CARTA ABIERTA Nº 4 A JAIME GIL DE BIEDMA

Buenos días, Jaime,

Hoy te escribo de mañana, como puedes ver. Es mañana porque he leído tus poemas que agrupas en el tejado de “Las afueras” y siempre he pensado que las afueras son más frías y desnudas cuando es de día. Por la noche, las afueras pueden quedar ocultas en las sombras y engañarnos, pensar que estamos acompañados aunque estemos solos. Durante el día, a plena luz, es más difícil engañarnos, podemos ver lo que tenemos alrededor y echar en falta lo que ansiamos pero no tenemos. Así lo veo y lo siento.


Volviendo a tus poemas recogidos en “Las personas del verbo” al amparo del aparente título de Las afueras, me quedo con tres poemas que por no ser muy extensos quiero reproducir. También pienso que el reproducirlos permitirá a los amigos que me lean entender mejor mis palabras sobre los mismos.


Los poemas que más me han llegado, que me han tocado directa o tangencialmente, son los señalados con los números VI, IX y XII.


VI

“Como la noche no 

quiero que tú desciendas, 

no quiero cumplimiento 

sino revelación.

Desciende hasta mis ojos

veloz, como la lluvia.

Como el furioso rayo, 

irrumpe restallando 

mientras quedan las cosas 

bajo la luz inmóviles.

Que no quiero la dulce 

caricia dilatada, 

sino ese poderoso 

abrazo en que romperme.”


IX

“¿Fue posible que yo no te supiera 

cerca de mí, perdido en las miradas?


Los ojos me dolían de esperar.

Pasaste.


Si apareciendo entonces 

me hubieras revelado 

el país verdadero en que habitabas!


Pero pasaste 

como un Dios destruido. 


Sola, después, de lo negro surgía 

tu mirada.”


XII

“Casi me alegra 

saber que ningún camino 

pudo escaparse nunca.


Visibles y lejanas 

permanecen intactas las afueras.”


Qué concepto tan extraño han acuñado poetas y prosistas con eso de “las afueras”. A veces me pregunto, cuando pienso en ello, si podemos establecer tanta distancia entre nosotros y esas afueras, si no están junto a nosotros, envolviéndonos y protegiéndonos de un vacío que no llegamos ni a imaginar. En otras ocasiones, pienso lo contrario, que están tan lejanas y resultan tan extrañas, tan hostiles, que invitan a quedarse donde uno está, sin moverse, en actitud de defensa.


Entre esas dos opciones, siempre he preferido dar el paso adelante, adentrarme en las afueras, intentando diluir su efecto negativo, dejando que sus defensas cayeran, que me abrieran un paso amable.


Leyendo tus poemas, parece que eran importantes para ti, que te dirigías a ellas pidiendo algo más, la caricia más fuerte, buscando alejarte de ellas, poner una barrera entre tus ojos y su frialdad, pedías que llegara algo o, más concretamente, él, para eliminar distancias, para encerrarte en sus abrazos y olvidar la oscuridad de esas afueras, quieres resplandor, iluminación, calor de luz y calor de piel. La soledad y la necesidad de afectos hablan en tus versos como la luz delimita las formas y crea las sombras.


Hablando de soledad, me impresiona la forma que vagabas por esas afueras, buscando una mirada, la desesperación de no encontrarla, la dimensión profunda de la espera, la desdicha de no haberla reconocido cuando ha pasado junto a tí. Me voy a permitir una sugerencia, Jaime, nunca un juicio: si hubieras sido capaz de sentir compasión por la destrucción del otro, si te hubieras acercado con emoción a su dolor, ¿se habría producido el encuentro más allá del deseo?.


En tu despedida de estos versos inspirados por las afueras, encuentro un matiz de esperanza, el que da la aceptación de tu propio pasado, porque el camino que se escapa es porque no era camino, solamente era un señuelo de algo imposible, la invitación a vivir un nuevo dolor.


Desde mi ventana, contemplo las afueras, protegido por el cristal, sabiendo que la vida no será completa si no salgo por la puerta y me adentro a las afueras, porque en ellas está la distancia, pero también está el amigo, el destruido, el nunca perdonado, el que tiene sed de palabras, el mundo que nos sostiene.


Hasta pronto, Jaime.


Pamplona, febrero de 2021

Isidoro Parra




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