CARTA ABIERTA Nº 1 A CARLOS AGANZO


No sabría muy bien si comenzar esta carta con un escueto, simple y frío “Muy Sr. mío”, porque lo cierto que siempre me han enseñado que esa es la forma en la que hay que dirigirse a una persona a la que no conoces, al menos si quieres hacerlo con un poco de educación.


Dicho lo anterior, Carlos, con la edad que tengo, me he dado libertad para iniciarla de otra forma más natural, menos formal. Así que, rebobino.


Buenas tardes, Carlos.


Antes de nada, quiero que sepas que hace un par de meses ni siquiera sabía de tu existencia, de que fueras escritor y, por si fuera poco lo anterior, poeta.


Un amigo que es posible que conozcas, V.H., me recomendó un libro tuyo, “En la región de Nod” que leí dejándome invadir por sus poemas. Un descubrimiento del que te hablaré, probablemente, en otra carta. Por ahora, solamente quiero decirte que su lectura me ha llevado a intentar leer el resto de tus poemas. Asi que, ante la ausencia de ejemplares en las librerías, me he dedicado a sondear en “librerías de viejo o de segunda mano” y he intentado empezar por tus primeras publicaciones.


Si no me he equivocado, la primera aparición de tu voz en un libro se hizo a través de “… ese lado violeta de las cosas”.


Esta mañana he finalizado su lectura.


Tengo que confesarte que tenía mis expectativas y mis recelos; las primeras por la hondura que percibí en el premiado “En la región de Nod”, las segundas porque pensaba en si podía encontrarme un poemario de un joven romántico con poemas de primer arranque, con todas las carencias de las primeras obras.


Antes de seguir, y perdona por el desorden de esta carta, quiero decirte que no dispongo de los conocimientos necesarios para hacer una crítica literaria. Por eso, en esta carta, encontrarás mis comentarios sobre lo que he percibido o sentido al leer tus poemas, comentarios que, ya verás, tienen toda la simpleza de la ignorancia.


En este poemario, compuesto por dos libros escritos en diferentes momentos, tocas dos temas universales, presentes en la voz de todos los poetas: el amor y la muerte.


Me extraña que habiendo escrito antes (en 1983) “Canto de difuntos” que “Canto carnal” (de 1989), su colocación en el libro sea de más reciente a más antiguo. Me han dado ganas de leer primero el de difuntos, pero he respetado el orden decidido.


Al afrontar el primer poema, “Minotauro”, no he podido evitar acordarme del libro tuyo que ya había leído. Me ha dado la sensación de que para ti, toda la cultura clásica, toda la mitología, tienen una importancia considerable. He pensado en todo lo que la poesía de este siglo y de los siglos pasados le debe a los clásicos, a las leyendas y a los mitos.


Me ha parecido que en ese poema pasas de la afirmación que, de alguna manera, retrata al o la destinataria de tus versos, a la explicación de esa afirmación, y me pregunto si no participamos de un tipo de educación que nos impele a justificar cualquier opinión que emitimos sobre el otro.


A continuación, de lo que escribes, se puede deducir que hay conocimiento del otro (permíteme que use el masculino, aunque entiendo que la mayoría o todos los poemas de esta parte están dirigidos a una mujer amada), presentimiento o una particular visión de cómo lo ves tú, de que sea así. 


Al final de esas tercera estrofa, das entrada al deseo, vas armando el paisaje. Por esos versos, se desarrolla el diálogo, los acercamientos y las huidas, los intentos de que no sea de esa forma lo que no podemos evitar, para al final, acabar con esos versos firmes, seguros y pulidos:


“Es imposible ya volver la espalda.

Ya no hay fuga.

Es mi vida o la tuya por los siglos.


Arco tenso.

Pulso firme.


Desbocada carrera hacia la sangre.”


Ya me ha pasado otras veces, cuando he leído un poemario que me ha llegado a cautivar. Automáticamente, he husmeado en la edad que el escritor tenía al escribir esos versos. En tu caso, a pesar de tus menos de 26 años que tenías al escribir estos poemas, la pureza y profundidad del lenguaje no improvisado ni vomitado, sino aparentemente trabajado, volteado y aireado, da cuenta de la hondura de tu sensibilidad en aquellos años y, posiblemente, también de tu formación.


En tu poema “Proscritos” percibo la necesidad de decir mucho, tal vez demasiado, lo que no impide que en cada estrofa broten versos que hablan de proyección, de un caudal de palabras que apenas ha nacido, que lleva agua fresca y que puede acrecer en caudal y matices: “… quienes llenan mi vientre de semillas, como estrellas en proyecto.”


