LA DISTANCIA



Su aspecto es apacible, pero las cicatrices de su cabeza son el testigo de la amenaza que le persigue, la sombra por la que ha sido operado en dos ocasiones, sin esperanza de que esa sombra no se vuelva a echar sobre él en el futuro. Esas cicatrices son también el observador de sus esfuerzos de recuperación, de sus horas de gimnasio, de su búsqueda del equilibrio sobre el suelo, pero no son el testigo de sus cicatrices más íntimas.


Hace ya treinta y ocho años que sus pies le alejaron de sus montañas, del horizonte dorado de su desierto, allá en el norte de África.


En su lúcida conversación, a veces en castellano, a veces en francés, me habla de su esposa y de sus tres hijas, la referencia más personal de lo que ha dejado en su tierra, en la distancia de culturas, en la añoranza de sus sueños.


Aquí ha trabajado en toda la geografía de España, en todos los oficios, y ha dormido en todos los sitios posibles, en pisos compartidos, en albergues, en la calle. Por eso, sólo expresa un deseo para el momento en que tenga que dejar el hospital: una pequeña habitación, el uso de un baño y de una cocina, pequeños pero estables, algo que le de permanencia, seguridad, dejar fijada la distancia entre el lugar en el que habita y su vida, entre el hoy y el tiempo que le quede.


Su otra mirada y su otra distancia son para su tierra, para la historia tensa pero ilusionante contra el imperialismo invasor, dice, la liberación y el exilio de muchas personas, la llegada al poder de los militares, su apropiación del país. Recuerda las riquezas de su tierra que le hacen sentirse orgulloso, la expoliación y el abandono de las personas sencillas que no tocan ese poder. Me habla de las manifestaciones que se producen en las calles, de su confianza en que los jóvenes no van a parar, en que van a recuperar el protagonismo y las riendas de su país, en que van a acortar las distancias entre la riqueza y la pobreza.


Pendiente de las noticias a través de su teléfono móvil, recorta las distancias, se siente un poco menos exiliado.


Está orgulloso de la atención que recibe hasta el punto de querer para su país, para su gente, una atención que se asemeje a la que él recibe. Siempre recorriendo la distancia entre su hoy y sus sueños, su tierra.


No sé muy bien si la distancia le agota o le mantiene vivo.


Hablamos sin espacios de silencio. Su mirada se enciende con las estrellas de sus noches en el desierto cuando habla de su familia, de su tierra. Es un viaje permanente, sin paradas ni descansos.


La distancia marca el mapa de su desamparo y de su rescate.



LA DISTANCIA.


                    Todo mi tiempo es para mi tierra,

para mi familia en mi tierra.


Recorro sin descanso la distancia

que me separa.

El camino me hace olvidar

la amenaza que, obstinada,

me acosa a la vuelta de cada día.


Mis ojos vuelan más que mis pies.

Mi pensamiento y mis sueños

caminan siempre en la misma dirección,

hacia el mismo destino,

hacia mi origen dorado y luminoso.


En ese vuelo me deleito

y disipo mis miedos.


Mi vida ha sido dura, errante,

y a pesar de mis años

están mis estancias vacías.


Pero los recuerdos

y mi sentido de pertenencia

me sostienen,

me rescatan y me devuelven a la vida. 



Octubre 2019

Isidoro Parra Macua




















































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