docena de poemas de un libro, si has logrado encontrar las alas de algunos versos que puedan volar contigo para acompañarte.


Por eso, cuando he leído tus aforismos, me he quedado sorprendido de las vueltas que le das a la cabeza, de tu lucha por encontrar un lenguaje diferente, una vía para liberar tus fantasmas de una manera más rotunda, más agreste, menos habitual, y en ese pensar y pensar, en ese pasar horas frente a la página para canalizar tus ansias de abarcar más, de llegar a paisajes no visitados, a sensaciones no vividas.


Por eso, tengo que darte las gracias. He pasado unas cuantas horas absorto, leyendo y releyendo, subrayando, anotando, memorizando y, sobre todo, pensando en silencio.


Podría decirte que a tu libro no puede acudir el que solamente tiene sed. El sediento tiene que intentar apagar la sed en una fuente muy concreta, llena de diferentes sabores y temperaturas.


Los primeros aforismos me han dejando atado al libro y no solamente porque recientemente he terminado un libro que tal vez no se publique sobre las puertas y su significado. Permíteme la osadía de utilizar uno de ellos en la presentación de mi libro. Cuaja con mis pensamientos el hecho de que el poeta debe tener como misión dejar las puertas abiertas a la interpretación de cada uno, pero, sobre todo, insinuando los contenido para provocar el pensamiento, la reflexión. Por eso, me encanta esa máxima: “Un poeta vale tanto como la cantidad y la calidad de las puertas que es capaz de ir dejando abiertas”.


Si del poeta pasamos a la poesía, me identifico con tu deseo sobre su esencia: “La poesía es, o debería ser, una propuesta de felicidad universal” y, aún en el caso de que no se hubiera escrito con ese fin, sería deseable que el lector la viviera de ese modo. A mí, al menos, me pasa lo que tú dices, me lanza hacia lo alto y me abandona en la caída hacia la vida.


Tal vez te pase algo parecido para que hagas de la poesía tu guía, tu compañera y tu refugio: “Es de noche, hace frío y la casa comienza a agrietarse, pero que nadie se desanime: es justo ahí donde la poesía nos coge de la mano y nos guía”.


Me adhiero a lo que te gustaría que fueran tus poemas -ya lo son, en muchos casos-: “Poemas que pongan al descubierto un alma pura que hace malabarismos con sus impurezas mientras es devorada por sus saberes”.


Y qué decir del poder transformador de otras materias y escenarios que tiene y recorre, para tí, la poesía: “Poesía que riega un jardín con tanto cuidado que en él acaban floreciendo las estrellas”.


Leí tu poemario “Haikus”. Ya había leído antes a Basho y otros muchos escritores que habían utilizado ese formato que tanto se acerca al de los aforismos, pero me quedo con una de tus formas de explicar lo que son: “Sorbos de vida. Eso, quizás, son los haikus: las gotas que quedan en el vaso del que otro bebió. Lo desechado. Lo que reposa en el fondo”.


Mucho se ha dicho, pero te luces al elogiar las palabras: “Las palabras, ese sol que hace que el tiempo se evapore”.


Tu aforismo sobre los verbos me recuerda a tu poemario del mismo nombre, pero creo que aquí se condensa toda tu visión sobre ellos: “Verbos en infinitivo: un modo de contener nuestra natural expansión incontrolable hacia el pasado y nuestro eufórico despliegue hacia el futuro, esas dos falacias, esos dos chantajes, esas dos mentiras oficiales”.


Siempre había pensado que si tuviera que irme, desterrado, a una isla o a un desierto de los que fuera imposible volver, pediría llevarme un libro de poemas o, si me dejaran, además, un cuaderno y un lápiz, pero, tras leer tu libro, también me apunto a tu deseo: “A una isla desierta me llevaría aforismos.”


Creo percibir tu desasosiego con tu propia escritura, en todos esos aforismos en los que expresas tus deseos o tus ansias por encontrar nuevos caminos: “No escribir, dar zarpazos, tallar heridas, desgarrar.”


Confieso que me he dejado llevar por algunas de tus sentencias, esas que llevan a la ruptura y a la herida, buscando siempre en ellas la esperanza que tu pones en las palabras: “Qué monstruoso confiarle al cuchillo y su hemorragia la tarea de explicarnos lo que somos”.


Hay más aforismos en la misma dirección, espacios en los que me detenido sosegadamente a pensar: “Escribir con el dedo en la llaga. Porque la vida duele (duele el padre, duele el tiempo, duele la nada, duele el otro, duele el amor, duele el dolor) y hay que comprobar cuánta verdad hay en el dolor, cuánta vida late en la herida”.


Volviendo siempre a la poesía, me quiero despedir de tí, en esta carta, con dos sentencias ubicadas, no sé si con intención o no, al final de tu libro: “La poesía es vivir atento”, dice la primera de ellas. No entendería que pueda escribirse poesía sin estar atento, sin vigilar cada suspiro, cada mirada, cada color y cada sombra.


El segundo: “La poesía es felicidad o no es nada”. No sé si lo es para todos. Para mí, la poesía es felicidad aún cuando me hace revolcarme en todas las sombras, porque siempre salgo de ella con una sonrisa o una reflexión.


Seguiría y seguiría. El libro me ha dado para mucho pensamiento, pero no quiero cansarte, además, tú ya lo sabes todo sobre tu libro, lo has sufrido y te han sangrado las heridas.


Será difícil recalar en lo que me queda tuyo por leer, en otro texto que dé para tanta hondura y tanta reflexión.


Fíjate que estoy pensando en llevármelo a mi isla desierta.


Saludos,


Pamplona, enero de 2021.

Isidoro Parra.  

  


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