Aunque no me gusta mucho comentar poemas de amor o sexualidad, porque, en el fondo, me parecen como coto privado en el que solamente puede entrar el que lo cuida, no puedo pasar y dejar a un lado la elegancia de algunos poemas como, por ejemplo, “Júbilo”, en el que comienzas con sencillez: “Te has quitado las medias sin premura” y has acabado haciendo que suenen los timbales: “El mundo se enreda en la malla de tus medias/antes de apagarse.”


Maravilloso el asombro que se produce en los escarceos de ese baile entre los cuerpos que reflejas en tu poema “Ritual” y que tan bien retratas.


Es cierto que la desnudez nos deja sin defensas. En la mayor parte de las ocasiones, tu propia desnudez, te lleva a posar tus manos sobre parte de tu cuerpo o a mirar si desde cualquier rincón de tu propia casa hay alguien que te observa, pero creo que tú hablas, en tu poema “Desnudez”, de la ausencia de defensas en que te deja ante tu amada, la entrega total que se produce en ese abandono que también describes al final del poema:


“…

que me dejan un instante expuesto 

al miedo a perderte.

Desnudo temor.”


También he encontrado abandono y resolución en ese “Paisajes” tan marcado por el condicional. Da la sensación de que ha sido tanta la entrega, que acabas poseído por esa turbulencia de la tormenta que, además, limita tu paisaje y el mundo que quieres vivir. ¡Ah, de la juventud!.


¿Te acuerdas de estos versos?: “El alba de la sábana,/la lápida del cielo”. Al leer estos y otros versos he vuelto atrás a mi pensamiento de si lo que me iba a encontrar era a un poeta incipiente, tímido que balbuceaba versos vacíos o deseos sin poesía, pero la verdad es siempre tozuda y aquí ya tienes abierto el camino de todo lo que saldrá de tus manos en el futuro.


La rima vuela por tus poemas, cada verso pide el siguiente y lo completa abriendo el camino al posterior. He encontrado claridad en la exposición de tus pensamientos. He repasado varias veces el final de tu poema “Sueño”:


“¿No has visto soñar al cielo 

que estaba temblando el mar?”


No quería que esta primera carta que te enviaba estuviera cuajada solamente de elogios, pero lo que he leído me lleva a lo que escribo en una derivación mucho más torpe que la que relatas en tu poema del mismo nombre, con el acabas este poemario:


“Al final se ha fundido con la tierra 

la tierra de mi carne.

Pues ya soy tú, 

y toda tú eres viento.”


Puede que tuvieras menos de veintiseis años, a tenor de tu carnet de identidad, pero tu mente había crecido algo más, tu creatividad te llevaba más lejos de los horizontes que habías vivido y ahora, pasados más de treinta años, yo recibo el regalo de estos versos.



Si en el libro anterior tenías, al escribirlo, menos de 26 años, en éste, tenías menos de 23 y para hablar de la muerte, Carlos, con esa desolación que transmites, no acabo de entender dónde estaba tu mente, qué te entristecía, qué es lo que te hacía pensar tan hondamente en la muerte, tan seriamente, ¿Qué dudas asolaban tus sueños?, ¿qué angustias te llevaban por caminos de desolación?.


Qué facilidad para hablar de la muerte y de los vivos cuando finalizas tu poema “La última vez que te ví”:


“Porque ya no eras tú, y tú lo sabes.

Y aunque estabas vivo, sin embargo, 

sobrevivías ya muerto y para siempre.”  

 

Parece que tus poemas, ya a esa edad, no eran fruto de un primer impulso y una primera escritura. Si no fuera así, sería imposible escribir un poema como “Cuerpo yacente”. Tenías ya oficio.


Es cierto que los finales dan sentido a muchos poemas -a otros se lo da el principio y a otros todo el poema-, pero algunos finales no serían posible si antes, del principio al final, no se ha construido una historia que los sustenta. Así me parece en tu poema “De la sangre”:


“Levantaremos con la tierra más profunda 

un templo sin altar a la memoria, 

cuyas cúpulas se alcen para siempre.”


Con tu poema final, “Responso”, parece que has dejado sembrados para la eternidad los principios en los que, sobre todo, fue el hombre, y el hecho de que desde esos principios, el hombre se ha convertido en un nómada para siempre.


Hay más notas, pero, como te he dicho, Carlos, para la ser la primera, no quiero pasarme de jabón.


De todos modos, gracias por hacerme sentir una vez más la hondura de la poesía.


Pamplona, marzo de 2021

Isidoro Parra.


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