HACIENDO BALANCE


Postrado ya en su sillón junto a la ventana la mayor parte del tiempo, pasa las horas leyendo libros de acción, novela negra o thrillers que se llaman ahora, viendo la televisión o llorando. También llora cuando está conmigo y supongo que también lo hace cuando otras personas, no muchas, le visitan.

Sabe que al reloj del tiempo le quedan pocos granos que pasar por ese camino estrecho, aunque le gustaría que se atascaran y dejaran de rodar. Ni tan siquiera el informe de que está estabilizado le consuela. Y no le consuela porque sabe que está prisionero de esta jaula de oro que es el hospital: le han dicho que no puede estar ya sólo. Su rabia y su dolor no le permiten reconocer con humildad la suerte de estar atendido y acompañado, aunque es cierto que le falta la compañía que más quiere, según dice, sus hijos.


Le pesan dos matrimonios, el primero que fracasó y que mantuvo, dice, hasta que sus hijos superaron la edad adulta, el segundo que le hizo vivir durante otros veinte años feliz hasta que, hace un año, un cáncer le arrebató la vida de su mujer, de la que no pudo despedirse por estar aislado por una bacteria en el mismo centro hospitalario en que ella murió y en el que a él le diagnosticaron, por primera vez, su agresivo tumor.


También recuerda con dolor al perro que compartió sus vidas durante más de ocho años y que pasó a otras manos cuando él estuvo ingresado.


Pero le quedaba un consuelo que también ha perdido, aunque sigan cerca, en esta misma ciudad: sus hijos, con los que la relación se ha quebrado en una herida abierta y de difícil cierre. De hecho no vienen a verle y derrama, por ello, miles de lágrimas que alimentan su soledad.


Soy consciente de estar exponiendo hechos, sin una brizna de poesía, pero creo que son necesarios para montar el marco de este desamparo que no puedo evitar que me deje a mí desamparado. ¿Dónde está el rescate?.


Nada juzgo, nada sé con certeza. Sólo veo al hombre y su desolación, haciendo balance de su vida, sin encontrar respuestas.


Creo que ha vivido la vida apurando cada instante, con la fuerza de la juventud y de su seguridad que todo lo podía.


Me gusta oírle hablar de su padre, un hombre que él tenía y tiene por justo, por cariñoso, su gran figura a la que asirse.


Ha conocido a mucha gente, empujado por el río de la vida y las luces de fiesta, pero ahora se le escapan los recuerdos entre las heridas de su soledad. Se pregunta en qué ha fallado con sus hijos y no halla respuestas claras. No sé si no las encuentra o las oculta entre nubes de errores pasados, pero no me importa. Sólo sus lágrimas me bastan. Su dolor me asusta.


Mientras la salud le ha acompañado ha podido seguir adelante contra todo y contra todos, pero el zarpazo del aviso ineludible de la parca que llega le ha dejado a la intemperie de cualquier abrigo. Todo tiembla en él.


Es hora de hacer inventario, repaso al armario de los tragos que ya no beberá, de los encuentros que ya no tendrá, de las risas que no compartirá.


Solo necesita lo que menos tiene, el abrazo de los hijos que le ignoran, mientras intenta cuadrar un balance de vida con la Parca cada vez más cerca.


Entre tanto, mis compañeros y yo intentando llenar espacios que estaban reservados, por ley y deseo natural, a otros, pero no es tiempo de buscar la verdad. Ahora, la verdad es el tiempo que queda y cómo vivirlo.


Quiere salir a dar sus bocanadas de aire puro, a buscar la paz que serene su desesperación, tal vez busca los espacios que necesita para hacer un pacto de aceptación con el destino.


Recuerda su poder y  no entiende con facilidad que la autocrítica es el ejercicio que menos practicamos, que las pajas no solo están en el ojo ajeno.


Me pregunto qué puedo hacer, ¿tengo que provocar algo?, ¿cómo puedo llevarle algo de sosiego?, ¿cómo puedo secar esa fuente de lágrimas que no cesa de brotar de sus ojos? ¿Dónde ha estado el error o no lo ha habido y solamente es una cuestión de aceptación sin preguntas?.




HACIENDO BALANCE.


Siento un vacío que se apodera de mí,

                                                                un vacío que se lleva mi vida,

                                                                que me la arrebata lágrima a lágrima.


                                                                Creo que no soy necio,

                                                                pero pongo en duda hasta mi propia estima,   

                                                                sólo la soledad es mi testigo

                                                                de que la vanidad fue mi verdugo.


                                                                Mi orgullo se ha quedado enterrado

                                                                entre el polvo sucio de mis recuerdos.

                                                                Sólo el recuerdo del amor me salva.


                                                                Debo haber sido terrible

                                                                para muchos que me rodearon con amor aparente,

                                                                porque mi cosecha no cubre ni la palma de mi mano.

                                                                Mi sequía paraliza mis sentidos.


                                                                ¿Dónde están mis errores?.

                                                                ¿No los veo o no deseo verlos?.

                                                                No es tiempo de engaños,

                                                                Es tiempo de miradas directas,   

                                                                hacia lo más profundo de mi vida.


                                                                Me voy a ir

                                                                y solo pido el perdón, si he fallado,

                                                                y una mano que sujete la mía.


Pamplona, enero de 2020

Isidoro Parra

Comentarios

Entradas populares