INVIERNO XIV. Olivo y modernidad.


“A veces busco todavía una sombra que me salve y no la encuentro: una sombra donde escribir las palabras más puras.”

Vicente Valero (Diario de un acercamiento: Hojas de verano. Las sombras de verano).



La noche y sus contrates, la oscuridad más profunda y la luz más brillante.


Estoy dando un paseo por el campus de la Universidad de Navarra, después de visitar y extasiarme hasta tocar el silencio, al recorrer el corto espacio de una exposición de Antonio Oteiza sobre las miradas de Cristo en el Colegio Mayor Belagua.


Paso entre los edificios de las diferentes facultades, algunos oscuros, apagados, otros encendidos en medio de la negritud de la noche. Me llama la atención este edificio que me trae recuerdos de la época de los estudios de mi hijo mayor, su modernidad rompedora que todavía perdura, el hormigón blanco iluminado por esos focos potentes, su fachada sin aberturas que parece que encierre el saber hacia dentro o que impide que entren nuevos aires. 


En cualquier caso, me quedaría corto, incompleto, si no cuento que lo que me ha detenido frente a el edificio ha sido la silueta negra y brillante del olivo que se proyecta sobre la fachada.


El vuelo negro del árbol descansa sobre la luz que parece surgir de la pared; es como si el muro se hubiera hecho para que destaque el árbol, para que éste le dé vida y sentido de continuidad al conocimiento, al saber que penetra en las mentes, enseñando un trocito de perdurabilidad.


El olivo, señor del tiempo, habitante permanente de lo sagrado, reina con su capa negra en esta noche oscura; su presencia llena de vida el escenario, es el actor principal del drama silencioso de esta noche, su tronco sostiene la vida que permanece latiendo hacia el Norte y hacia el Sur, sus ramas cobran vida bajo el soplo del viento y me invitan a mantener la confianza en la vida de lo desconocido; pienso en que esa vida respira a mi lado sin necesidad de que yo haga nada y creo que está ahí para que yo, esta noche oscura, perciba su mensaje que viene desde los tiempos más antiguos, su mensaje de guardián de todos los misterios, un mensaje que me recorre de Este a Oeste, llenando mi cuerpo de certidumbres.


Su silueta, negra contra la luz, o luminosa contra el negro, me transmite que la belleza puede ser también ajena al color, que aguarda dormida, tranquila, a la vuelta de cualquier noche, de cualquier sombra.


Pamplona, febrero 2019

Isidoro Parra



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